El lector advertirá que el título de esta columna (si el editor de esta sección no lo cambia y me deja pataleando en el aire) refiere a uno, clásico, de la breve ensayística de Borges: “Magias parciales del Quijote”. Sin adentrarnos aún en el contenido de su texto, leyendo solo su título, vemos que al término “magia”, que promete malabarismos de invención, Borges lo atenúa o descabeza con la adición de otro, “parciales”, que ya no promete la certeza de un milagro sino que instila la sospecha de un subsiguiente fracaso.
Dicho esto, el lector debería saber también que el título de mi columna, que a la vez parodia y agrava el antecedente, se me ocurrió solito, y no refiere de antemano a objeto narrativo alguno, es un título que cae solo, por ocurrencia boba y goce de la similaridad fonética, por lo que el resto del texto debería obrar como disculpa de la ocurrencia o como intento de llenarla con algún sentido ulterior. A veces sucede así: a uno primero se le ocurre un título y después escribe la obra para justificarlo. A mí se me ocurrió hace años “Prístinas místicas privadas y públicas políticas bélicas”, pero todavía no tengo el texto para encajárselo. En fin. Volviendo al punto ya.
Lo primero que se me ocurrió, entonces, fue releer el argumento borgiano, así que paso a hacerlo, interrumpiendo durante unos minutos la escritura de esta columna, efecto que solo su autor advertirá, no así el lector. Ya vuelvo, no me extrañen.
Volví.
En su artículo (del que confieso que revisé solo sus primeros renglones), Borges coloca a Cervantes, que no termina de gustarle del todo, frente a Conrad, que sí le gusta enteramente y es su modelo de novelista (mi caso es el inverso). No recuerdo más así que mejor vuelvo al artículo, porque mi memoria es floja y mi comentario es insuficiente, limitado e injusto. Si uno poseyera la suficiente integridad intelectual (¡pero somos argentinos!) debería suprimir la consideración precedente, o al menos revisarla o corregirla, pero como ya está cerrando el tiempo de entrega de esta columna me limito a recomendar al sufrido lector que, una vez terminados de leer estos renglones, se tome la molestia de consultar el original. Ni siquiera es necesario buscarlo en sus Obras completas (mucho menos en las imaginarias Obras completas engordadas de Katchadjian, en cuyo caso el ensayito de marras asumiría la medida de extensión promedio), sino que se encuentra a un tipeo y un cliqueo en google, con el beneficio añadido de una foto de Borges mirando o fingiendo mirar de soslayo, con aire de desdén, como preguntándose de qué corno se está escribiendo a su costa. En fin, la culpa es de Macedonio Fernández, autor que no me interesa, y a quien visitaba mentalmente mientras seguía preguntándome qué quería decir con lo de “pavote”.