“El hombre más lento, que no pierde de vista el fin, va siempre más veloz que el que vaya sin perseguir un punto fijo.”
Gotthold Lessing (1729-1781), ensayista y poeta alemán de la Ilustración.
¡Gracias, gracias, gracias…! Con el paso a la inmortalidad de la Armada Brancaleone maradoniana, frustrada en su misión divina de recuperar el Santo Grial para la patria, me imaginé de regreso en la previsible llanura nativa. Maldición. Otra vez la adormecedora sonrisa de Russo, los horribles planteos de Carusito, los gags de Ramón, el fino comediante de Boedo, o el nuevo “hoy un juramente, mañana una traición” del gordo Fabbiani. Qué tortura, colegas.
Pero no. De un día para el otro y cuando nadie lo esperaba, reapareció otro sainete nacional, una alternativa válida a las novias con CUIT de Ricky Fort y la explosión de acné adolescente con treinta puntos que afecta a Tinelli. Señores, ¡volvió el Enganche Melancólico y su telenovela bostera! Un universo de pasiones encontradas, villanos que no quieren su felicidad, un pueblo movilizado en otro 17 para defender líder y contrato, intereses espurios operando en las sombras y un amor puro por los colores que jamás morirá. Wow. Salvado el hombre.
Por lo que se ve, el romance de Riquelme y los dirigentes de Boca ya tiene más casamientos, peleas y reconciliaciones que Liz Taylor y Richard Burton. A mí me pasó, con una novia que tenía. Un enganche fuerte (pero más divertido) con finales desgraciados y, para colmo, repetidos. Menos mal que no llegué a firmar.
Los protagonistas del vodevil, más allá de todo, defienden un interés superior al que sitúan muy por encima de cualquier enfrentamiento circunstancial. ¿Boca Juniors? ¡Nah! Lo que buscan es asegurarse la vejez, muchachos, sobre todo ahora que lo del 82 por ciento viene duro. Riquelme, porque exige cinco palitos verdes limpios por cuatro años a sus 32; y los dirigentes –que responden con su patrimonio personal si llega a haber algún problema–, porque no quieren mudarse del country, ni terminar garroneando un lugarcito en el panel de Fantino, como Ruggeri. Gente sensata.
Todo sucede en el país de las paradojas. Mientras el símbolo Millonario es Almeyda, el club más popular se desvive por Riquelme, sutil pisador y fabricante de túneles. Las sudorosas masas lo reclaman, priorizándolo frente a otros íconos boqueases, como la panza del Dios nativo asomando en su palco o los Milagros Martinicos. Y resisten la actividad destituyente de los fieles al hijo de Franco, que lo detestan.
Es más: el arreglo –si se hace, ojo– profundizará aún más la crisis política entre macristas, neo macristas, post macristas y amoralistas, que es suena feo pero es mejor que “amealistas”, es decir, los partidarios de Jorge Amor Ameal, el hombre que sueña con dos espaldas bien ocupadas durante los próximos años: la de Riquelme con la diez, y la de él contra el respaldo del sillón presidencial. Lindo.
La noche del viernes fue un infierno. El futuro de Riquelme dividía las aguas. Los relatores “¡An buan mamanta!” y “¡No lo cante, no lo grite, no se abrace!” inclinaban sus canchas, uno en contra, el otro a favor. Y mientras la incertidumbre por el destino del Ultimo Enganche de la Nación dejaba en un triste segundo plano a Arsenal-Lanús, el partido inaugural del Apertura, las aves de rapiña –el insaciable Racing (dispuesto a dar lo máximo), los Rojos (lanzados como un camión) y hasta el Estudiantes de Verón–, volaban en círculos, listos para tentar al héroe injustamente despreciado. ¡Horror!
El vice José Beraldi –indignado por el buchoneo de todo lo que pasaba puertas adentro–, hablaba y hablaba sin decir nada, una especialidad en la que, ingenuo de mí, pensé que Luis Segura era insuperable. El vocal romano ortodoxo Horacio Palmieri se lamentaba por “esta falta de respeto al ídolo” y los demás involucrados no atendían sus celulares, preservando la buena salud de los neumáticos de sus camionetas y los inmaculados frentes de sus casas.
Esa reunión secreta parecía la vida de Fort. Nadie parecía dispuesto a guardar secretos, como sí lo supo hacer don Winston Churchill después de ese amable encuentro de sus pilotos con platos voladores en la Segunda Guerra. Jah… ¡Ese sí es un buen conservador y no Mauricio el afeitado, compatriotas!
Al final hubo fumata bianca y, parece que Juan Román I, el Melancólico, será entronizado. Pobre Borghi. Acostumbrado a hacer funcionar sus equipos a partir de una idea colectiva, deberá resignarse a funcionar como un stage manager de Estela Raval y los Diez Latinos. Ojalá la Balada de la Trompeta les salga afinadita. Glup.
De eso, justamente, dependerá el futuro político de Amor Ameal y el trabajo del Bichi, dos tipos demasiado buenazos para sobrevivir sin sobresaltos en este ambiente tan caníbal del fútbol. La cosa no será fácil ni amable en las altas cumbres bosteras. Si el equipo gana habrá abrazos emocionados, pero igual se arrancarán los ojos entre ellos, y mucho más con las elecciones encima. Y si no ganan… el espectáculo será dantesco y nos enteraremos de los detalles más escabrosos en vivo y en directo.
Show garantizado, señores.