El 27 de enero de 1945, el ejército ruso entró en Auschwitz y liberó a los pocos prisioneros que quedaban en el campo. Los restantes fueron obligados a caminar en la llamada “marcha de la muerte”. Ese día la humanidad comenzó a conocer el más alto grado de inhumanidad, el acontecimiento más monstruoso de la historia (según Norberto Bobbio).
A partir de eso, la pronunciación del nombre Auschwitz sería el sinónimo fiel de la más oscura noche de la historia. Pero hay que recordar que si bien fue el más grande campo de la muerte, no fue el único y la matanza se realizó con los más diversos métodos. Este genocidio se lo conoce como Holocausto o Shoá. Hoy son sinónimos, pero el significado de las palabras es distinto: “Holocausto” significa “sacrificio total por el fuego”, actualmente se utiliza –con mayor precisión– el vocablo hebreo “Shoá”: aniquilación, destrucción.
En un intento siniestro de metaforizar el crimen masivo los nazis decían que Auschwitz era un campo de concentración. En realidad se trataba de un campo preparado para el asesinato masivo integrado a un complejo de fábricas con trabajo esclavo y de experimentación médica con seres humanos vivos. (Auschwitz-Auschwitz II o Birkenau-Auschwitz III o Monowitz).
En algo menos de cuatro años fueron asesinados 1.100.000 personas de toda edad cuya única razón era haber nacido judíos. También fueron asesinados patriotas polacos, rusos, testigos de Jehová y homosexuales. Un inmenso cementerio cuyas fosas están en el aire (donde ascendieron en forma de humo).El solamente pronunciar los nombres de las víctimas nos llevaría casi cuarenta días.
El pensador Enzo Traverso señala que el Holocausto /Shoá “es el único en que el exterminio de víctimas no era un medio, sino un fin en sí mismo”. El Holocausto es un problema de nuestra civilización y de nuestra cultura. Se utilizaron “métodos y eficiencia industrial” para la matanza masiva de población civil indefensa.
Para que no se repitan hechos como la Shoá o genocidios contra cualquier minoría, los seres humanos disponemos de dos herramientas: la memoria y la educación.
Al respecto decía Teodoro Adorno: “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas las que hay que replantear en la educación”. Enseñar el Holocausto y con esto arribar a la conclusión del ¡Nunca más! implica la adquisición de un seguro contra cualquier forma futura de insanía colectiva que pueda emerger. Es necesario que a través de la educación se cree una coraza que proteja a la humanidad contra la discriminación, el fanatismo y la intolerancia.
Contra la indiferencia el historiador Yehudá Bauer enunció tres nuevos mandamientos luego del Holocausto: “No serás una víctima. No serás un perpetrador. No serás un espectador.” Agrega Elie Wiesel: “Hemos aprendido algunas lecciones, que todos somos responsables y que la indiferencia es un pecado y merece un castigo. Hemos aprendido que cuando la gente sufre no podemos ser indiferentes”. Porque, como sostiene Ian Kershaw, “el camino que va a Auschwitz se construyó con el odio, pero se pavimentó con la indiferencia”.
Alain Finkielkraut nos sentencia: “Lo humano en el hombre no es un elemento de la naturaleza, sino una cualidad precaria, siempre sujeta a desaparición”. El mandamiento actual y futuro es no ser indiferente ante ningún proyecto genocida. No permitir la aniquilación física de otros seres humanos y no permitir la desaparición de la memoria de las víctimas. No podemos permitir que el Holocausto mate también el recuerdo de los mártires.
Concluimos con las sabias palabras de Juan Pablo II cuando señaló que espera que “la memoria juegue su parte necesaria en el proceso en el cual la indeleble inequidad de la Shoá nunca más sea posible”.
*Presidente del Cidicsef (Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí-Fesela).