En febrero de este año el rapero español Pablo Hasél fue arrestado por rapear y escribir en sus redes mensajes contra la monarquía. El catalán fue condenado a nueve meses de prisión por los delitos de “enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona y a las instituciones estatales”. En uno de sus videos, mostró a “Juan Carlos el Bobón” en su juventud haciendo un elogio chocante del General Franco. Por eso, se refiere a sus perseguidores como “Hijos de Franco condenando por ser franco” y, en entregas posteriores, junta en un mismo verso las palabras “guillotina”, “Letizia” y “botox”. En las principales ciudades españolas, los simpatizantes de Hasél que se manifestaron por su liberación fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad.
Por su lado, el 1º de mayo, el rapero italiano Fedez denunció haber recibido presiones por parte de la RAI para que no leyera, durante un concierto, una proclama en contra del partido ultraderechista Lega Lombarda, citando las palabras de varios de sus integrantes en contra de la comunidad LGTBIQ+, a propósito de una ley antihomofobia y antitransgénero trabada en el Parlamento italiano por la resistencia de la derecha.
Si bien la RAI negó la censura, Fedez publicó la grabación de una llamada telefónica con un ejecutivo de la compañía pública que lo conminaba a no citar nombres propios en su proclama en defensa de la ley.
Nada de esto habría escapado de la esfera de los análisis críticos de los microfascismos contemporáneos, que todavía hoy se levantan en guerra contra la negatividad de la música y el arte, si no fuera por el triunfo brutal del PP, el martes pasado, en las elecciones autonómicas de Madrid y el espectacular retroceso de la izquierda.
El presidente del PP, Pablo Casado, dijo que “Hoy Madrid es el kilómetro cero del cambio en España”. Un cambio que implicará pasar del microfascismo al fascismo a secas. Contra la guillotina del rap, los fusilamientos regios.