No pertenezco a la generación de la dictadura, sino más bien a la primera que se formó con la democracia. Sin embargo incorporé algunos hábitos de los años anteriores. Uno, es la tendencia a leer los diarios entre líneas. Me importa tanto “lo real” como de qué manera lo tratan los medios. Por dar un ejemplo reciente, sobre la segunda gran inundación consecutiva de Buenos Aires, me intrigó que en la amplia cobertura que el diario de mayor venta dedicó al tema –el sábado 20 de febrero– la palabra “Macri” apareciera apenas sólo una vez, disimulada en el cuerpo de una nota, y las palabras “Gobierno de la Ciudad” directamente nunca. Esas palabras tampoco aparecieron ni en los títulos de tapa ni en las clásicas columnas de opinión, escritas habitualmente con apresurada prosa indignada. ¿Qué significa esa ausencia? ¿Una forma sutil de encubrir al jefe de Gobierno y desplazar el eje hacia otro lugar, como el cambio climático, etc.? Difícil saberlo (aunque fácil imaginarlo). Como no ocurría desde hace décadas, este es un tiempo en el que es imprescindible decodificar a los medios a partir de lecturas entre líneas, donde es necesario leer en segundo grado para poder comprender las razones que guían tal o cual decisión editorial (también se puede pensar que las decisiones editoriales cada vez son menos editoriales).
Pensaba en todo esto mientras leía La persecución y el arte de escribir, de Leo Strauss, recientemente publicado por Amorrortu. Filósofo judío, nacido en Alemania en 1899 y muerto en Estados Unidos en 1973 –a donde llegó escapando del nazismo–, su nombre está asociado generalmente a una derecha conservadora. Pero su obra está siendo revisitada en el marco de un horizonte de lectura, desde el progresismo, de ciertos pensadores de derecha que comparten una visión crítica de la modernidad y de la idea trivial de progreso democrático (En Liberalismo antiguo y moderno, editado por Katz, Strauss escribe frases contundentes como “La democracia no es entonces gobierno de masas, sino cultura de masas”). En La persecución y el arte de escribir realiza un formidable análisis del modo de escritura que, a lo largo de la historia, adoptaron filósofos y escritores cuando debieron trabajar en condición de persecución personal y situación de censura. Y el modo principal es, precisamente, la escritura entre líneas: “La persecución da origen a una peculiar técnica de escritura en la cual la verdad acerca de todas las cosas fundamentales se presenta exclusivamente entre líneas. Esa literatura tiene todas las ventajas de la comunicación privada sin sufrir su mayor desventaja: llegar sólo a las relaciones del escritor. Disfruta de todas las ventajas de la comunicación pública, sin padecer su mayor desventaja: la pena capital para el autor”. Y un poco antes, Strauss escribe: “En una gran cantidad de casos, lo que se llama ‘libertad de pensamiento’ equivale a la habilidad para escoger entre dos o más opiniones diferentes expresadas por la pequeña minoría de personas que hablan o escriben para el público; puede incluso llegar a decirse que, a todos los fines prácticos, la libertad de pensamiento consiste en ello”.
Y luego, mientras guardaba los libros de Strauss en mi biblioteca, encontré por azar el número uno de la revista Sitio, cuyo consejo de dirección estaba integrado, entre otros, por Ramón Alcalde, Luis Gusmán y Eduardo Grüner (en ese primer número colaboran, también entre otros, Perlongher, Osvaldo Lamborghini y Ricardo Zelarayán). Lo abro, y veo que, luego de una editorial de presentación, el primer artículo es… Escribir entre líneas, un arte olvidado, de Leo Strauss. Ese número se publicó en Buenos Aires en diciembre de 1981, en plena dictadura. Demasiadas semejanzas perduran entre esta época y aquella.