El gran psicólogo social francés Serge Moscovici decía que las imágenes son representaciones mentales que personas y objetos dejan en nuestro cerebro. En cambio, las opiniones son fórmulas complejas, socialmente valorizadas, sistemas a los que los sujetos adhieren y que los movilizan a la acción.
La imagen de un político, como otras imágenes, es una construcción idealizada de contenido difuso, voluble y cambiante. Finalmente, la imagen puede estar distante de la disposición del voto. Un sujeto podría tener una imagen excelente de varios dirigentes políticos, pero descartarlos a la hora de votar. ¿Por qué sucede esto?
La imagen es limitada por las percepciones, son como fotografías en nuestra mente. En cambio, la acción política requiere una “gestión” dinámica del votante, que –independientemente de su nivel de información política– llevará adelante en parte en forma intuitiva y en parte en forma racional. Pasado, presente y futuro se reúnen en dicha valoración de opciones donde el ciudadano incorpora su situación personal y familiar, sus expectativas, lo que el candidato dice o sugiere (o no dice). También se sumará a su evaluación la figura de los competidores políticos, lo que los medios dicen, y por supuesto la campaña publicitaria propiamente dicha, con cientos de slogans e imágenes. Un verdadero enjambre de mensajes.
Este es un dilema central para Sergio Massa, que debe definir cuál será su fórmula para trasladar la excelente imagen que ha construido en estos años a una base electoral extendida por toda la geografía bonaerense. Gran parte de su dilema se debe a que se ha transformado en forma veloz de un intendente de un partido de 380 mil habitantes a un candidato presidencial.
En la arena política-electoral, su imagen comienza a bañarse de realidad: tendrá que tener posición sobre todas las cuestiones sin una incidencia real. Deberá establecer equilibrios políticos en su heterogénea lista. También tendrá que presentar una oferta creíble al país en medio de un clima de opinión que tiende a la polarización. En especial la sociedad escuchará con interés sus propuestas de orden económico y cómo enfrentar la cuestión de la seguridad, sabiendo que ha sido un eje fundamental de su exitosa gestión en Tigre.
En plena campaña con connotaciones negativas deberá rebatir las múltiples objeciones que recaerán sobre él y sus aliados (que harán dudar a algunos), sabiendo que es un largo trayecto en varias etapas, primarias, nacionales y presidenciales, a las que se arribará recién en 2015.
Cómo acceder a la base social kirchnerista es otro de sus dilemas principales, sobre todo a los sectores de menores recursos, donde la “imagen” pasa a segundo plano y las necesidades vitales y urgentes cobran protagonismo. Tener una clara agenda social superadora del kirchnerismo será clave para su presencia en el voto duro de Cristina Fernández de Kirchner, quien por supuesto maneja el Estado nacional. En ese meollo, la presencia de los intendentes resulta relevante, pero a la vez suelen ser estigmatizados como “la vieja política” por los sectores medios que Massa también intentará capitalizar, para de esta forma ponerles nombre a las movilizaciones del 13S, 8N y 18A.
Establecer un discurso vacío como una parte de la oposición sostiene, “de hacer lo que la gente quiere” sin precisiones ni programa político, puede ser una tentación posible para su candidatura, buscando flotar en un esquema más cercano al de Scioli, pero un riesgo alto frente a un kirchnerismo crecientemente ideologizado.
Será una lucha en dos niveles: una competitiva entre intendentes exitosos, Sergio Massa y Martín Insaurralde, y otra que consistirá en un fuerte debate sobre un modelo de país con Cristina F. de Kirchner en persona. Un debate complejo que la oposición no ha podido plantear hasta el presente y que la llevará a caminar por un sinuoso equilibrio en un mar de turbulencias.
*Sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.