En una carta pública, un grupo de opositores al gobierno de Alberto Fernández nos propuso esta semana un interesante neologismo: “infectadura”, que no designa a la pandemia sino al Gobierno. La “infectadura”, de la que el Gobierno sería promotor, amenaza la democracia, aumenta la pobreza y conduce al país a la crisis económica.
Si designara a la pandemia, esta nueva palabrita tendría un sentido inmediatamente comprensible, porque, en efecto, la peste se ha instalado de manera totalitaria condicionando nuestra vida cotidiana, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos e, incluso, nuestros valores. La peste, como una dictadura, obliga a comportarse de un cierto modo, de lo contrario, el encierro hospitalario o la muerte serían el desenlace inevitable. El hospital habría pasado a ser un escenario equivalente al de la cárcel o la desaparición durante la dictadura real que vivió la Argentina. ¿En serio?
Firman la carta, promovida por la investigadora del Conicet Sandra Pitta, 300 científicos de variadas disciplinas, intelectuales y periodistas, entre ellos algunos famosos como Luis Brandoni, cuya experiencia en 1976, seguida del exilio y de la persecución de amigos, debería ayudarlo a separar la paja del trigo.
Hipérbole. “Infectadura” es una hipérbole política y como tal debe ser examinada. La peste es, en efecto, una dictadura porque, como la que vivimos entre 1976 y 1983, ejerce su dominio sobre nuestras libertades y nuestros deseos; intenta colonizar nuestro pensamiento hasta volvernos monotemáticos; y nos envuelve en una red de miedos, de suspicacias, de sospechas, incluso de delaciones. La peste es la “infectadura” que padecemos no solo los argentinos, sino muchas otras regiones de América Latina, y en algunas de ellas de manera más feroz y ensañada, como sucedió con las dictaduras de la década del 70 en el sur de este continente.
Si eso quisieron decir en su carta pública gente democrática como Santiago Kovadloff, Daniel Sabsay o Juan José Sebreli, estamos de acuerdo. Vivimos bajo el autoritarismo de una fuerza que se ha impuesto sobre nosotros. Esa fuerza es la peste.
Fernández ha tenido que luchar contra dos pestes: Cristina Kirchner, su gran electora, y la pandemia
A diferencia de la dictadura que padeció la Argentina, la peste nos cierra el camino del exilio, porque hoy no es posible el desplazamiento a otros países, y porque en esos países no impera la “infectodemocracia”, sino que también, con diferentes metodologías, estarían gobernando “infectodictadores”. En 1976, algunos de los firmantes del documento pudieron huir de la represión exiliándose en México o en España. Hoy no están abiertos esos refugios. No es justo atribuírselo al gobierno de Alberto Fernández. A fin de acusarlo en este punto, habría que demostrar que instruyó a sus embajadores para que otras naciones rechacen argentinos despavoridos. Y no hizo tal cosa.
Desde que, de la mano de Cristina Kirchner, llegó a la Casa Rosada, Fernández ha tenido que luchar contra dos pestes: su gran electora que con astuto gesto le cedió el primer lugar; y la pandemia. A la primera, él la aceptó para llegar a ser presidente. Su ambición estuvo en juego y fue la causa. La pandemia, en cambio, le tocó en suerte. Sobre la primera es responsable. No buscó la segunda, sino que le tocó junto con el cargo que ambicionaba.
Es posible criticar todo en el gobierno de Fernández. Ojalá en el futuro tengamos un escenario político adecuado. Pero me parece inexacto afirmar que el Congreso no se reúne porque él lo impide, como si fuera un dictador empeñado en esmerilar instituciones. Fernández necesita, por ejemplo, que pase por las cámaras un proyecto como el de Máximo Kirchner de gravamen por única vez a las grandes fortunas.
Fernández apunta a la ratificación por el Congreso de algunos DNU, entre ellos el que amplía las facultades del jefe de Gabinete. La cantidad de DNU por presidente no indica que quien más haya recurrido a ellos ha sido el más autoritario. Hay que considerar la situación en que se dictaron, la composición favorable o contraria del Congreso, y la urgencia de las medidas en términos sociales y económicos. Chequeado.com ofrece los elementos para pensar comparaciones bastante sencillas (https://tinly.co/1z5Yn). En cuanto al Poder Judicial, Cristina parece gozar de una licencia en los juicios que la tienen como acusada y los jueces se mantienen firmes en no acelerar los trámites porque la pandemia es muy cansadora e instalar un zoom es tarea para la cual se necesita una destreza digna de Silicon Valley. Sin duda, el primer plano de la pandemia ayuda a la ex presidenta. La carta critica con acierto que “la Justicia haya decidido una insólita extensión de la feria, autoexcluyéndose de la coyuntura que vive el país”.
La cantidad de DNU por presidente no indica que quien más haya recurrido a ellos ha sido el más autoritario.
Dictaduras y dictaduras. Usar la palabra dictadura como parte del pintoresco neologismo “infectadura” no ayuda a comprender diferencias. Quienes vivimos la de 1976, podemos explicarles a los apresurados que la imagen es equivocada. Por supuesto, 1976 está demasiado borroso para quienes nacieron después de 1960. Pero no está lejos para muchos de los firmantes de la carta pública que, con ese término fácil, aseguran un impacto en la cultura mediática. Salvo que se hayan hecho una cura de rejuvenecimiento o padezcan de amnesia selectiva, saben que fue el gobierno militar el que, como dictadura, líquidó a miles de argentinos. No una enfermedad del espíritu llamada ideología, ni una enfermedad del cuerpo llamada militancia. Esos fueron los motivos que, precisamente, invocó la dictadura para asesinarlos.
La palabra dictadura tiene para los argentinos, como para muchísimos latinoamericanos, un fuerte contenido semántico. Con las palabras no se juega. Quienes juegan con las palabras creyéndose originales obtienen como resultado la imprecisión política e ideológica. Distribuyen una frase que no sirve para pensar sino para dejar de pensar. Quienes, antes de la pandemia, se oponían al Gobierno ahora encontraron una palabra que parece inventada para una campaña publicitaria.
No lo voté a Fernández. Pueden revisarse mis notas e intervenciones, ya que ahora hay más tiempo para todo. Pero el fácil neologismo “infectadura” busca convencer con un golpe de efecto. Supongo que los académicos, filósofos y artistas firmantes de la carta donde se difunde el término deben tener argumentos más complejos. Merece fuertes críticas que el Presidente no se esmere en mantener el funcionamiento más intenso de las instituciones.
Puede hacerlo. Puede instruir a los diputados del Frente de Todos para que la Cámara sesione como si no estuviera de vacaciones o esperando un zoom mientras toma mate en casa o la oficina. No digo que puede instruir al Senado, porque lo preside Cristina, que es renuente a toda instrucción. Pero puede escuchar a Ricardo Lorenzetti, que ya ha hecho pública su preocupación por la Justicia. Seguramente a sus asesores con experiencia política (no todes poseen ese capital) se les ocurrirán otras medidas para asegurar que la república, que no cayó para siempre con la dictadura militar y resurgió sobre las tumbas, pueda de nuevo reconstruirse, quizá más generosa y ética.