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Navidad de reserva

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¿Cuándo dejó de gustarme la Navidad? No lo sé, pero en un momento cierta alegría infantil dejó paso a la angustia y el incordio. En las fiestas, los familiares que no ves durante el año salen de sus cuevas y te buscan, caminando como zombies, al igual que en las películas de George Romero, para que pases las fiestas con ellos.  De este lado del mundo el verano suele poner la calefacción al mango y la cosa se pone pegajosa. Es, como cantaba Luca Prodan con cierta sorna, una noche de paz y una noche de amor, por eso miles de personas en todo el mundo se sienten más solas que nunca. Ahí está el amigo que no sabe dónde va a pasar las fiestas, y el laburante que las va a pasar trabajando. Y las personas que aprovechan para comprar y comprar en los negocios que están abiertos hasta muy tarde esperando el nacimiento del niño Dios, es decir, el dinero. Si la Navidad tuvo algo de recogimiento espiritual, nadie parece recordarlo. Cuando era muy chico, armar el arbolito con mis padres, el pesebre con arena de verdad y un espejo que hacía de lago y , posteriormente, poner los zapatos para que lleguen los Reyes Magos, era algo genial. Me acuerdo acostarme a dormir con una alegría infinita. Deleuze dice que la alegría surge cuando uno puede expresar su Potencia. Y que por lo general es el Poder el que trata de que no lo consigas, de ahí viene la tristeza de estas navidades de reserva –como canta Santiago Barrionuevo– que cada uno ejecuta como puede.