No se puede no leer a Aira, sencillamente porque está allí, y tarde o temprano uno termina topándose con un libro suyo. El asunto es que, como pocas veces ocurre, no hay un solo Aira, de modo que podemos hablar genéricamente de él, pero para hablar de sus libros estamos obligados a hacer serias distinciones. A diferencia de la mayoría de los escritores, Aira no hace que lo que escribe deba pasar un examen, no requiere que lo escrito alcance cierta cuota de calidad. El trabaja como un biólogo, que está obligado a dar cuenta de lo que lo tuvo ocupado los últimos meses. No sé por qué hace eso. Probablemente su padre fue de los que les hacen creer a sus hijos que todo lo que empieza debe terminarse, y Aira hace eso. A veces, concluido el primer capítulo, sabe que la cosa no da para más, pero no le importa y sigue hasta el final. De modo que hay libros medianamente intragables que conviven con verdaderas obras maestras, por lo que hablar de “los libros de Aira” suena tan ridículo como hablar sencillamente de “los libros”. Alguien que dice “Aira no me gusta” está demostrando ser tan estúpido como quien dijera “los libros no me gustan”. ¿Cuál Aira? ¿Cuál libro?
Aira no se comporta como esos escritores que saben espolvorear el orégano en la pizza y tratan de demostrarle al mundo que son infalibles. Alguien dijo que el único que leyó todos los libros de Aira fue el propio César Aira. Absurdo. Es más fácil que sea yo quien leyó todos sus libros, no Aira. Aira, con razón, considera que el acto de corregir es una cobardía –como el tomar notas en una libreta: un acto de avaricia intelectual inigualable. No es un mito que Aira no corrige lo que escribe, porque se nota y porque en ello reside su máxima belleza. Aira escribe como quien cae, obligado a explorarse en la caída. La mayoría de los escritores dramatizan los hechos: Aira desdramatiza, esto es, lo importante no es contar una historia –estamos hartos de historias– sino elaborar un universo vivo, un mundo alrededor y con determinados personajes. A veces la estructura no puede visualizarse, entenderse. Lo que sale a la superficie ya viene con o a través de las palabras o no existe.
A Aira no le importa ser leído. No quiere “comunicarse”, “expresarse” o cualquiera de esas idioteces que nadie sabe qué significan. Hay escritores que tienen un estilo y otros que lo buscan. Existe un estilo Rimbaud, no hay un estilo Mallarmé. Casi siempre la crítica confundió la creación de un estilo con la fabricación de un lenguaje. No existe un estilo Aira, lo que existe es una lengua airiana. Y esa lengua es la de alguien que no sabe expresarse mejor que cualquiera de nosotros, pero que se ve obligado a empuñar la pluma para decir lo que lleva en el corazón. Si están interesados en saber qué lleva Aira en el corazón no lean Yo era una chica moderna o La guerra de los gimnasios, sino Fragmentos de un diario en los Alpes, o Varamo, o Cumpleaños, o Un episodio en la vida del pintor viajero, o Tres historias pringlenses. Así sabrán no lo que Aira “es”, sino lo mejor que Aira puede dar.