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No detenerse en el presente

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El encanto por lo inmediato no es asunto exclusivo de la modernidad. Cuando Luca Prodan escribió aquello de “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, en la Argentina estábamos a casi una década de empezar a usar internet. Es cierto que las redes sociales potenciaron este asunto de la ansiedad hasta elevarlo al status de doctrina, pero desde siempre el malo del momento opacó brutalmente al peor de los pésimos del pasado.
La pasión por lo reciente reduce el sentido común a su mínima expresión. De tal modo, Leonardo Fariña o cualquiera de los prófugos de moda –más los que se fugarán más temprano que tarde en el contexto del Fifagate– generan más lecturas y aseguran algo más de audiencia que, por ejemplo, la acumulación de condenas que siguen conquistando las proezas de lacras como Nicolaides o Menéndez. Es que, además, mientras a aquéllos a lo sumo se los ve despeinados en esas fotos que te sacan apenas bajado del avión –ni siquiera viajar en primera te garantiza verte mejor de lo que realmente sos–, a éstos se los muestra como bisabuelos con sondas hasta por las orejas. No garpan, no merecen hashtags. Todo un peligro la falta de capacidad que tenemos para almacenar necesidad de justicia.

Tal vez por eso este barullo de la FIFA que todo lo invade corra peligro de que las imágenes se detengan, o sólo se pongan en marcha a partir de un momento erróneo. En lo que se refiere a la corrupción alrededor de la Copa América, la línea de tiempo comienza en 2015.

Una pifia que seguramente se irá subsanando a medida que sigan apareciendo los acusados que levantan la mano para contar todo lo
que saben a cambio de cierta clemencia que no merecen, cual alumnos de primario ante las preguntas ad hoc de la directora durante el acto del 9 de Julio. En lugar de hablar de Laprida y las carretas que llegaban a Tucumán, estos patéticos veteranos de la prebenda escupen fechas, nombres y tarifas.

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Por un lado, antes de que se avance con firmeza alrededor de las designaciones de Rusia y de Qatar para los dos próximos mundiales, ya empezaron a saltar detalles sobre las designaciones de Francia para 1998 y de Sudáfrica para 2010. Alguien hará justicia alguna vez y explicará cómo es que Estados Unidos se adueñó del de 1994.

Por el otro, tanto gente de la Justicia extranjera como local trabaja con entusiasmo alrededor de la pista que marca la huella hacia otros dirigentes y ex dirigentes argentinos cuyo vínculo cuasifraternal con Julio Grondona los expone como, al menos, conocedores profundos de la construcción de patrimonios inexplicables. Ajenos, si no propios. Quiero decir con esto que el de la FIFA, la Conmebol y la AFA promete ser un culebrón de alta gama en el que no hace falta estirar la historia vigente para retener a la audiencia sino que, minuto a minuto, explotan nuevas (viejas) historias y nuevos (viejos) protagonistas.

Como la del ex árbitro ecuatoriano Byron Moreno, quien admitió haber perjudicado a pedido de la FIFA a los italianos en su partido con Corea del Sur del inadmisible Mundial 2002 de organización compartida por coreanos y japoneses. ¿Cómo explicaría la FIFA que uno de los muy selectos favorecidos con la distinción de dirigir en un Mundial llevaba apenas cinco años de juez internacional? Más difícil resultaría opinar respecto de la evaluación que se hizo de un señor que, ocho años después, terminó preso por pasar por la aduana del aeropuerto JFK de Nueva York seis kilos de heroína escondidos en su ropa interior.

O la última de novedades encantadoras sobre el robo en el juego mismo que señala que la Federación Irlandesa aceptó un pago de cinco millones de euros a cambio de no llevar a juicio la causa por la sanción de un gol ilícito en favor de Francia –grosera mano de Thierry Henry– que dejó a los irlandeses fuera del Mundial 2010.

Da toda la impresión de que este asunto de las coimas está demasiado lejos de ser extraordinario. Cuando alguno de los arrepentidos, porque no le queda más remedio, sale a hablar de la compra/venta de votos para adjudicar sedes de mundiales, empieza a quedar en claro que, más que una coima, se trata del pago de un derecho a participar que pagan todos, no sólo los que ganan. Casi como si se tratara del precio de un pliego de licitación. Pregúntenles a los marroquíes, que les sacaron fortunas para perder su candidatura, primero con Francia (1998) y luego con Sudáfrica (2010).

Queda claro que la FIFA hiede y que lo único que ha cambiado es que, de pronto, los que antes se indignaban con los periodistas que poníamos algo bajo sospecha –en la Argentina, fundamentalmente patrimonios inexplicables– ahora o delatan a sus ex socios (unos), o se esconden en el ropero (otros), o se muestran indignados (algunos caraduras).

Lo que nadie se anima a descartar es que el escándalo siga salpicando para todos lados. Al fin y al cabo, alguien debería explicar cómo es que Qatar no sólo ganó la elección para 2022 sino que, en la primera rueda, en la que enfrentó a Estados Unidos, Corea del Sur, Australia y Japón, mereció la mitad de los votos en disputa.

En este juego cínico en el que el que cae habla, no sería extraño que el próximo en contarlo todo sea el mismísimo Blatter. Con la lógica de la FIFA –y la impudicia y cobardía de los delincuentes que acoge–, en Watergate el Garganta Profunda habría sido Nixon.

Como sea, es fundamental no detenerse en el presente ni permitir que el preso por venir nos distraiga de la necesidad de ir por todos.

Porque si efectivamente se produjese un proceso de desratización en el organismo, el desafío para los que lleguen será inmenso. Sólo para empezar, deberán repasar su propia historia. ¿Están seguros de ser diferentes a los que se van? ¿Quieren el poder para mejorar el fútbol y terminar con el robo, o sólo quieren apoyar su culo en el mismo trono mugriento?

Hubo una FIFA anterior a ésta que parece asunto de sudacas, asiáticos, africanos y algún europeo pillo. Y no vayan a creer que era demasiado mejor.

Por lo pronto, en los últimos 54 años sólo hubo tres presidentes. Nada demasiado diferente a nuestra AFA. Un concepto de poder eterno responsabilidad de todos; como en la AFA. Y si bien podría simplificarse todo imputando la mugre al eje Havelange (1974-1998)-Blatter (1998-2015), ya entonces había cosas que modificar. Nadie lo hizo, por cierto. Pero se trataba de miserias, irregularidades y anomalías que bajaban desde el poder europeo con el rigor y la incuestionabilidad de la bula papal.

Apenas dos ejemplos referidos al juego, como para no aburrir de más.

De los 16 equipos que jugaron el Mundial 1958, 12 eran europeos, tres sudamericanos y uno de la Concacaf (Norte y Centroamérica). De los 12 europeos, cuatro eran Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Apenas ocho años después de su debut mundialista
–las Islas Británicas, lideradas por Inglaterra, cuestionaron la legitimidad de los mundiales jugados antes de la Segunda Guerra Mundial–, los británicos incluyeron en el torneo tantos equipos como no europeos se habían clasificado. Fue durante la presidencia de Arthur Drewry, inglés.
Tan inglés como Stanley Rous, presidente entre 1961 y 1974. El más bochornoso espectáculo de su primer mundial (Chile 1962) fue el de la llamada “Batalla de Santiago”, en la que chilenos e italianos se molieron a patadas y trompadas. El árbitro del partido, el inglés Ken Aston, terminó su lamentable tarea retirándose de la cancha antes que los jugadores, algo taxativamente prohibido por el reglamento.

Cuatro años más tarde, un árbitro inglés dirigió el cuarto de final entre alemanes y uruguayos, y un alemán dirigió el cuarto de final entre ingleses y argentinos. Dicen que ambos delegados sudamericanos llegaron tarde a la reunión de las designaciones. El responsable de elegir los árbitros del mundial de 1966 fue… Ken Aston, el inútil de Santiago.

Que los de antes no hayan sido demasiado mejores tampoco justifica este presente miserable.

Si esperamos ver en vida un fútbol menos podrido, tenemos que mirar todo un poco más en perspectiva. Todo bien con revisar Twitter esperando alguna otra noticia explosiva y espiar con los ojos entrecerrados por si, de pronto, aparece algún amigo entreverado.

Pero a veces los libros de historia y los archivos explican mucho mejor el presente que las alertas de CNN o la BBC que nos llegan al celular.