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Método de italiano

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Estoy en Udine, al norte de Italia. Las noticias de Buenos Aires son intermitentes. La luz visita a mi familia en tandas y al capricho. En el vapor de la distancia, todos parecen conformar un grupo de gitanos itinerando de casa en casa, ora huéspedes, ora anfitriones, para demostrar un beneficio secundario de la hecatombe: acerca humanos.

En Udine, en cambio, hace frío y llueve desde hace una quincena. Sobre la mesa me han dejado un libro de la Unión Europea que reza en la tapa: Apuntes de meteorología para el Friuli-Venezia-Giulia. Es un libro de cien páginas con gráficos de anticiclones, Alpes e isobaras para explicar por qué llueve y tranquilizar al ciudadano pagaimpuestos a fuerza de fina impresión y difusión gratuita.

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Todo escritor debe probar el lujo de hablar italiano, sobre todo de hablarlo mal, porque implica jugar con las palabras, los sonidos. No hay forma de no pifiarles a los artículos; su uso es perverso y aniñado. Una de mis actrices –que es turca– me explica que en turco no hay artículos, ni género, y que una vez se enamoró de un personaje de una novela hasta que en la página 300 se dio cuenta de que era una mujer.

Los italianos le sugieren que es un error gravísimo prescindir del género, y estoy de acuerdo, pero el género italiano está exagerado, exacerbado. Es la misma rara lógica de coincidencia entre lengua y cultura que hace que el ruso prescinda del verbo “tener” y se eche a parir el comunismo.
Pregunto en italiano revoltoso en qué anda Berlusconi. Después de declarar que la Merkel era una culona incogible, se asentó –preso por un año en su villa– con novia fija. Se enamoró del perro de esta novia, un caniche que se llama Dudú, y está militando por la causa animalística. Dice que los tenedores de animales no tienen resguardados sus derechos y creó un partido con el nombre de su perro, Dudú, que está dando paso al duduismo.

Me corrijo: no son sólo las palabras del italiano las que alimentan la imaginación del escritor. Es toda Italia.