Siempre me obsesionó el famoso gol de Maradona a los ingleses. No me canso de verlo una y otra vez porque Maradona corre ahí como un cazador amazónico, esquivando plantas, saltando matas, se inmiscuye, se cuela por el tiempo europeo (el tempo, el timming). Pícaro, corre como un chico, es un chico y los rivales lo marcan como adultos indignados. Maradona corre como fuera de la ley, eludiendo la rectitud moral del hemisferio norte, se escurre, se filtra, y a la vez no toca muchas veces la pelota, la deja ir, la libera hasta ponerla a salvo en el arco. Se la va pasando a sí mismo, al sí mismo que va a estar más allá, más adelante después de saltar al defensor, después del sobrepique, del cambio de ritmo. Se precipita, se cae, y a los cultores del fair play no les queda más remedio que faulearlo, pero como es un chico que se la robó, se la lleva y se la sigue llevando. Los ingleses parecen enyesados, parecen estar jugando a otra cosa, como si de repente les cambiaran las reglas de ese deporte inventado por ellos mismos. No entienden ni prevén el individualismo latino; Maradona nunca se la pasa a Valdano, el compañero que tiene al lado. Todo dura 9 segundos. Mete el gol. Elude hasta al camarógrafo. No lo pueden alcanzar ni los compañeros de equipo para abrazarlo.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento mediático, lo vemos parado al borde de la cancha, pero ahora como DT con sobrepeso, mirando el espacio invisible de su gloria, agarrándose las manos detrás de la espalda por la impotencia de no poder intervenir de manera directa en el partido donde sus once jugadores son once inútiles simplemente porque no son Maradona. Ninguno es Diego, ni Messi, que por alguna razón geofísica juega mal al sur del mundo. Hay que ganarle a Paraguay, corremos peligro de quedar eliminados del Mundial de Sudáfrica; hasta la presidenta Cristina Fernández le habrá metido presión con un “Vamos Diego que el año que viene ganamos el Mundial”, un Mundial indispensable para tapar el gran desastre de patacones y bonos truchos que puede venirse en las provincias. Hay que ganar y Maradona se acumula a sí mismo, mira duro tratando de hacer telekinesis, tratando de dominar la pelota con la mente. Un pelotazo de Paraguay pega en el palo, un casi-gol peligrosísimo, una taquicardia bien disimulada por el Pelusa. Hay que hacer buena letra ahora que los goles reaparecieron, los goles liberados para la gente, aunque TyC se vengue pasando a cada rato el video institucional de sus 15 años donde Diego los felicita por haber hecho tanto por el fútbol y les desea muchos años más, hay que ganar y volcarse hacia la imagen nueva de él regalándole a la Presidenta la camiseta de la Selección. Pero la Selección está dispersa, no se asume como equipo: Verón se mueve espasmódico por la cancha, rifa pelotas aéreas, Messi no logra jugar con sudamericanos de pata pesada, no esquiva a nadie en esta desprolijidad general del fútbol sudaca, y la defensa hace agua. El año que viene es el Bicentenario, está todo el marketing patriótico armado en combo con el Mundial, es todo una misma gran escarapela redonda, la patria del fútbol, el fútbol de la patria, no nos podemos quedar afuera, no nos puede ganar Paraguay, pero Cabañas hace una pared con Barreto, Haedo recibe un pase exacto, patea al arco y gol de Paraguay. Un desastre. Tan fuerte vibra el estadio Defensores del Chaco que falla el cable coaxil y la imagen del Diego cerrando los ojos se pixela como si estallara de bronca en mil cuadraditos.