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Malvinas, ¿posibilidad de cambios?

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Enseñar es una tarea paciente y generosa. Requiere flexibilidad y una gran dosis de utopía: un docente apuesta al futuro, al diálogo. Construye a largo plazo. Cree en el mutuo aprendizaje. Reconoce en el otro experiencias que enriquecerán tanto a él como a su propuesta.

Ahora Daniel Filmus, un especialista en educación, ocupa la nueva Secretaría de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los Espacios Marítimos Circundantes en el Atlántico Sur. Es un desafío trascendente tanto para el ex ministro de Educación como para nuestro país.
¿Podrá Filmus aplicar el bagaje conceptual de su disciplina a un área tan sensible y estratégica? La posibilidad de que lo haga es estratégica para la Argentina, pero el contexto es difícil. Desde hace cinco años la línea argumental argentina en relación con Malvinas ha sido tan estéril como grandilocuente y agresiva. No solo hacia los isleños, sino también con los argentinos que, comprometidos con el tema, expresamos posiciones críticas pero propositivas, por las que nos han tratado de ingenuos, pro británicos o, sin más, traidores.

Sin embargo, si las políticas se miden por sus efectos, lo que ha sido pro británica es la retórica oficial y oficiosa del gobierno. Lo único que ha fortalecido es un clima más cercano a 1982 que al tercer milenio. Acercó a los isleños y a Gran Bretaña, potencia imperial para la que los kelpers siempre fueron un escollo secundario hasta que la dictadura militar argentina le regaló la posibilidad de consolidar su enclave imperial y, en el camino, causó la muerte de centenares de compatriotas y destruyó décadas de esfuerzos diplomáticos y prácticos para resolver la disputa.

Somos contradictorios sobre Malvinas extra e intramuros de la ciudadela de la argentinidad. Desde 1982, Malvinas fue, en el repertorio de las fuerzas políticas, una caja de Pandora de la que tanto podían emerger víctimas de la dictadura como el facón ensangrentado del Gaucho Rivero. El kirchnerismo no es una excepción. Muchos de sus militantes y funcionarios “llegaron tarde” al tema, y para “pintar Malvinas”, en el fragor de la confrontación interna manotearon los discursos que pudieron. Como resultado, oscilamos desde la amenaza de cancelar los vuelos a las islas a ofrecer tres semanales; de reclamar el diálogo a negar entidad a los kelpers para darlo; acusamos a Gran Bretaña de prepotente y filmamos un corto “mojándoles la oreja”.

La profundización en la crítica histórica en otros planos convive con una asombrosa claudicación: pensar la disputa por Malvinas como si la historia se hubiera detenido en 1833, el año de la usurpación. Como si desde entonces nada más hubiera sucedido, ni fuéramos responsables de nada. Así, el imprescindible reclamo para identificar a los soldados NN enterrados en Darwin, hijo de las luchas por la memoria, convive en el gobierno con los más rancios discursos patrióticos que alimentaron a la dictadura que los causó. Fue precisamente en el Ministerio de Educación, desde la gestión Filmus, donde buscamos desmontarlos sin dejar el reclamo. Nos planteamos entonces pensar una patria soberana, democrática y respetuosa de los derechos humanos, distinta culturalmente a la que había ido a la guerra.

Ni siquiera una causa nacional es intangible conceptualmente. Hoy el discurso oficial argentino sobre Malvinas es un catecismo sobreactuado con declaraciones ya altisonantes, ya formales, cuyo único efecto es alejarnos cada vez más de las islas, pues refuerza un statu quo favorable a los británicos. Pero un docente no busca que los alumnos repitan como loros, sino que se reapropien de sus palabras para mejorar su realidad.

Mantenerse en la confrontación por sí misma, y en la renuncia a la imaginación como instrumento de proyección política, es tan antipedagógico como poco inteligente y contrario a los intereses nacionales.
Hacer lo contrario es el desafío para Filmus, el educador.

*Historiador.