COLUMNISTAS

Maridos y esposas

Habrá quien prefiera una esposa que piense lo mismo que él: ni debates en la cena ni entredichos de mañana, por lo menos, en lo que a política se refiere. Una regla general no existe, ni en esto ni en otras cosas, y por ende, es cuestión de gustos. Si de presidentes de la Nación se trata, no obstante, parecen pasarla mejor los que yerguen un matrimonio de homogeneidad ideológica.

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Habrá quien prefiera una esposa que piense lo mismo que él: ni debates en la cena ni entredichos de mañana, por lo menos, en lo que a política se refiere. Una regla general no existe, ni en esto ni en otras cosas, y por ende, es cuestión de gustos. Si de presidentes de la Nación se trata, no obstante, parecen pasarla mejor los que yerguen un matrimonio de homogeneidad ideológica. El mejor ejemplo es el nuestro: hasta tal punto congenian Néstor Kirchner y Cristina en su concepción de la res pública, que pudieron tramar con éxito un continuo presidencial en el matrimonio (y no sólo un continuo matrimonial en la presidencia, que es lo que desde afuera se ve). El matrimonio Duhalde transcurre de igual forma, y, por eso, Eduardo cita tan a menudo sus charlas hogareñas con Chiche; fueron las urnas, y no las sobremesas en Lomas, las que frenaron ese impulso. Todos ellos aprendieron de Perón, que después de lidiar durante años con una actriz de temperamento demasiado fuerte, optó en sus renovadas nupcias por una consorte que, no sabiéndose bien qué pensaba por sí misma, terminaba por pensar igual que él. Le legó la Presidencia, como es sabido, aunque con la prudencia de no quedarse en el mundo para verlo.

El que, en cambio, no gana para sustos es Nicolas Sarkozy. Al parecer Carla Bruni, tan sólo guitarra en mano, es sumisa y modosita, y se priva de levantar la voz. Parece haber entendido bien la trampa que implica ser “primera dama”: será primera como dama, pero segunda del caballero. Y a las chicas más jóvenes ya no se las engrupe tan fácilmente, son modernas y están avisadas.

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Las ideas del presidente de Francia ya se sabe por dónde corren: más que nada por el carril derecho. Carla va por otra vía. Se dice de izquierda y no hay razones a la vista para pensar que no lo es. De hecho, acaba de proporcionar una definición sencilla pero grata, y posiblemente justa, de lo que a su juicio comporta tal condición: le duelen las injusticias, explicó, aunque no tenga que sufrirlas ella misma. Sarkozy podría hacer ante esto lo que tanta derecha hace hoy en día: guarecerse en la coartada de las críticas al progresismo, para perpetrar los ataques de siempre a la izquierda de siempre. Pero no, no lo hace. No quiere hacerlo, no puede hacerlo: está enamorado. Está enamorado, y entonces se miente y se engaña; pretende que, en el fondo, Carla y él piensen lo mismo, que los dos piensen igual. Se consuela con el esforzado argumento, que presentó ante la prensa, de que él atiende a la parte más técnica y Carla a la parte más humana de las cosas. Su explicación no sonó convincente ni siquiera para él.

En última instancia, la única verdad es la realidad (otra vez una lección del general Perón). Y en la realidad qué es lo que sucede: que Italia le pidió a Brasil la extradición de Cesare Battisti, vigoroso líder revolucionario a finales de los 70, bajo la acusación de cuádruple homicidio, y de que Brasil la negó por considerarlo un refugiado político. Conflicto diplomático: retiro de embajador y tensiones. Y eso a mí en qué me afecta, podría preguntarse Sarkozy. Lo afecta porque se dice que la Bruni presionó “subterráneamente” a favor del bueno de Battisti. La chica hace esas cosas. Berlusconi está tan enojado que ni chistes hizo al respecto. Deberían juntarse muy pronto los dos, Silvio y Nicolas, para lamentarse como buenos machos conservadores de que el mundo vaya como va y para sentenciar, soberanamente, que minas eran las de antes.