Escena tenebrosa. Rodeado de mastodontes con cara de bull terrier, Nicolás Maduro cerró un acto en la pequeña cancha de All Boys entre el entusiasmo del cristinismo realmente existente. No serían más de diez mil, pero celebraban al hirsuto venezolano como si se tratara de un libertador del continente. Los principales coroneles del activismo pujaban por tocarlo y abrazarlo. Pérsico, D’Elía, Depetri y Larroque desfilaban en el besamanos, extasiados ante el hombre que perdió 475 mil de los votos de Chávez, entre las elecciones de octubre y las sospechosas y cuestionadas del 14 de abril, mientras que el opositor Henrique Capriles sumaba 894 mil votos más.
Precario, gutural y ridículo con esa bufanda con los colores venezolanos que le protegía su grueso cuello, fue la estrella de la noche para el aparato de Unidos y Organizados que se amuchó ante Maduro sin ninguna pretensión de argentinizar la velada. Hay antecedentes locales, desde luego: Fidel Castro y Hugo Chávez han hablado en solitario en tribunas argentinas desde 2003, ante la displicencia amable de los gobiernos kirchneristas.
Un aplastante ideologismo domina estas ceremonias. Son movidas pura y excluyentemente armadas desde y para el aparato militante. Las “masas” nativas no se agolparían al anochecer de un día hábil en una destemplada canchita de fútbol para deleitarse con la verba precaria del heredero designado del régimen venezolano. Maduro es, además, un sujeto particularmente limitado, y su universo dialéctico así lo revela. Los temibles guardaespaldas que lo acompañaban mostraban la debilidad evidente del jerarca, como si los servicios de seguridad de Caracas actuasen en la convicción de que la vida del macizo Maduro corría peligro en Buenos Aires.
La ocasión es propicia para imaginar, al solo efecto comparativo, una hipotética situación, parecida, pero a la inversa. Visitan la Argentina, por ejemplo, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, o el chileno, Sebastián Piñera, etiquetados como “neoliberales” por la propaganda militante. Como acto central, el partido PRO organiza un acto público, y el único orador es uno de ellos. La hinchada argentina corea consignas de admiración, y el huésped le habla a la gente como si estuviera en su propio país. Más allá de que la eventualidad es inimaginable, porque ningún presidente de perfil democrático intervendría tan groseramente en asuntos internos de otro país, en este caso la vocinglería oficial y su artillería despotricarían contra las promiscuas relaciones carnales, y tratarían de cipayos y vendepatrias a los concurrentes.
Es el famoso doble criterio oficial, el ya emblemático así-como-te-digo-una-cosa-te-digo-la-otra. Las que en un caso son estigmatizadas como demostraciones de vasallaje, sometimiento y entrega, en el otro se presentan como pura nobleza solidaria, internacionalismo y amistad entre los pueblos. Castro, cuyo gobierno estableció relaciones diplomáticas con la Argentina en 1973, dijo ante las Naciones Unidas en 2001 que el presidente constitucional de este país era “un lamebotas de los yanquis”. No bien cayó Fernando de la Rúa, Cuba felicitó entusiastamente al fugaz Adolfo Rodríguez Saá, y ya con Néstor Kirchner en la Casa Rosada, Castro vino a Buenos Aires y pronunció extensos discursos en actos populares en Buenos Aires y Córdoba. Chávez hizo lo propio. Ahora le tocó a Maduro.
Los gobiernos originados en el peronismo son fastuosamente cordiales y hasta dispendiosos cuando se trata de abrir las fronteras para que desde afuera vengan a dar cátedra. ¿No recibió acaso Juan Perón muy afectuosamente al dictador nicaragüense Anastasio Somoza en Buenos Aires el 16 de octubre de 1953? Estos gobiernos son reciamente celosos de la patria, en cambio, cuando sus jerarcas sospechan de una supuesta carnalidad consumada desde trincheras diferentes. Estos procedimientos perpetran una falsificación esencial, un frontal desmentido de la verdad, una patraña.
Es un grupo gobernante que, desde Cristina para abajo, no siente remordimientos por agredir de frente a la verdad más elemental. El tema de la semana, el blanqueo de capitales negros y el indulto para los deudores fiscales, es una epifanía del doble discurso y de la estafa dialéctica más aviesa. Exactamente igual que el común de los regímenes autoritarios, el grupo que gobierna la Argentina está instalado en una burbuja retórica. En ese sauna de la distorsión, la inflación no llega al diez por ciento, Amado Boudou es un probo ciudadano que acredita largos años de militancia al servicio del pueblo y Hernán Lorenzino es un sólido y versado ministro de Economía.
¿Cuánto de estas vulgares cirugías estéticas son producto de la convicción arraigada y dónde comienza la falsificación deliberadamente delictiva? En un futuro no muy lejano éste será uno de los ejes centrales de la autopsia de esta época. El fervor religioso y místico con que las tropas unidas y organizadas del oficialismo abrazaron a Maduro mostraba sus dos caras. Los D’Elía y camaradas extasiados con el hombre fuerte de Caracas tienen más intereses que pasiones. Los anónimos militantes que vestían las tan poco peronistas camisas rojas nutren ese ejército de catequizados que se alimentan de una fantasía. Los montoneros de 1973 tampoco objetaban las relaciones de Perón con Somoza y otros sátrapas, como el paraguayo Stroessner, el dominicano Trujillo, el colombiano Rojas Pinilla y el venezolano Pérez Jiménez. Ninguna verdad debía interponerse con el inmaculado relato de una épica trucha.