Perdemos de vista a una mujer y queremos encontrarla. En ámbitos pequeños, cerrados, puede darse que pasemos de la habitación A a la B justo cuando ella (que también nos tiene a nosotros por objeto de búsqueda), pasa de la C a la A, ya vacía, y se traslada a la B justo cuando nosotros hemos ingresado a la C.
El esquema es sencillo: si se trata de una vivienda realmente existente, el número de habitaciones puede aumentar, incluso podría alcanzar el que contiene un palacio singularmente extenso, pero aun esa extensión inusitada tendría un límite, y el cálculo de probabilidades indicaría que el encuentro terminaría por acontecer.
Pero si uno de los dos salió de la vivienda, el asunto cambia. El mundo es más amplio que un palacio, aun que aquellos a los que diariamente una multitud de albañiles y constructores agrega cientos de habitaciones. Siendo la Tierra un pequeño planeta de solo una entre los miles de millones de galaxias que componen el universo, puede, sin embargo, contener miles de millones de palacios en construcción, palacios donde cada día se suman habitaciones y cortesanos y reyes y príncipes y jarrones y estatuas y peces y cucarachas, donde se multiplican las coronas y los cuadros y las cucardas y las bibliotecas, por lo que, para tener una chance de éxito, debemos proceder trazando un recorrido hipotético, forzosamente limitado.
En esa búsqueda podemos pasarnos el resto de la vida. En algún momento, para nuestra desesperación, advertimos que es mejor perdernos que encontrarnos.
