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No hay favoritos

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Exactamente: no hay favoritos. En realidad sí los hay, pero son nuestros favoritos, no los de la Academia Sueca. Cada año, en septiembre, la Academia Sueca manda alrededor de 700 cartas a personas e instituciones calificadas para que propongan candidatos al Nobel de Literatura. (Piensen un momento lo que significa “calificada” para la Academia Sueca si entre esas instituciones se encuentra la SADE argentina, que nominó no una, sino tres veces, al escritor Agustín Pérez Pardella, QEPD. Esto sólo serviría para quitarle al Nobel de Literatura ese aura de seriedad que lo caracteriza.) Luego el Comité del Nobel de Literatura se toma un par de meses y tras mucho trabajo consiguen reducir a la mitad el número de aspirantes. Y para tranquilizar a los perros guardianes de la cultura internacional largan alrededor de doscientos nombres de posibles ganadores, que es la manera más sueca que hay de tomarle el pelo al mundo.

Ese mecanismo funciona de un modo tan preciso que lo que acabo de contar es todo o casi todo lo que sabemos de él. Más o menos es como saber de que un motor, para funcionar, necesita nafta, e ignorar cualquier otro detalle al respecto. No sabemos nada. Hablar, cada año, a comienzos de octubre, de los “favoritos” al Nobel de Literatura, es algo así como vaticinar, con tres meses de antelación, si al mediodía de un domingo va a llover o va a haber sol. Uno puede adivinar, es cierto, pero eso no significa nada más que lo que es, o sea puro azar. Y ni hablar de los que proponen candidatos, los individuos que de buena fe y movidos por la pasión presentan peticiones a la Academia Sueca que no deben tirar a la basura porque son suecos, pero que probablemente ni siquiera se tomen el trabajo de leer. Un individuo o un grupo de individuos que propone un candidato se parece a aquel que por ejemplo le regalara un ejemplar del Kama Sutra a una colonia de almejas.

Leí a Patrick Modiano en los años 80 y jamás se me ocurrió recomendárselo a nadie. Con lo cual tengo la conciencia tranquila. Pero leo las noticias con la esperanza secreta de que aparezca alguien de la Academia diciendo que todo era una broma. Pero no, es en serio.

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Me parece un signo de buena salud que uno no se tome en serio la literatura, desconfío enormemente de la gente que ve en ella alturas, tensiones e intensidades. En cambio me parece algo mucho más digno de interés tratar de deducir los criterios con que esta gente otorga el premio. No es que la cosa me quite el sueño, pero ese sí me parece un buen tema para un libro alto, tenso e intenso. Sería un libro exitoso y echaría luz sobre la pregunta que cada año a esta altura nos carcome. Porque con qué se emborrachan los burócratas de la SADE puedo imaginarlo, pero no tengo idea de con qué se emborracharán los burócratas de la Academia Sueca.