Mantengamos el anonimato. En medio de la charla, Obdulio dice que a cierta edad uno no sabe ya si seguirá escribiendo. La afirmación cae como una bomba. Remigio sonríe de costalete, Eustaquio ídem. También yo callo, pero me digo que eso es imposible; imposible para Obdulio, no puedo representármelo fuera de la escritura, pero a la vez imagino que si lo dijo es porque ya evaluó alternativas, seguro que cuenta con posibilidades –a decir verdad no sé cuáles– que a los demás nos fueron negadas. No lo imagino sin escribir y tampoco me imagino a mí mismo no haciéndolo. Pienso que su comentario expresa algo que él mismo desconoce, que es parte de un momento de transición y que dentro de un tiempo pasará a un nuevo estadio, a una nueva relación con el arte de la novela.
Un par de días más tarde, y aludiendo a la afirmación de Obdulio, Remigio me comenta que Viktor Shklovski decía que toda gran literatura se reduce a un anacoluto. ¿Anacoluto, anacoluto? La tenía, a la figura retórica, pero la olvidé. También pasa con las antiguas novias, que se fueron con otros. ¿Cómo se llamaban? La busco, a la palabra, no a ellas. Definición: “El anacoluto o solecismo es un cambio repentino en la construcción de la frase que produce una inconsistencia, como si se hubiera cambiado la estructura sintáctica a mitad de frase”.
¿Puede ser que Shklovski y yo acertemos en el caso de Obdulio, Shklovski mirando hacia su pasado y yo hacia su futuro? ¿Será que le vaticino cambios, dichosas roturas del orden y de la concordancia, deliciosos desvíos e inconsecuencias en sus próximos libros porque yo mismo estoy enfrascado, encerrado, enterrado en una novela, y temo también mi pronto fin como escritor? Mi optimismo, mi generosidad, mi noble deseo de que continúe en el noble arte de la escritura, resulta entonces un ejercicio defensivo. Toda interpretación es autobiográfica.