Un amigo boricua que me busca vivienda temporaria en Nueva York a precios menos escandalosos que los de mercado me recomienda tentar en Harlem y agrega: “Habrá que quemar petróleo”, aclarándome que la expresión tiene una connotación muy soez.
Le digo que no se preocupe: después de todo García Lorca anduvo por ahí y no le fue tan mal. Además, cualquier argentino que se precie de tal carece de umbral de soecidad (en el sentido de umbral de dolor). Le regalo a mi amigo la expresión “manteca al techo”, una supervivencia de aquellas épocas en que los dueños del granero del mundo viajaban con la vaca atada.
Hoy, si hubiera que repetir esa manera soez, los herederos de la tierra habrían de pasear por Miami sus plantines de soja: pero una cosa es el noble líquido que de las ubres se derrama sobre el mundo, y muy otra el grano indigno, transgénico, mutante, que va a parar a las calderas y a los corrales donde se alimentan los fiambres de las cadenas de los supermercados.
Ni vaca atada, ni manteca al techo. Los argentinos importaremos, en poco tiempo, así nos dicen, nada menos que leche. Un mito escolar nos ha sido arrebatado, lentamente, a lo largo de los años. No es que me importe demasiado la pérdida de una figurita escolar. Lo grave es no tener con qué reemplazarla, en estos días sin escuelas (ni universidades), en estas semanas de peste suelta por el mundo.
Cualquier joven sabe que los tiempos de quemar petróleo y de importar leche son los mismos, pero eso no es materia escolarizable. Nunca podrá haber una “composición tema la jinetera” en el lugar de nuestros propios ejercicios de infancia. Pero los que no tienen nada (aun cuando no carezcan de todo) saben bien que no hay más esperanza que la que provenga de las uniones más o menos duraderas (han sido muy publicitadas, en los tiempos últimos, las “novias argentinas” de las celebridades del mundo) con los extranjeros que nos visitan o a los que visitamos.
Cuánta verdad había en la política exterior de la unión carnal: chicas y chicos, a quemar petróleo, que la buena leche nos vendrá de afuera. Es lo que se conoce, en círculos de la cultura, como industria turística.