Lejos del moderado optimismo que intenta transmitir en público y de la tensa calma con la que contacta a su equipo, aparece en estos últimos días un Macri privado más irascible y fastidioso de lo habitual.
Dos fuentes con acceso habitual al mandatario revelan que su irritación central transita por la falta de reconocimiento al trabajo del Gobierno en la tarea de “hacer lo que hay que hacer”, como reza el marketing oficial.
Sus dardos van dirigidos, principalmente, a blancos ajenos a su administración. Opositores, gobernadores, legisladores, sindicalistas y empresarios renuevan ese íntimo deseo de Macri de subirlos a muchos de ellos a un cohete con destino espacial, tal cual hizo trascender hace ya un año. “A mí me dicen una cosa y después hacen lo contrario. No me cagan solo a mí, sino a la gente”, masculla con bronca el Presidente.
También dice sentirse frustrado por su caída de imagen, a la que analiza con la lógica de que muchos siguen seducidos por gastar lo que no se tiene y que el esfuerzo siempre sea ajeno. “Así nos fue”, sentencia con un dejo de frustración.
Dispara contra ciertos socios de Cambiemos, en especial del radicalismo, a los que les endilga comportamientos más propios de la oposición que del oficialismo, como en las tarifas o en el ajuste fiscal que se viene. Sus ojos celestes se incendian ante las críticas de ex miembros de su equipo, como Prat-Gay o Melconian.
No se salvan un par de funcionarios y de miembros de la mesa chica política ampliada. Macri quiere ver si son capaces de encarar achiques en los gastos políticos y en áreas de gestión.
Duda de la eficiencia real de este amague de cambio en el circuito central de las decisiones gubernamentales, aunque haya admitido descoordinaciones poco constructivas. Ahora perdieron peso los seis ojos presidenciales (Peña-Quintana-Lopetegui) y ganó espacio Dujovne con el aval de su colega Caputo, por más que Peña exhiba oral y públicamente su dificultad para aceptar esa novedad. Acaso el jefe de Gabinete sepa algo que el resto no sabe.
Sin embargo, al menos entre estos interlocutores de suma confianza, Macri evita o disimula hacer algún atisbo de autocrítica respecto a su responsabilidad como jefe de “el equipo”.
Suele costarle al Presidente semejante ejercicio de juzgarse para evaluar modificaciones. No aparece al menos en su interacción con los demás ni en el manual de liderazgo que profesa, desde los tiempos del holding familiar, Boca y la gestión porteña. No se trata del eje prueba-error, tan transitado en la primera parte de su administración nacional, sino de una práctica de reconocimiento personal que el Presidente tal vez tome como un síntoma de debilidad o inseguridad.