Sin la procacidad oral de Diego Maradona, pero inundado por las connotaciones sexuales que éste revela, uno podría interpretar la declaración de Nestor Kirchner: “Estamos negociando con el FMI, no quiere decir que me voy a someter a sus designios”. Lenguaje universal y monotemático, algo así como “somos sólo amigos”, esa precaria y remanida apelación sentimental de los personajes del cine y la TV a la hora de negar falsamente sus romances. O, con más certeza, acudir a esta otra aproximación humorística: entre nosotros hay caricias, miradas, enojos, chirlos, jugueteos eróticos, fiebre, turgencias y arboladuras, pero nunca habrá sexo. Manifestación histérica de un adolescente autóctono previo al hippismo, al destape, sin lecturas de Freud ni de Erich From, esos imberbes que por nula educación no entendían el amor ni el sexo como un intercambio, sino como la imposición de uno sobre otro, esencialmente del macho sobre la hembra. Casi del etólogo Konrad Lorenz. Salvo que, en este caso de libre interpretación, el macho es el FMI y la hembra no es necesaria nombrarla. Abundan las paradojas en la Administración de los Kirchner, más allá de que se consumen las relaciones. El vínculo con el FMI encabeza esa lista: cuesta entender la razón por la cual cuando disponía de superavit fiscal –casi la más troncal de las exigencias de la ortodoxia del organismo para con los países que lo integran–, el matrimonio gobernante se negaba a cualquier tipo de trato o diálogo, repudiaba una mínima cercanía y hasta convertía esa posibilidad en una traición a la patria. Ahora, en cambio, cuando ese superavit técnicamente no existe y, por lo tanto, permitiría posibles reparos de la burocracia del FMI, sí se procede a negociar aunque “sin sometimientos”. Difícil de entender esta actitud en la Universidad, menos en un colegio primario. Del mismo modo que resulta complejo asumir que el afiliado a un club (la Argentina al FMI) sostenga que quiere pertenecer a esa institución pero no aceptar sus reglas. Si es así, ¿para qué estar asociado y pagar la cuota? O, finalmente, lo que se manifiesta es que se aceptarán las reglas pero nadie debe entender que así ocurra.
Si no son más de las diez
Naderías de la política subdesarrollada. O el producto de imperiosas necesidades económicas y financieras que obligan a un curso hace años anticipado y absurdamente demorado: avanzar en el pago a los hold-outs que, a su vez, habilite un préstamo de mil a 2.500 millones de dólares (a una tasa entre el l0 y el 11% mientras Uruguay consigue crédito al 5%), renegociar la deuda con el Club de París y, luego, establecer el idilio sin sexo con el FMI según la visión del padre que protege la virginidad de su hija, suponiendo que si ella regresa antes de las diez de la noche no quedará embarazada. De ahí que el preocupado tutor de la niña establece o pretende estos límites: bloquear la llegada de ciertos economistas del organismo que irriten por su pensamiento neoliberal (lo que supone un análisis de sangre a los posibles técnicos, a sus currículums, formación, expresiones, tarea para un Catón argentino de polirrubros); propiciar, en cambio, el aterrizaje de aquellos que piensen como Joseph Stieglitz, por considerar un modelo deseado de la Presidenta, como si éste fuera un deshonesto que ocultará los fraudes del INDEC. Además, desea el kirchnerismo, esos represenantes del FMI –en el caso de que vengan al país– no deberían hablar en público ni con la prensa, evitar también la búsqueda de información económica fuera del Estado con economistas locales no apreciados por el Gobierno, esos que suele referir como “gurúes” en forma despectiva. En resumen, el criterio del padre posesivo exije que el novio puede tocar la mejilla de la nena, el hombro, los senos, tal vez, pero ninguna otra parte pudenda. En el nuevo contrato se permite el jugueteo amoroso, nunca la conjunción.
Ojos que no ven
También el precavido Néstor pretende garantías para el momento del contacto: la no aparición de integrantes del FMI que, presuntamente indignados con la conducta argentina de los últimos años, ahora formulen reproches por ese pasado turbulento y se solazen con los fracasos obvios del presente. No desea que se aprovechen de la nueva inclinación para “negociar”, postula la preservación mediática del modelo. Ya que éste, por sí mismo, le cuesta sostenerse. La consigna suprema es lograr que nadie hable, que no se comenten fragores y éxtasis y como finalmente esta negociación semeja un amorío por correspondencia o por poder, también se expresa otro condicionamiento: a la Argentina le corresponde disponer de un par de días para contestar cualquier opinión, demanda o protesta futura del organismo, sin que ésta se divulgue en esas 48 horas, con lo cual la posible queja y la respuesta luego se conocerían en simultáneo, neutralizadas entre sí. Conclusión: que se produzca el acto, pero que no se ventile. Así no habrá sometimiento, se supone, con el compromiso de todos los silencios del novio y a la convicción de que no elegirá el zaguán o el asiento trasero de un automóvil para emprender el acto: es que la primera vez –ya más razonable el padre– debe estar rodeada de plácido confort para el mejor ejercicio y recuerdo posteriores.
La barra está contenta
Más que un manual de economía a debatir con el FMI, lo que se percibe –si avanzan las negociaciones– es un estricto código de claúsulas políticas gestado por un jefe de prensa con el propósito de restarle publicidad al acuerdo. Al margen de extravagancias, ese progreso con el FMI entusiasma a ciertos empresarios, especialmente al núcleo que se reunió hace l5 días para celebrar un cumpleaños de avanzada edad en una de las chacras de segunda o tercera fila en la periferia de La Barra, en Punta del Este. Todos oficialistas (los que no lo eran evitaban confesar lo contrario) o, más precisamente, con negocios prósperos con el Estado. O en camino de prosperidad. Gente que, en el temporal exilio, se distrae piloteando helicópteros o, con el conveniente y sospechoso vestuario de cuero, motos de una tradicional escudería que por su antigüedad en el mundo recoje voluntarios ya sesentones (y otros arribistas más jóvenes), por lo general adiposos, a punto del infarto en la montura. De la Harley, claro. Curiosos hábitos de estos recientes kirchneristas, como el de la pizza y el champagne del menemismo, provenientes del céntrico mundo capitalino, distinto al de sus otros prósperos colegas del mismo signo, pero oriundos de Santa Cruz, exitosos nacido y criado (nyc) si uno quiere definirlos, que profesan costumbres más discretas y se permiten pudorosas distracciones con el turf, temerosos del exhibicionismo, como los prefiere el mentor. Estos ni siquiera planean por Punta del Este.
Los que festejaban en la chacra del balneario uruguayo, con el eterno plato principal del corderito alimentado en la casa y asado en horno de barro, regaban optimismo futuro por las negociaciones sin sexo de los Kirchner con el FMI: la Argentina vuela, repetían, volará más en 2010 por la suba de bonos, la llegada de capitales –aunque nadie sabe de ninguna fábrica nueva– y la apertura del crédito internacional (merced al romance con el FMI). Se reconocen eufóricos luego de las vicisitudes que atravesaron con la última derrota electoral oficialista: hemos elegido el camino correcto, confiamos en el mejor dirigente, repiten. Al revés, claro, de otros empresarios que no han sido invitados a la mesa kirchnerista y que cuestionan el capitalismo de amigos. Pero esa alegría sobre el futuro, el destino celestial que imaginan no sólo para ellos, podía oscurecerse en la fiesta por un rumoreo creciente en torno a la reforma de la Ley de Entidades Financieras, nacida en la dictadura, claro. Algunos confidentes aducían que la Presidenta me ha negado esa alternativa (“No hay nada de eso”) y que el propio Néstor también elude el tema como innecesario. Inclusive el ministro Amado Boudou, en el lago de obviedades que suele caracterizarlo, hace 48 horas dijo que “por ahora” no se contemplaban retoques, cambios, revoltijos.
Tres proyectos tres
Aun así, esos empresarios de fiesta en Punta del Este consentían la existencia de tres proyectos, al menos, en lista de espera para reformar el sistema bancario:
* Le asignaban escasa relevancia a uno que anima Osvaldo Cornide, del sector patronal que suele negociar con Armando Cavalieri y sus trabajadores mercantiles, dirigente que pide desde años la baja de las tasas de interés de las tarjetas de crédito y, como entiende que esos niveles son consecuencia de la avidez de los bancos, propone sodomizarlos para seguir con las metáforas de Néstor y el FMI. Nadie ignora que este frecuentador de la alfombra roja de variados gobiernos ha ganado con sus lisonjas y adulaciones la simpatía de la señora Cristina, que ella lo distingue y reitera su mismo pregón sobre la altura de las tasas, hecho atribuible al egoísmo bancario y no a la endeblez del Gobierno. Aunque nadie discutía en esa chacra puntaesteña la contumacia oficialista de Cornide, tampoco a ninguno de los presentes se les ocurriría invitarlo como si fuera un par a esos encuentros sociales, a pesar inclusive de que lo conocen como un conspicuo vecino.
* Más que una promesa, el próximo diputado Carlos Heller ya anticipó que en su mandato –seguramente en marzo– propugnará una reforma a los bancos que promueve la conversión de las entidades financieras en “servicios públicos”. Como si éstos fueran el subte o los hospitales. Los banqueros, todavía colegas de Heller, se incendian de rabia contra esa anunciada presentación: a él lo consideran un “arrepentido” (toda su fortuna la obtuvo con el banco) y sospechan que su propuesta de modificar el sistema tiene de acompañante, como batería oculta y curiosa simbiosis a Guillermo Moreno, supuestamente opuesto en materia ideológica, quien alguna vez ya cuestionara la conducción de Martín Redrado en el Banco Central con la vehemencia que también ejerciera contra Martín Lousteau. Desde entonces, Kirchner siempre se pronunció más por Redrado que por Moreno, al menos en el control de la plata. Como decían los sindicalistas, no les temen a ciertas personas porque roben sino porque son capaces de perder el dinero. Una dama también se anotó en los criterios reformistas de Heller, Marcó del Pont del Banco Nación, aunque su estrella hoy parece opacada ante los ojos de Olivos por la falta de combustible de su propia gestión. En el grupo, para no desentonar, inscriben a un Roberto Feletti de rara evolución: de sindicalista a banquero, hoy a la expectativa de mejoras en la inmediatez de Boudou.
* Un temor más acechante, en cambio, se advertía entre los empresarios sobre otra iniciativa que, en la misma dirección de los otros antecedentes, diseña Carlos Zanini, mano derecha jurídica de Néstor desde los tiempos de Santa Cruz, clave triunfal en la hechura de la reciente Ley de Medios y observado como un asesor de fuerte contenido izquierdista, capaz de dirigir al ex presidente. Olvidan de sus progresos, no del progresismo que le atribuyen. En esta ocasión, Zanini recibe la asistencia técnica, para la redacción de los papers, de un gerente del Banco Nación, de apellido Fábregas. No entra en ninguna cabeza que Zanini impulse esa ponencia sin el visto bueno de los Kirchner. Hay otro aditamento a tener en cuenta: no debe descuidarse al funcionario del Banco Nación, se le reconoce cierta aptitud bancaria (¿también otro arrepentido?) y, sobre todo, una confianza superior en el círculo aúlico de Olivos: Fabregas fue compañero de colegio de Kirchner.
Aunque en esa noche bucólica del mundo feliz de los elegidos no le otorgaban textura aún a esa posible reforma financiera –finalmente, decían, Néstor es el que más sabe del negocio, coloca fondos y plazos fijos desde hace décadas, conoce que un mínimo error desbarranca los mercados–, suponen que una modificación sensible interrumpe la velocidad de la máquina que avanza sobre los hold-outs, el Club de París y el FMI. Si se han convencido de que el Gobierno, más temprano que tarde, impondrá un gravamen sobre la renta financiera, pedido que satisface demandas de núcleos progresistas y que, para justificarse, hoy puede asociarse a lo que acaba de establecer Brasil (aunque, en condiciones diferentes), el hermano mayor del Mercosur. Para ese fin, también se admite otra evidencia: los banqueros son una fácil presa para la voracidad política, debida a su baja consideración popular, ganan plata y eso desata envidias, mientras en el Gobierno prevalece una corriente estatista que estima fundamental regresar a los tiempos de Isabelita Perón, cuando el Estado controlaba los depósitos, determinaba a quiénes se prestaba y a qué tasa, bajo el amparo de que ese método puede favorecer –por ejemplo– la expansión de las pymes. Con memoria o sin memoria, ya se sabe quiénes se beneficiaron en aquellos tiempos. Y, sobre todo, quiénes se perjudicaron.
La joven guardia
Del mismo modo que hoy, como lamentable ejemplo, se debe mencionar el efecto no deseado (para horrorizar utilizando una frase de José Alfredo Martínez de Hoz) que a la corriente estatista le produjeron dos adalides de esta tendencia: el hijo del diputado Recalde y el del ex funcionario Pérsico. Como se sabe, ambos jóvenes abusaron de los bienes estatales como si fueran propios, uno para disponer de un avión de la compañía que dirige (Aerolíneas Argentinas) y el otro, por utilizar una camioneta oficial para el traslado de plantitas euforizantes. Demasiado rápido se instaló entre esos vástagos la cultura estatista impregnada de sus padres; penosamente, quizás, también adquirieron en esa vocación el negativo apéndice, la debilidad egocéntrica, que siempre acompaña a esa corriente. A costa de los otros, claro.