Debo iniciar esta columna con un “me equivoqué”, porque cometí uno de esos pecados de leso periodismo que suelo criticarles a jefes, editores o redactores de este diario. El pasado domingo formulé un comentario acerca de la columna del sociólogo Federico González en la que éste interpretaba la encuesta de su consultora sobre voto bonaerense, encomendada por PERFIL y publicada el domingo 1º, una semana antes que los medios de la competencia. ¿Cuál fue mi error? O mejor: ¿cuál mi omisión? No seguir el procedimiento habitual, que es consultar con el editor de la sección o con la jefatura de redacción para anunciarles que tocaría el tema y cómo lo haría, y recibir de ellos sus comentarios o fundamentos. Si bien mi texto sólo intentaba apuntar a lo que entendí como una carencia de la columna indicada, visto en contexto queda la sensación de que cuestionaba la encuesta en su conjunto, algo que no estuvo en mi ánimo. Lamento lo ocurrido y pido disculpas a los lectores y a quienes pudieron sentirse afectados.
Uranio. El domingo 7, edición 796, una nota publicada en la página 38 generó un grave error en la tapa, a partir de otro cometido en el título interior entre signos de interrogación: “¿Argentina le vendió una bomba nuclear a Israel?”. El artículo reproducía parte de un informe publicado por la revista norteamericana Foreign Policy, en el que se revelaba que la Argentina le vendió entre 80 y 100 toneladas de óxido de uranio (yellow cake, en la jerga de los entendidos en asuntos atómicos) a Israel en los años 1963 y 1964, cuando gobernaba nuestro país el radical Arturo Umberto Illia. Foreign Policy es una prestigiosa revista bimestral editada por The Washington Post Company y dirigida por Susan Glasser. En el artículo al que se hace referencia en PERFIL se informa que las ventas de uranio a Israel fueron decididas por el gobierno argentino tras la negativa de Francia a seguir proveyendo el mineral para el desarrollo del Centro de Investigación Nuclear del Néguev (que la propia Francia había contribuido a levantar), ubicado a diez kilómetros de Dimona y a unos 35 del Mar Muerto, en pleno desierto. Como bien explica PERFIL, otros países se habían negado a proveer el material radiactivo ante la perspectiva de que Israel estuviese desarrollando allí armamento nuclear, pero la Argentina sí lo hizo y no comprometió salvaguardas para evitar que el uranio fuese al proyecto bélico.
El error no está en la nota ni en la columna que la acompaña, en la que se habla acerca de la política internacional independiente de la Argentina de Illia, sino en el título interrogativo, que se replica como afirmación en la tapa (“Bomba atómica para Israel”). Y el problema, que no es menor, está en confundir la venta de material radiactivo, de combustible nuclear, con la venta de una bomba atómica. En primer lugar, porque esto no hubiese sido posible: nuestro país no la tenía ni pensaba tenerla, aunque desde 1958 operaba sus propios reactores y desde la década de los 40 extraía uranio de sus minas cordilleranas. En segundo término, porque vender combustible no es lo mismo que vender lo que ese combustible puede generar. Así como el uranio, per se, no terminará necesariamente transformado en una bomba nuclear, una estación de servicio entrega combustible para que funcionen los vehículos de sus clientes, pero no vende autos; y Venezuela exporta a la Argentina gasoil para sus centrales térmicas, pero no le vende centrales térmicas.
Fue un título tan desafortunado como alarmista, aunque se lo pusiera entre signos de interrogación. Decía Jacobo Timerman que se titula preguntando cuando no se tienen respuestas. En la nota había respuestas, pero no iban en el mismo sentido que el elegido: provocar impacto. El contenido, sin embargo, daba sustancia suficiente como para titular sin necesidad de recurrir al exceso.
En anteriores columnas me ocupé de señalar el riesgo que se corre cuando la vidriera (el título) anuncia lo que el interior de la tienda (el texto) no tiene.
Otros temas. Algunas perlitas de la semana pasada:
El sábado 6, en la página 17, hubo un error en un título: la palabra beneficaba en lugar de beneficiaba. Es de esperar que las perspectivas ciertas de que concluya el conflicto entre gremio y empresas por la paritaria del sector permitan mejorar la calidad de lo publicado y el retorno de las firmas a este diario.
El mismo día hubo un error y una omisión en la tapa del suplemento Espectáculos: se anunciaba una columna de Diego Grillo Trubba que no existió; y no se mencionaba el nombre del “cantante romano” entrevistado en la página 3, Eros Ramazzotti.