Philip Larkin era un filisteo. Tiene un poema donde escribe: “Ahora ya no leo mucho: el tipo/ que decepciona a la chica antes/ de que llegue el héroe, el cagón/ que se queda al frente de la tienda,/ me resultan demasiado familiares. Dale al parche:/ los libros son un montón de mierda”. Pero el poema es hermoso y está dentro de un libro de Larkin. En sus antípodas podemos citar el comienzo de La vida nueva, una novela de Orhan Pamuk: “Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y de la silla en la que estaba sentado”.
Quizás las personas ya no tengan recuerdos de la presencia física de los libros, debido a la inflación de la virtualidad. Recuerdo estar en la guardia del hospital donde mi madre estaba en coma y tener en el bolsillo de mi sobretodo negro el ejemplar de Trópico de Cáncer de Henry Miller. Tocar ese libro, sacarlo para leerlo en esos días tan tristes, era algo esencial. El libro era una petaca con un alcohol muy fuerte que destilaba el genio de Miller. Parte del comienzo lo sé de memoria: “No tengo ni dinero ni recursos ni esperanzas, soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista, ya no lo pienso, lo soy: todo lo que era literatura se ha desprendido, ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios”. Pero lo escribía. Escribía un libro que se apartaba de todas las convenciones, un libro que hablaba en un lenguaje animal, nuevo. La prosa de Miller, heredera de Louis-Ferdinand Céline, tenía una alegría que no se encuentra en el escritor francés. Miller, mientras sufre o goza, se ríe.
Hace poco di con otro libro poderoso, me lo leyó mi amigo Fernando y después me lo regaló –los libros no hay que prestarlos, hay que regalarlos–; se llama Retorno a los orígenes y son unas reflexiones sobre el Tao de la época del confucionismo hechas por Huanchu Daoren, de quien se sabe muy poco, salvo que cuando a los 60 años se retiró de la vida pública escribió este libro que atravesó los siglos. Dice cosas que le gustarían a Miller: “Existe un verdadero Buda en la vida de familia, existe un Tao real en las actividades de cada día. Vivir con sinceridad y armonía, y promover la comunicación con un comportamiento alegre y palabras amistosas es más elevado que la práctica formal de la meditación.”