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por que se aliaron scioli y moyano

No hubo ejecución

Las conflictivas “colectoras” quedaron para otro momento. Hubo acuerdo entre los “desplazados” del cristinismo. ¿A qué precio?

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Unos pocos, casi anónimos, se inquietan por la discusión de las paritarias. Prefieren evadirse en otros temas, como si el hecho no fuera a ocurrir, como si el porcentaje de aumentos no tuviera relación con el costo de vida actual y futuro, cuando es la manifestación más conspicua del fenómeno inflacionario argentino. Y, al margen del superado piso de 25% que se empezó a negociar, se incluyen adicionales inquietantes: l) cláusulas gatillo por si en tres o seis meses se disparan más los precios; 2) el consentimiento de las partes a que el índice a considerar no sea el oficial, sino que se someten a las mediciones de una organización piloteada por una de las ex directivas del Indec, echada por el Gobierno. Esos acuerdos laborales serán refrendados por el Ministerio de Trabajo.
Igual, el Gobierno barrunta una salida celestial, a costa de otros, para salvar su drama económico. Casi nadie repara ni parece afectarse por la suspensión de las importaciones, sea de vehículos de alta gama, autopartes u otras mercaderías. Se habla del beneficio a la industria nacional, de no gastar en excentricidades, no se menciona un tema complementario: el dólar. ¿O acaso uno debe creer que este tipo de medidas se aplica cuando sobran las divisas o se tiene la confianza de que ingresarán más activos externos de los que habrán de irse? Se advierten movimientos alcistas en los mercados, como la cotización del contado con líquido. Tal vez haya prevenciones por cambios presuntos en el mundo: más inflación, conducta del dólar, suba de tasas o que algún Guillermo Moreno chino o el G20 impongan que los precios de los alimentos (soja) no pueden seguir aumentando. Dura noticia, si ocurriera alguna, casi una pantalla para eludir y no reconocer localmente el exceso en el gasto y la fabricación de moneda. Aunque piensen en alternativas que disfracen esta realidad.

Mientras, abundan los entretenimientos embriagadores. Divierte, por ejemplo, la escaramuza diplomática con EE.UU., con el gobierno del que iba a ser “nuestro mejor amigo”, que envió un avión militar para enseñar destrezas a la Policía (en total, unos 12 suboficiales dirigidos por un capitán de treintaytantos años) sin el despacho correcto y hasta con medicinas truchas, quizá confiando en que podían hacerse de una moneda en el famoso mercado de las obras sociales sindicales argentinas.

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Se suma al goce penoso la entusiasta declaración por la baja presunta del delito en Buenos Aires y Capital (estadísticas que parecen elaboradas por el Indec) con la trágica secuencia, el mismo día, de tres asesinatos. O el espectáculo del inaugurado Estadio Unico de La Plata que logró –al menos– culminar Daniel Scioli, interminable obra que debe presidir en costos, por su historial, a cualquier otro emprendimiento semejante en el mundo. Menos interesante parece la interna radical, demasiado prolija para la actual situación, las contrataciones de artistas por parte de Mauricio Macri, con desconocidos resultados para su carrera electoral, o la irrupción cada vez más inoportuna de un siempre enojado Carlos Reutemann, que habla en castellano y la gente parece que lo entiende en inglés.

Por encima de dudas personales, otros dos protagonistas atrajeron el foco principal como posibles enemigos entre sí: Scioli y Hugo Moyano. Pero el vaivén político casi los asocia en lugar de enfrentarlos. Al sindicalista le encomendaron en la Casa Rosada, como titular del PJ bonaerense, convencer –esto es, si fuera un caballero– a intendentes y gobernador de que las “colectoras” (en rigor, listas de adhesión, para no incurrir en ilegalidades) son saludables para Cristina y no afectan la higiene de votos de sus interlocutores. Una moción más que discutible. Pero Moyano cumplía, hasta ahora, todos los pedidos del Gobierno y, si era necesario, hasta recordaba la blindada fuerza de sus camiones. Pensaba en un crédito a cobrar, todavía pendiente.
Como se sabe, las “colectoras” son un añoso ardid electoral, éticamente discutible, por el cual Cristina podría llegar al mismo lugar por la 9 de Julio de la mano de Scioli y por Corrientes abrazada a Martín Sabbatella y hasta su propia cuñada. En ese rito electoral pierde Scioli, también los intendentes, gana Cristina, y aprovechan Sabbatella y otros.

No hubo ejecución, se postergó: alguien metió la cola. Hasta se congeló el invento –siempre que lo paguen otros y ningún esfuerzo haga el Gobierno– que habría de bajar las expectativas de aumentos salariales. A pesar, incluso, de que al gremialista lo acompañaba un dulce, la promesa de que el proyecto de reparto de ganancias empresarias entre los trabajadores se hace realidad este año, ya; por lo tanto, con esa zanahoria de promesa, con la riqueza a distribuir, hasta se puede calmar la demanda de aumentos brutales. Así Moyano hasta podía sostener a Sabbatella, quien no figura entre sus héroes juveniles y le desconfía.

En el transcurso, como se sabe, inopinadamente el juez Oyarbide encarceló al Momo Venegas, un sindicalista de otra fracción, pero sindicalista al fin (casualmente, en ese juzgado hubo esta semana un incendio sin quema de expedientes: el peritaje demostrará que fue intencional). Y pensó el jefe de la CGT: tal vez esto no se acaba en Venegas, reiteran la historia con otros (él está en la misma causa) sospechando con más de una certeza que alguien del oficialismo promueve otra causa, en Mar del Plata, en la cual le endilgan responsabilidad en unos asesinatos políticos de los 70. No ignora, tampoco, que reivindicadores de ese período y de aquella militancia extrema, hoy cercanos a Olivos, rescatan como proyecto la lucha contra las corporaciones (empresarias, sindicales, militares, Iglesia). Hasta pueden extasiarse al recordar los fusilamientos de sindicalistas por parte de sus adorados maestros, en los que aplicaban el mismo empeño que para matar militares (por citar conspicuos: Vandor, Coria, Alonso, Kloosterman, a quienes no asesinó la represión).

Pensó un rato Moyano, entre las ganancias por ahora y la libertad, y optó por el comunicado: la CGT está con Venegas, para ciertas cuestiones estamos todos juntos, la corporación vive. Habrá advertido, en esa reflexión escrita, que incluía a otro desplazado del elenco cristinista, el propio Scioli. De ahí que ayer la cuestión de las colectoras se reservara para otro orden del día, para el mes próximo, cuando las definiciones quizá ya no dispongan de mucho más plazo. Nada será gratis en todo ese recorrido: a los que más necesitan, singularmente, piensan que no los quieren.