Yo sabía que no tenía que hacerle caso a mi amigo A.C. El me dijo “andá a verlo, seguro que le va a interesar”. Pero no le interesó nada, por supuesto, y no sólo eso, me maltrató, me recibió apenas tres minutos y ni me prestó atención. Creo que ya ni se debe acordar de mí, siendo que nuestro encuentro ocurrió hace apenas dos días. Yo había leído Comment doit-on s’habiller? (¿Cómo debemos vestirnos?), de Adolf Loos, traducción al francés de una gran antología del artículo sobre moda de uno de los fundadores de la arquitectura moderna –de origen austríaco– y, al comentarle mi entusiasmo (con frases del tipo: “habría que publicarlo en castellano”) A.C. me recomendó ir a ver a un editor amigo suyo que había editado un par de compilaciones sobre el dandismo, un libro sobre moda y literatura argentina, y no sé qué cosa de Monsiváis, y que suponía –como ya fue dicho– que podría interesarse en mi propuesta. ¡Qué error! El tipo resultó un engreído, un soberbio, un snob, y encima de todo un falso vanguardista. Sobre su escritorio alcancé a ver una calculadora y una hoja impresa que decía “PVP a partir de mayo”. ¡Un vanguardista con calculadora! Cuestión que en menos de ciento ochenta segundos me dijo que no le interesaba la propuesta –sin siquiera haber visto el libro–, me dijo algo acerca de que la Embajada de Austria no da subsidios a la traducción y me acompañó hasta la puerta.
Una pena –para él y la editorial en la que trabaja– porque el libro es sumamente interesante. Loos –muerto en Viena en el fatídico año 1933– es conocido por haber escrito Ornamento y delito, texto clave en la utopía de una arquitectura moderna antiburguesa, igualitaria, racionalista, funcional. El ornamento, es decir, aquello que no tiene función, que sobra, que está de más, es definido ya desde el primer párrafo como “un signo de degeneración estética y moral”. El diseño de Loos –decididamente genial– del Café Museum de Viena, no incluye un solo adorno. La revolución y la estética –grandes temas de conversación en la Viena fin de siècle– apuntan en Loos a un absoluto casi abstracto, la maravilla de la forma despojada de cualquier manierismo, de todo dejo –incluso lejanísimo– de influencia barroca. Pero la moda, en principio, vendría a ser todo lo opuesto: juegos, máscaras, pliegues, texturas, frivolidad. Pero si el libro de Loos es extraordinario, es precisamente por el modo en que discute con esa idea, que no es otra que la de la estética y el modo urbano del art nouveau, propio de la Viena de fines del siglo XIX, con la que Loos tenía grandes desacuerdos (de hecho, Loos comprendió “lo moderno” en los tres años que pasó en Estados Unidos, y siempre le reprochó a la cultura vienesa su falta de “una idea de la ingeniería”). En sus artículos –sobre el sombrero masculino, los zapatos, la moda femenina, el cabello corto, etc.– Loos apuesta por una moda racionalista, que bien podría leerse como fundadora de una tradición que más tarde se llamará “minimalismo”. Entre medio, claro, es de una ironía demoledora frente a lo alemán, y más aún, lo austríaco, ante la falta de cosmopolitismo y el provincialismo del eje Berlín-Viena. Aquí Loos se inscribe en la mejor de las tradiciones: la que ironiza sobre su propia cultura, sobre sus tradiciones, sobre su propio contexto. No hay pensamiento crítico por fuera de esta tradición.