COLUMNISTAS
LA DECISION DE CRISTINA

Nos salvó otra vez, de ella misma

El Gobierno ladró, pero no mordió. El discurso contra Griesa y los buitres, y el choque con la realidad: una escena repetida para evitar la autodestrucción.

‘Aguantando los trapos’, Cristina Fernández.
| Dibujo: Diego Temes

“No pasarán”, amenazó Kicillof. Y sonó realmente genial, romántico y entusiasta, en su invocación a emprender una guerra popular prolongada hasta la muerte contra el fascismo financiero supuestamente encarnado por los fondos buitre. Poco realista, es cierto, en particular porque se pretendía iniciar esa guerra cuando dichos fondos ya nos habían pasado y recontra pasado por arriba en todas las instancias judiciales, demoliendo las frágiles e inconsistentes resistencias que los funcionarios nacionales y sus muy bien pagos estudios de abogados les opusieron. De allí que la amenaza no hizo mucha mella ni en esos fondos ni en el juez Griesa.

Pero tal vez no era a ellos realmente a quienes se estaba amenazando. Tal vez donde realmente se quería meter miedo era entre nosotros, con el fantasma de que estábamos a punto de caer en el default, y que íbamos de cabeza a una crisis insondable como la de 2001. Para que a continuación pudiera venir Cristina y decirnos que en su infinita sabiduría y coraje, una vez más, nos había salvado. Que sí, claro, para ello vamos a tener que ponernos con unos cuantos miles de millones de dólares hasta aquí no previstos, igual que pasó con Repsol, el Club de París y el Ciadi. Pero eso era lo de menos porque lo realmente importante es que el Gobierno había evitado que nos pasara algo mucho peor, culpa de los malditos que no querían que pagáramos como Dios manda.

Por suerte para el Gobierno hubo, como suele suceder, un amplio coro de escandalizados opositores que se comieron el amague y saltaron advirtiendo contra los costos enormes que iba a suponer el supuestamente inminente default. Y que acusaron de rebelde y adolescente a nuestro ministro, e incluso a la Presidenta. Cuando está ya recontra claro que para ellos el tiempo de la rebeldía quedó atrás, y de lo que se trata ahora es de zafar como puedan de los costos acumulados de tantos años de patear problemas bajo la alfombra, pateándolos ahora para adelante.

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No otra cosa ha sucedido con los holdouts. Los demandantes ganaron tres a cero a la Argentina ante la Justicia norteamericana. Tienen por tanto el derecho de su lado, el que nuestro país aceptó rigiera en caso de conflicto entre las partes al contraer esta deuda (buena parte de ella tomada durante los oscuros años 90, cuando el grueso de los actuales kirchneristas tiraban felices gracias a ello manteca al techo en Santa Cruz o en algún otro rincón vip de la fiesta menemista), por lo que no hay forma ahora de tachar a esos fondos, por más especuladores que sean, de bando agresor que viola el derecho.

Al contrario, la Justicia decidió que ese bando venimos a ser nosotros. Así que Argentina depende más que nunca de la buena voluntad de un juez, Thomas Griesa, que ha sido denostado por los funcionarios y publicistas kirchneristas como si se tratara del Gran Judío, presentándolo como una especie de encarnación del mal, derechista, liberal y amigo de banqueros, una desgracia para los pueblos sometidos del mundo (cabe recordar particularmente unas espeluznantes diatribas lombrosianas que le dedicaron intelectuales de Carta Abierta, dignas de una campaña de propaganda antisemita), pero que hoy resulta ser el único que puede sacarnos del apuro, haciendo posible una negociación que en verdad no necesitan en la Justicia de EE.UU., ni mucho menos los demandantes.

Atendiendo a esta ansiada negociación, las vocingleras consignas del “no pasarán” y “patria o buitres” pueden entenderse mejor que como llamados a la guerra, como típicos gritos del tero: se patalea para disimular que en el otro rincón de la cancha se están entregando las armas y bagajes, y se ruega por una paz no del todo humillante. ¿Servirá para lograrlo?

Hay quienes dicen que en este caso no es buena idea actuar como el tero porque genera la impresión de que se quiere seguir peleando, no se acepta negociar de buena fe, y por tanto no tiene sentido dar oportunidad para nuevas dilaciones. La decisión de la Cámara de Apelaciones de levantar la cautelar de inmediato y la de Griesa de iniciar la búsqueda de activos argentinos a embargar podrían ser interpretadas como respuestas a ese desafío vocinglero en el que siguen empeñados los funcionarios argentinos, que no es creíble como amenaza, pero sí resulta molesto y ofensivo, y sobre todo aliciente de una mayor desconfianza, por lo que la respuesta es que no nos den más tiempo y nos impongan los mayores costos posibles.

Esto puede ser parcialmente cierto, pero también hay que anotar que para cualquier observador extranjero a esta altura debe estar perfectamente claro que Kicillof, y por extensión toda la administración K, ladra, pero no muerde. Que su costumbre es gritar y pontificar, pero después va al pie y paga todo lo que le piden, simplemente porque las alternativas son enormemente destructivas para él mismo y porque lo que firma van a tener que pagarlo otros. Y que con esas credenciales sobre los hombros, ya no tiene mucha importancia afuera lo que diga y prometa adentro; y si Griesa y el resto de la Justicia aprietan nuestro cogote casi hasta la asfixia, no es porque duden del resultado final del entrevero, sino porque defienden sus propias credenciales de autoridad e inflexibilidad, que en nuestro caso pueden poner en práctica sin riesgo ni costos. En suma, se la hicimos fácil, porque los medimos mal y ellos nos midieron muy bien. Así que ahora, a apechugarla.  

¿Naufragará con este enésimo trastazo el relato oficial? Puede que para algunos sí, pero para los realmente convencidos el desenlace será interpretado paradójicamente como confirmación de que el gobierno argentino viene luchando en desventaja contra poderes enormemente abusivos y destructivos, y que quienes lo critican “le han hecho el juego al enemigo”. La ideología, cuando es realmente tal, se las ingenia siempre para acomodar las evidencias a sus términos, así que no habría de qué asombrarse. Y la ideología del nacionalismo irredento es una de las fuerzas más potentes no sólo del ethos kirchnerista, sino del sentido común argentino. Lo vemos cuando hasta muchos opositores y medios independientes se ven obligados a hablar de “buitres”, como lo suelen hacer de los “piratas” ingleses. Cuando se abstienen de explicar por qué Argentina estuvo y sigue estando en gran medida obligada a contratar deuda con jurisdicción fuera de nuestras fronteras. Y cuando se abona la fraseología de las “causas nacionales” desanimando cualquier disidencia y voz crítica, pese a que en estos años lo han sufrido tanto en carne propia. En todos estos terrenos, mal que nos pese, el relato K seguramente sobrevivirá al poder K.