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Massanomics

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Consagrada en la praxis política democrática contemporánea argentina, la teoría de Baglini decía que los postulados que defiende un partido que quiere llegar al poder se van corriendo hacia el centro y bañándose de realismo a medida que sus probabilidades de ganar aumentan. Seguramente por eso, luego del 11 de agosto, la coalición triunfante en las PASO fue cambiando su posicionamiento económico. En primer lugar, los Fernández tuvieron que dar alguna explicación de lo que pretendían hacer en materia de política económica, hasta ese momento, agotado en un diagnóstico crítico de la actual gestión. Aunque también dicho análisis ya dice algo del punto de partida para elaborar la hoja de ruta a ejecutar luego del 10 de diciembre. O quizás antes: aún cuando el probable cambio de guardia en la Casa Rosada se efectúe, finalmente, en el tiempo y el formato previstos, si triunfan en la primera vuelta el 28 de octubre ya deberían estar tomando decisiones. No podrán escapar al formalismo de que aún no están en funciones: todo condicionará el primer día de su mandato.

De todos modos, las posturas iniciales que cada coalición esgrimía sobre el futuro inmediato fueron acercándose. La de Alberto Fernández porque no puede eludir su condición de favorito y los costos que la incertidumbre ya está haciendo pagar a la economía argentina. La del Gobierno, porque vio como en pocas horas el poder se le escurría de las manos, se reducía su margen de acción y por consecuencia, las herramientas para detener la ola de movimientos espasmódicos y la parálisis generada por la incertidumbre. El continuo drenaje de reservas y depósitos en dólares está monitoreado de cerca con la única esperanza de que la velocidad pueda controlarse. A esta altura resulta utópico revertirla ni pensar en ningún flujo adicional voluntario. Si las cuentas no dan, se recurrirá de nuevo a alguna restricción adicional para frenar la demanda o expandir manu militari la oferta de dólares. La última estocada, aunque previsible, fue la decisión del FMI de postergar para el mes que viene la luz verde sobre el último tramo de 5.400 millones de dólares para conseguir a cambio algún compromiso de quién gobernará por cuatro años el deudor número uno de la institución.

Curiosa paradoja de quienes conocen la ingratitud de los que lo detentan, que si en algo tienen expertise es en conocer quién está a cargo. Por eso, en el último mes se ha producido una convergencia en las respuestas a la crisis, en una suerte de cogobierno de facto.

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En realidad, resulta una victoria impensada para el sector que lidera Sergio Massa, que desde su escisión del kirchnerismo en 2013 fue aglutinando a los representantes del pensamiento industrialista y simpatizante de la heterodoxia moderada: Lavagna (padre e hijo), De Mendiguren, Nielsen y Redrado, entre los más visibles. Recordemos que los pilares dialécticos de lo que llaman una economía al servicio de la producción, a los que la desesperación del macrismo en funciones fue abrazando como a un salvavidas, eran:

◆ Poner plata en el bolsillo de la gente. De la quita del IVA en adelante, todo va en ese sentido.

◆ Intervención en el mercado energético. El congelamiento hasta nuevo aviso del precio de los combustibles y el parón obligado al flujo de inversiones apunta en ese sentido.

◆ Revisar el pago de intereses de la deuda. El reperfilamiento de la deuda en pesos y parte de la externa de corto plazo sigue a pie de la letra el primer paso en esa dirección.

◆ FMI, go home. La relación con el Fondo ya se alteró cuando la emergencia obligó a tomar medias diferentes de las acordadas.

◆ Comercio exterior controlado. El aumento de las retenciones, primero, y el control de cambios, luego, se apartó de la ortodoxia y las mismas promesas de campaña de Cambiemos.

Ni en el mejor momento de su ancha avenida del medio, el massismo pudo imaginar que uno de los suyos sería el candidato al que todos apuestan a ganador ni que su particular visión sobre las causas y remedios de la crisis serían consensuados de hecho por unos y otros. Solo les quedará por verificar que el “modelo” pregonado es viable y no un ensayo de cuando el poder estaba muy lejos.