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Niños burbuja

En el limbo terrenal del aislamiento por la nueva gripe, nos vamos convirtiendo todos en niños burbuja, somos John Travolta besando a la realidad a través de un plástico traslúcido, tendemos al preservativo corporal, al forro total.

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En el limbo terrenal del aislamiento por la nueva gripe, nos vamos convirtiendo todos en niños burbuja, somos John Travolta besando a la realidad a través de un plástico traslúcido, tendemos al preservativo corporal, al forro total. El prójimo es patógeno, hay que tenerlo lejos. Se acabaron las reuniones de cuerpo presente. Los teatros, los cines, los estadios, las escuelas serán ruinas algún día, las filas de sillas vacías quedarán como un símbolo de un pasado gregario, irresponsable. (Espero estar exagerando.) Las parejas que se conozcan por Internet quizá jamás se reúnan y si quieren reproducirse lo harán enviándose por correo pasteurizado una cápsula de semen congelado. O no existirán las parejas, será todo como en la novela Un mundo feliz, de Huxley, donde la familia es una rareza del pasado.

Ya hay gente que vive de manera bastante similar. Trabajan con la computadora desde su casa, reciben una transferencia bancaria por su trabajo, hacen pedidos al supermercado, pagan las cuentas por Internet... No salen. El mundo exterior les llega a través de pantallas. Tengo un amigo que se compró un cajón peruano de percusión y está tomando unas clases que encontró en YouTube dadas por otra gente del otro lado del mundo que se filma enseñando a tocar ese instrumento. Así se forman las comunidades virtuales o digitales. No es nada nuevo. Los amigos de esta época no son ni un holograma, son rastros de conciencias más o menos simpáticas que dejan opiniones en Facebook. La sexualidad ya hace tiempo que se volvió digital, o quizá fue lo primero en digitalizarse. De hecho fue el consumo de pornografía lo que provocó que cada vez se sumaran más usuarios, que a su vez querían tener mayor velocidad de conexión para poder bajar videos. La red de redes creció movida por una pulsión sexual masturbatoria.

Esta tendencia al aislamiento encaja perfectamente con la emergencia sanitaria. Como en los sueños, el miedo precede y provoca el monstruo. Así la paranoia séptica precedió al virus. Hasta tenemos miedo de contagiarnos a nosotros mismos. Si tomo del pico de la misma botella que yo, si tomo mate conmigo, ¿me contagio? Algunos dirán que finalmente el prójimo se revela en su verdadera naturaleza monstruosa, como un ser lleno de secreciones y fluidos peligrosos, un animal infeccioso amenazante que nos bufa a centímetros de la cara con aliento mortal. ¡Salí con tus tucrobios!, decía mi hermana cuando era chiquita. Mis microbios, tus tucrobios.

La única secuela que me gustaría que quedara de toda esta psicosis aislante es que se abandone la costumbre del beso en la mejilla entre hombres, algo que empezó hace uno diez años más o menos. Con lo fácil que es darse la mano, ese gesto antiguo que viene de mostrar que no vas a sacar un arma. Pero francamente no creo que nada cambie. Vamos a encerrarnos un tiempo, miraremos mucha tele, los niños fundirán la Playstation y esperaremos a que nos avisen que ya se puede salir. Hay que ver qué pasa entonces. Las pocas veces que me he encerrado tres o cuatro días a escribir, cuando volví a salir, la calle me parecía casi alucinógena, una película clase B con zombis y mujeres hermosas, todos casi irreales de tan reales, híper reales digamos, hasta el portero con toda su normalidad me parecía el freak más raro del planeta. Es una experiencia sorprendente, los demás interactúan con uno, hablan, se vuelven amenazantes, algo fuera de nuestro control. Después de un rato la sensación se pasa y uno vuelve a correr anestesiado dentro de la manada.