Muchos economistas no se ponen de acuerdo en si el mundo ha retomado la senda del crecimiento o si todavía seguirá boyando en una seudorecesión por un tiempo prolongado. En lo que muchos sí coinciden es en que China será una de las grandes protagonistas del futuro y que su potencia arrolladora será vital para sacar al mundo del pozo en que se encuentra... “¿Que la Bolsa de Shanghai cayó el veinte por ciento en el mes de agosto? ¡Qué importa! No significa nada, es sólo una depuración del mercado…” Es evidente que, a pesar de todo, China sigue de moda. Y la verdad es que a veces pareciera que los periodistas y economistas se pelearan por ver quién le hace los halagos más grandes. Sólo algunos, como Nouriel Roubini (profesor de Economía en la Universidad de Nueva York que ganó notoriedad por sus acertadas predicciones sobre la recesión global), desafían la corriente. Hace poco afirmó: “La economía china es demasiado pequeña para liderar la recuperación global. Su PBI es el veinte por ciento del de los EE.UU. y su consumo es sólo el diez por ciento”. Y tiene razón.
Lo cierto es que China es un enigma. Un país del que se sabe poco y se habla mucho. Más allá de los impresionantes números que presenta (exportaciones, producción de acero, aumento del PBI, etc.), no sólo su tamaño relativo no es tan grande como parece sino que su situación es mucho más delicada de lo que se cree. Jean-Luc Domenach nos lo advirtió hace algunos años en ¿A dónde va China?, editado en España por Editorial Paidós.
La verdad disimulada es que China, a pesar de todos sus logros y sus dimensiones, todavía no puede ser “la locomotora salvadora del mundo”. China es un país donde las manifestaciones populares por la marginación y el aumento de la desigualdad son cada año más numerosas. Y son la principal razón por la cual es necesario que su economía crezca, por lo menos, al ocho por ciento anual (admitido por las propias autoridades).
China es un país donde el sesenta por ciento de la población todavía es pobre y rural. Donde muchos de los campesinos tratan de escapar a las grandes ciudades para buscar mejores oportunidades y donde la mayoría de los que lo logran sólo encuentran trabajos mal remunerados y terminan viviendo en condiciones infrahumanas. A estas personas se las llama mingong, y son el combustible humano que mueve al país.
Sacar a millones de personas de los arrozales para trabajar por centavos en una fábrica no es suficiente para decir que se terminó la pobreza. Mucha de esa gente seguiría siendo considerada “pobre” según nuestros parámetros o los de cualquier país occidental.
Todo esto, sin profundizar en los costos que algún día deberá pagar por los desastres ecológicos que se está auto-generando por el crecimiento descontrolado.
Otro mito que se ha creado sobre este país es la valoración de su clase media concebida en sólo veinte años. Son aquellos que tienen un trabajo mejor remunerado y que no tienen una relación directa con algún miembro del Partido Comunista Chino. Haga la cuenta: ¿cuántos activos puede tener hoy un empleado que cobra en yuanes (moneda de escaso valor frente al dólar) y que hace veinte años no tenía nada? Tendrá una casa, tal vez un auto y algunos ahorros, si no tiene deudas. ¿Cuántos meses puede sobrevivir si pierde su trabajo “exportaciones-dependiente”?
El verdadero activo de China, además de su mano de obra “gratis”, no es su “clase media virtual”, sino las reservas en bonos del Tesoro estadounidense que puede utilizar, y lo ha venido haciendo, para dinamizar su demanda interna. Pero esas reservas deben ser bien canalizadas y además tienen un límite. Sobre todo si los EE.UU., su principal deudor, hacen crecer su deuda a niveles que algunos dudan que la pueda pagar. Cierto es que muchos creen que EE.UU. no podrá caer, ya que es demasiado grande para hacerlo… pero del Imperio Romano alguna vez se dijo lo mismo, ¿o no?
*Autor del libro La era de Chiapas.