Así que llegó la grieta a los periodistas de tenis?”. Como mi abuela Elvira me enseñó que se dice el pecado y no el pecador, no cometeré la imprudencia de decir cuál de todos los fenómenos que nutrieron nuestro tenis durante la última década me tiró la pregunta, sonrisa socarrona de por medio.
Soy de los que reniegan de los rotulados. Así como creo firmemente que hay periodistas especializados en deporte y no periodistas deportivos, mucho menos me haría cargo de quedar entreverado en un universo con mucha gente amiga, varios colegas cuyo prestigio, en algunos casos, trasciende las grandes luces, un puñado de tuiteros con credencial y hasta literatos por encargo. Lejos de pretender explicarle todo esto al crack, asentí y doblé la apuesta: “Si conocés algún oferente, avisame y te paso mi cuit”.
Ni la presencia del enorme Rafael Nadal alcanzó para que, durante la semana del ATP porteño, sólo se hablara del torneo. Por lo que acabo de contarles, tampoco fue asunto exclusivo de periodistas y de redes sociales esto de dividir a las personas entre propios y ajenos. Se ve que el asunto fue de interés profundo en la zona reservada a los jugadores.
De todos modos, sólo para disfrazarme de “distinto”, dedicaré con justicia un poco de atención al torneo que está por terminar. Al fin y al cabo, aunque cronistas, jugadores, retirados, dirigentes, hinchas y raqueteras hayan cuchicheado durante horas sobre “los unos y los otros”, fue el Argentina Open el que les dio cobijo. No se puede hablar del Himno Nacional sin mencionar a Mariquita Sánchez de Thompson.
Dentro de un torneo que involucra infinidad de aristas, aquí el que todo lo merece es Nadal. Su presencia es tan cautivante como la reacción que provoca en el público. Supongo que somos muchos los que nos conmovemos con la presencia de un señor que ganó nueve veces Roland Garros y que es el mejor exponente de todos los tiempos en la superficie amada por el tenis argentino.
Pero, evidentemente, hay más que eso. Rafa genera un fenómeno que trasciende sus números, su gloria o su fortuna. Nadal da la certeza de la entrega absoluta. Jugando mejor o peor, te deja la sensación de que, después del partido –y de que hayas pagado tu entrada– el flaco tiene derecho a pasar la gorra.
El español es uno de esos ejemplares que, además, hace sentir al público argentino diferente al resto. Me compro feliz la dosis de demagogia cuando Nadal agradece y asegura que “a veces, me gustaría ser argentino para que me alentaran como propio”. Fue en la noche del viernes, luego de derrotar duro a Delbonis y ganar uno de esos puntos mágicos que figuran en el top ten del balance de fin de año. Creo que, efectivamente, el argentino es un público que hace rato dejó de disfrutar exclusivamente de las actuaciones de sus jugadores para celebrar el buen tenis en general. La mejor muestra al respecto la da la cantidad de público que viene habitualmente al ATP y el marco que ofrecen torneos como los de Río o Acapulco, que pagan el doble de premios que el de Buenos Aires pero que pareciera que sólo con la reencarnación de Vinicius de Moraes y de María Felix podrían llenar una tribuna.
Una vez más, el éxito del certamen tuvo que ver tanto con la presencia de Nadal y la buena performance de Pico, Berlocq y Delbonis como con la fidelidad de un público que valora lo que se le ofrece.
Aún dentro del contexto de una muy buena semana, el asunto de la Davis lo sobrevoló todo desde la mismísima noche del lunes, luego de que Mónaco anticipara en conferencia de prensa lo que el capitán Daniel Orsanic confirmó al día siguiente.
La no convocatoria de Juan Mónaco para la serie que se jugará la semana próxima con Brasil llenó el aire de versiones, acusaciones en voz baja y apenas ese par de declaraciones a cargo del propio Pico.
El camino del morbo conduce directamente al error de pretender contarle a la gente lo que se desconoce. Al menos, aquello sobre lo cual no se tienen datos fehacientes. Como no es un dato menor acusar a un jugador de presionar a un capitán y a toda una dirigencia a no convocar a un colega para una serie que ni siquiera va a disputar, les dejo como alternativa al respecto que busquen algunas cuentas de Twitter que, me cuentan, sólo tratan del puterío. A veces, algunos temas te obligan a hablar de lo que se sabe y no de lo que se piensa. Y sobre lo que querés creer de todo lo que te cuentan.
Circunscribámonos, entonces, a lo deportivo.
Desde el mismo martes en el que se anunció el equipo para jugar en Tecnópolis me pareció inapropiada la no inclusión de Mónaco. Hay pruebas en audio y video al respecto. Hoy, con una final por delante y triunfos incuestionables ante Mayer (primer singlista argentino), Cuevas (el de mejor rendimiento en la gira Sudamericana) y Almagro (uno de los diez mejores del mundo en polvo de ladrillo de la década y en plena recuperación), se convierte en una decisión que me resulta difícil justificar.
Por un lado, es rigurosamente cierto que Juan no atravesó últimamente los mejores momentos de su carrera y que algunas de sus últimas actuaciones coperas no fueron ni exitosas ni confiables.
Pero nada de lo negativo que se le pueda adjudicar me parece lo suficientemente poderoso como para dejarlo fuera: ¿cuál de los cuatro convocados garantiza aquello que se considera que Mónaco no está en condiciones de dar?
Es cierto que era difícil de imaginar una actuación como la que está teniendo Pico. Y que es posible que haya encontrado fortalezas a partir del desaire. Todas las dudas se hubieran licuado con el sólo hecho de haberlo incluido en una lista de cinco convocados, algo que la Argentina viene haciendo desde hace un buen tiempo. Un recurso gratis e inocuo. Siempre hubiera habido tiempo para bajarlo a Mónaco del equipo. Inclusive a último momento. El problema es que ahora, ante el hecho consumado, ya no se lo puede incluir. Y el argentino que llega con los mejores resultados y el mejor estado anímico ya no puede ser convocado.
En todo caso, hubiera valido la pena extender lo más posible el tiempo del análisis. Más aún teniendo por delante una semana de tenis de primera línea en Buenos Aires. Más aún en el contexto de un equipo parejo en el que nadie ha jugado especialmente bien desde que empezó la temporada.
Dudo mucho de que lo sucedido en los partidos de esta semana no sea materia de análisis camino a las definiciones para la serie de Tecnópolis. Sin ir más lejos, ¿cómo no desmenuzar el gran partido de Berlocq ante Nadal antes de decidir si él o Federico serán singlistas el próximo viernes? ¿No hubiera potenciado las posibilidades argentinas darse el derecho de incluir en el mismo análisis la enorme semana de Mónaco?
En el contexto de un equipo con jugadores signados por la inestabilidad, esta performance de Mónaco y su ausencia son un grito difícil de explicar.
Con los monstruos de la Legión mirando desde el palco, con Juan Martín del Potro en plena recuperación y comprometido con la próxima serie, que el finalista argentino en un ATP jugado en casa a una semana de una serie de Davis ante nuestro público constituye una omisión sin precedentes.
Y el barullo periférico a las cuestiones deportivas representa la más fiel muestra de nuestra incapacidad para aprender de las malas experiencias.
Hace más de treinta años que la Copa Davis altera la lógica de nuestro tenis. Antes que sumar, dividimos. Y los de afuera adherimos a uno de los bandos como si se tratase de un pan y queso en un recreo.
No supimos tener la paz para ganarla siendo los mejores. Ni en 1980 ni en 2008.
Tampoco supimos asimilar la angustia del sábado por la noche en Sunrise, cuando los israelíes nos mandaron al hotel match point abajo para irnos a la B.
A veces, no se trata de tener razón o de imponer condiciones, sino de tener la sabiduría para encontrar los atajos y aprovechar los recursos camino al objetivo que todos deseamos.