Esto no es para escandalizar a nadie. Enfrentar la realidad no es escándalo. El sistema político argentino hoy es débil: no hay en él proyectos consistentes y liderazgos firmes. Está desorbitada la necesaria vocación de ganar las elecciones, frente a las supuestas ideas centrales del proyecto que la inspira; por eso la dirigencia cae tan fácil en la demagogia y las contradicciones. Y que no se ofendan mis colegas políticos: no somos ni peor ni mejor que los que nos antecedieron, sucede que los actuales vivimos en Occidente, que atraviesa un cambio de cultura política que dialécticamente se interrelaciona con los cambios en la economía, la tecnología, los mercados de trabajo y la estructura social. Pienso que a la historia la orientan el determinismo de los hechos y la voluntad política de la sociedad, en proporción desconocida. Y hagamos un poco de periodismo político sobre nuestra realidad actual, para ilustrar lo que afirmamos.
El peronismo está desorientado, impregnó de populismo toda la vida política –no se pueden ganar elecciones aquí sin ser un poco populista–, e implica mucha mitología de “pueblo”, imprecisión programática, y un enemigo común, imaginario o real. Los herederos de los trabajadores postergados que reivindicó Perón están hoy agrupados en sindicatos fuertes, y son la mitad de la masa laboral, frente a los intereses, parcialmente opuestos, de la otra mitad en la informalidad. Y además el peronismo, fiel a su origen militar, necesita un líder absoluto que no existe hoy. A la aspirante Cristina la traicionan su temperamento arrogante y los escándalos de corrupción que la involucran.
El PRO, partido nuevo que gobierna, de centroderecha modernizante, se enfrenta con un descalabro nacional y con una economía internacional no favorable para un país periférico, frente a la memoria social de pródigos años anteriores. Ante una sociedad impaciente, la economía se toma su tiempo para recuperarse.
El radicalismo no supo actualizar la alianza de los pobres y la clase media que lideró Irigoyen y reactualizó Alfonsín, y eligió servirle al PRO, sin peso significativo en el poder, de cabecera de puente en el interior, apostando a la reconstrucción de algunas instituciones valiosas de la república, que si se consigue –y es deseable que se consiga–, son laureles para otros.
El Frente Renovador, en su origen la imagen de algo nuevo e integrador en la política, al calor de la lucha electoral cayó, en el afán de conseguir votos, en la demagogia cortoplacista. Los socialistas –“los curas de la vereda de enfrente”, como los llamaba Unamuno– mostraron su límite para crecer nacionalmente y se destacan por la honestidad en la administración de los recursos públicos.
La izquierda “extrema” se diluyó en menudas discusiones doctrinarias y lucha por el protagonismo. Y también existe el abanico de agrupaciones que se aglutinan alrededor de alguna figura destacada, y que muestran un acentuado vaivén en su composición.
En cuanto a la corrupción, apuntemos que es malo que un pueblo sepa el nombre de todos los jueces federales, como era malo antes que conociera el de todos los generales, almirantes y brigadieres; simbolizan dos malas notas para un país imprevisible.
Confiemos en que madure un grupo político al que no le importe abrevar en distintas fuentes históricas, que logre armonizar un capitalismo eficiente con objetivos sociales socialistas, que no tema perder elecciones por hacer docencia de futuro, que tenga al Estado como un instrumento eficaz pero no la solución de todo. Y ya surgirán los líderes de todo esto. La historia no es avara. Los líderes surgen cuando en la entraña de la sociedad palpita una necesidad dominante. Y si esto no sucede, la sociedad argentina tendrá un destino no trágico, pero sí mediocre.
*Médico, ex ministro de Salud y Acción Social del presidente Alfonsín, dos períodos diputado nacional por la UCR.