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Efectos

Noticia sorpresiva

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La finitud de la vida: es el tema del momento. Y lo es también, por eso mismo, el paso del tiempo. Podría decirse incluso que se ha detenido, que parece haberse detenido en este loop de cotidianeidad ensimismada que estamos habitando, precisamente para eso, para que podamos pensarlo, sopesarlo, discernirlo.

Y entonces, inesperadamente, sucede: va Gabriela Sabatini y así, sin más, cumple 50 años. Cincuenta, sí; medio siglo. Y lo hace, entre otras cosas, para hacernos ver que el tiempo pasa. Eligió el momento justo. Pero también la manera más precisa, la más perturbadora: permaneciendo, ella misma, perfectamente igual.

La idolatría en el deporte es mayormente inocua (no pasa lo mismo en la política, donde nubla pensamientos, o en la literatura, donde direcciona lecturas, como ocurrió con Cortázar, o bien las inhibe, como ocurrió con Borges), y se asocia por razones obvias con la etapa de la juventud. La juventud de los deportistas, que a veces coincide con la nuestra propia.

Un día volverá para decirnos, impecable siempre, que ha cumplido cien

Cuando nos reencontramos con nuestros ídolos deportivos de la juventud, o cuando cotejamos aquel pasado con un presente, nos impacta su transformación, a veces hasta nos cuesta reconocerlos, puede que hasta se presenten en ruinas (en esto, como en todo, Maradona es un caso superior). Pero aparece Sabatini, discreta como siempre fue, con la noticia de sus 50 años, y resulta que está idéntica, que habla igual y luce igual, que está como por fuera del tiempo. Como es muy reservada, nunca sabremos qué fue lo que negoció con Satán, en qué consiste su contrato fáustico.

Sabatini siempre alteró esa noción, la de la edad; por eso nos parecía mucho más chica que Seles o que Graf; por eso siempre le dijimos “Gaby”. Ese efecto se acentuó hasta niveles de impacto. Ahora ella se replegará, calladita como es. Y un día volverá a asomar para decirnos, impecable siempre, y como si tal cosa, que ya ha cumplido 100.