En la dinámica de la Argentina, el acto y la movilización gestados por Hugo Moyano parece quedar lejos. El jueves, el Gobierno sacó un conejo de la galera y entonces, ahora, el tema de debate es la despenalización del aborto.
Vayamos por partes. El acto de Moyano fue multitudinario. Número más, número menos, la concurrencia orilló las 100 mil personas. Son muchas. Solo la muy alta vara que puso el propio líder de los camioneros –habló de llevar entre 300 mil y 400 mil–hizo que el impacto fuera menor. Pero, en el análisis intrínseco de esa concurrencia están los problemas y las debilidades que al mismo Moyano le dejó la movilización. Las ausencias fueron muchas y de alta significación política. Los grandes sindicatos faltaron. No estuvo la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), no estuvo la Unión Obrera de la Construcción (Uocra), no estuvo el Sindicato de Empleados de Comercio, no estuvo el Sindicato de Mecánicos Automotores y Afines (Smata), no estuvo la Unión Ferroviaria, no estuvo la Unión Transporte Automotores (UTA), no estuvo la Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina (Uthgra), no estuvo la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN), y no estuvo el Sindicato de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (Suterh). No estuvo tampoco el Partido Justicialista a nivel nacional.
Y el PJ? No hubo ningún legislador peronista y no hubo ningún gobernador peronista que se adhiriera al acto. Entre los asistentes estuvieron la izquierda –que se fue rápidamente– estuvieron los jirones del kirchnerismo –a los que no se los dejó siquiera subir al palco–, las dos CTA, los bancarios y los docentes. Conocedor del valor de las ausencias, Moyano –a quien no se lo vio bien– comprendió que lanzar un paro era inconducente. Lo que ensayó, entonces, fue un discurso con críticas duras al Gobierno, pero, a la vez, no rupturista. Fue un discurso deshilachado, no porque hubiera tenido mejores –la oratoria es un don que la vida no le dio– sino porque lo utilizó para su defensa personal.
Al enfocar su discurso en su situación personal, la palabra de Moyano perdió peso. Cometió un error garrafal que dejó descolocados a los que estaban esperando otra cosa y dio la razón a sus detractores dentro del mundo sindical, un mundo que ha quedado definitivamente atravesado por una profunda división de incierto desenlace.
Reacción. En el Gobierno hubo alivio. La foto del acto, en términos de construcción política, lo favorece. Ese conglomerado con aires de rejunte tiene, hoy en día, pocas posibilidades de construir algo que políticamente complique al oficialismo. Sin embargo, hubo quienes interpretaron que arrojar a Moyano a los brazos de esa oposición dura y extrema no es lo mejor en el medio de una realidad que seguirá siendo dura por un buen tiempo. Lo ocurrido el jueves marca que algunos puentes todavía perduran. Las declaraciones de Moyano –“me reuniría con Macri”– y el principio de solución de la problemática situación de OCA, son indicios de que los puentes no han sido totalmente dinamitados.
Lo que Moyano debe entender es que tiene que aclarar su compleja situación judicial. Eso es inexorable. Y lo que el oficialismo no debería hacer es buscar la demonización del líder de los camioneros. Al fin y al cabo, varios de los dirigentes sindicales con los que el oficialismo mantiene una buena relación no son mejores que Moyano. Es más, bien podría decirse que algunos de ellos son peores.
En el interior del Gobierno se vive un momento de opiniones divididas que, en algún caso, genera tensiones. Por un lado, están los que piden “no perder pisada al termómetro de la calle”, como señala una fuente.
Es el ala más territorial y acostumbrada a recorrer la calle y que ha tenido siempre relación con los dirigentes sociales. Hay ahí cierto temor a las encuestas de imagen que registró caídas en los últimos dos meses. Esas encuestas reflejan el presente de mucha gente a la que le cuesta hacerle frente a la inflación y a las subas de tarifas.
Del otro lado están los que prefieren ver el vaso medio lleno y capitalizar los errores estratégicos de la oposición y mostrar todas las caras indeseables para muchos en un mismo equipo. “Mientras del otro lado estén Zaffaroni, Aníbal Fernández, Máximo Kirchner y La Cámpora es todo ganancia para nosotros porque le recuerda a la clase media todo lo malo que vivió durante 12 años”, expresa otra voz del oficialismo.
En medio de todo este ir y venir, el Gobierno sacó un conejo de la galera y produjo un verdadero golpe de efecto con el anuncio de impulsar el tratamiento por parte del Poder Legislativo de la despenalización del aborto. Quien pergeñó esta sorpresiva iniciativa tuvo un primer éxito: descolocó a los sectores del progresismo opuestos al Gobierno y produjo un verdadero cimbronazo en el kirchnerismo. Mientras varios legisladores, como es el caso de Mayra Mendoza, apoyan la iniciativa, es sabido que Cristina Fernández de Kirchner siempre la rechazó. Con la composición que tiene el Parlamento hoy, las probabilidades de que la despenalización del aborto sea aprobada son nulas.
Lo que viene. Este es el contexto en el que el Presidente asistirá al Congreso para abrir el período ordinario de sesiones. En su discurso ratificará el rumbo y habrá críticas para todos los sectores empresariales. ¿Qué es lo que más le enoja? que puertas afuera del país todos reconozcan el cambio de rumbo y que dentro de su propio país, reciba críticas de ese sector al que le endilga falta de sacrificios y de voluntad de ayudar a salir adelante.
“Todos son directores técnicos pero nadie pone pierna fuerte en la cancha” –es el pensamiento que atribula a Mauricio Macri. Si indagara en la historia, vería que eso ya le pasó a varios de sus predecesores que tuvieron entre los destinatarios de la misma queja, incluso al grupo empresarial que fundó su padre.