De vez en cuando veo una serie. Esta vez vi la primera temporada de Dept. Q, basada en la primera de las novelas del danés Jussi Adler-Olsen sobre una dependencia policial que se dedica a investigar casos fríos, es decir, crímenes antiguos que no tuvieron solución y probablemente no la tengan. Hay otra clase de series que vienen al caso a partir de las novelas de Mike Herron y sus Caballos lentos, que también fueron adaptados al formato televisivo. Herron es un buen escritor policial, de los mejores. Pero la gracia o la desgracia de sus caballos lentos es que son desechos del espionaje inglés cuya carrera llegó a un punto muerto y los juntan para que no molesten bajo las órdenes de un policía tan brillante como guarango y misterioso llamado Jackson Lamb interpretado por Gary Oldman en una decisión de casting inobjetable.
Acá hay algo de eso. El Departamento Q de la policía escocesa está a cargo de un oficial llamado Carl Morck, oscuro, arrogante, violento e indisciplinado (desde luego también genial como policía) al que su jefa decide poner a cargo de la dependencia para quedarse con el presupuesto y, de paso, trasladarlo al sótano, a un viejo vestuario de hombres cuyos muebles son duchas y mingitorios. No leí las novelas porque son danesas y odio los policiales daneses como odio los policiales escandinavos con su tristeza profesional y su corrección política exacerbada. Así que no sé cómo son las oficinas del detective original, que se llama Mørck. De todos modos, las aventuras de Mørck ya fueron adaptadas para la televisión danesa, pero tampoco las he visto.
De modo que el departamento Q fue trasladado de Copenhage a Edimburgo, y puedo dar cuenta de otro cambio geográfico importante. La mano derecha del protagonista es Akram, un inmigrante sirio que supo ser policía en su país antes de terminar casualmente como asistente de Morck, reclutado (como ocurre con todos sus compañeros) entre los residuos de la burocracia que no tienen destino. Pero la mano derecha del Mørck escandinavo no es sirio sino iraní. Le tengo más simpatía a los iraníes que a los sirios, solo porque conocí dos iraníes, ambos cineastas: Raffi Pitts y Abbas Kiarostami. Lo digo para provocar, porque en estos días hay quienes proponen exterminar a los ciudadanos de esa nacionalidad. No es que los sirios tengan buena prensa, pero pasan más inadvertidos.
Tal vez el lector quiera saber de qué va esta primera temporada de la serie que, al parecer, fue muy exitosa en su reciente lanzamiento internacional. No se lo voy a contar pero, en cambio, voy a insistir en el sirio, que en realidad es un actor sueco nacido en Moscú de padres kurdos llamado Alexej Manvelov. Es lo mejor de Dept. Q. En realidad son queribles todos los integrantes del equipo, una banda de neuróticos graves pero extraordinariamente simpáticos, incluidas la jefa que le tiene fobia a las arañas y la psicóloga oficial que atiende a Morck, así como el propio Morck, un misántropo radical que, en realidad, es más bueno que el pan y más sensible que Mindy (la de Mork & Mindy si es que son suficientemente viejos para recordarla).
Insisto. No les voy a contar nada más, en particular de la trama, porque no estoy seguro de haberla entendido. Pero son nueve capítulos que duran entre 50 minutos y una hora. Pasan rápido.