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Marita hizo visibles a las víctimas de trata

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Ninguna historia fue tan reveladora ni aportó tanto a la comprensión del problema de la explotación sexual de víctimas de trata como la de María de los Ángeles Verón, cuya ausencia irrumpió en la oscuridad de los burdeles del noroeste argentino para mostrar lo que todos sabían: hay niñas y jóvenes que son alquiladas por hora, como se alquila un volquete o una bicicleta. Antes de su desaparición, ni siquiera había en la Argentina legislación específica para la prevención y castigo de esa clase de crimen. Se asumía, con naturalidad, que existen “mujeres públicas” de toda edad y no había una inquietud colectiva por saber cómo alguien ingresa en esa categoría, quiénes se benefician prostituyendo el cuerpo ajeno, […] qué grado de responsabilidad tiene el cliente y qué rol cumple o debería cumplir el Estado. Recién cuando la identidad de María de los Ángeles Verón se fracturó, las víctimas de trata se hicieron visibles. Ella se descompaginó de las fotos familiares […] para cristalizarse en el imaginario social como Marita Verón, […], un símbolo del tráfico humano con fines de comercio sexual. Su ausencia es tan perturbadora que inspiró una telenovela, obligó al Estado a crear leyes e instituciones destinadas a prevenir la trata y asistir a quienes la padecieron. Jamás fue encontrada, ni viva ni muerta. Su rastro se pierde en 2003, el año que siguió a su secuestro en San Miguel de Tucumán […]

Con esos párrafos comencé a narrar, un año atrás, una verdad sobre Marita a la que la Cámara Penal de Tucumán no dio crédito. Ocho mujeres dijeron haber compartido su martirio en los burdeles norteños; resonaron en el juicio los relatos sobre abortos, violaciones y castigos brutales; una joven se descompensó cuatro veces durante su declaración. Pero los jueces desecharon de aquellas narraciones biográficas. Como en el caso “Campo Algodonero”, en el que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado mexicano por los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez, el peso del prejuicio favoreció a los victimarios, que fueron absueltos. Una cultura de la discriminación, que sepulta a personas reales bajo estereotipos de clase y de género, no sólo promueve la trata sino que garantiza impunidad a los tratantes.

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Las creencias socialmente cristalizadas en torno a la liviandad de ciertas mujeres, la tolerancia de la violencia masculina y la desconfianza frente a las acciones de quien se empecina en hallar a una hija desaparecida, subyacen en la sentencia del caso Verón que ahora ha sido revocada por la Corte de Justicia tucumana. En la lucha interpretativa de las pruebas, se impuso finalmente la valoración de la palabra de las jóvenes que, como Marita, fueron víctimas de la explotación sexual pero, a diferencia de ella, pudieron contar sus horrorosas experiencias, colocándonos frente al imperativo moral de evitar que su calvario se repita.
 

* Autora de Vivir para juzgarlos. La trata de personas en primera persona, de Editorial Planeta.