“Para los periodistas, la palabra verdad significa fidelidad a los hechos sobre los que se informa. Otro es el sentido que le dan a la palabra verdad los filósofos, las religiones o los científicos. Las del periodista son las verdades humildes de los hechos de cada día.” El director del Consultorio Etico de la Fundación Nuevo Periodismo, Javier Darío Restrepo –uno de los más reconocidos expertos en cuestiones ontológicas aplicadas a este oficio– iniciaba así su respuesta a una consulta sobre el tema. Iba más allá: “Por eso sus verdades (las de los periodistas) son provisionales, esto es, penúltimas palabras porque los hechos evolucionan y sobre ellos siempre habrá algo que agregar. El periodista, en consecuencia, es alguien que siempre está en disposición de corregir, agregar o aclarar sus informaciones sobre los hechos. Heráclito proporciona la imagen más oportuna al respecto: la historia de cada día es como un río que fluye, de modo que el agua que ves desde el puente pronto es reemplazada por otra. Los hechos dejan de ser los mismos y el periodista debe tener la versatilidad suficiente para reconocer esa calidad variable y de renovación permanente de los hechos que informa”.
La cuestión de la verdad como valor absoluto en el periodismo, y de la verosimilitud de los elementos que componen la noticia, está presente en estos días con una fuerza arrolladora: los acontecimientos periodísticos, judiciales y políticos que se vienen desarrollando en torno a los ya célebres cuadernos del chofer Centeno obligan a quienes ejercemos esta profesión y a los medios que publican nuestro trabajo a extremar la mirada sobre cada dato con precisión quirúrgica. Un error de concepto, un elemento fuera de tono, una mirada sesgada, ponen en riesgo el resultado final, cual es llevar al público lo que estuvo y está oculto, cubierto por el manto de la impunidad.
El filósofo y sacerdote católico Niceto Blázquez, experto en ética de la comunicación citado por Restrepo en su consultorio, escribió en Etica y medios de comunicación (Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1994): “La proclamación solemne de la realidad objetiva como supremo desiderátum del informador viene a confirmar la primacía que en los códigos de ética periodística se expresa con los términos verdad, objetividad, veracidad y exactitud. La negación de los que estos términos significan es la manipulación en todas sus formas de distorsionar la objetividad informativa. El código de Unesco (“Hay que informar de la manera más objetiva posible. Para ello el periodista tiene que adherir formalmente a la realidad objetiva”) no ha hecho más que recordar y confirmar lo que constituye el valor ético que da sentido siempre a la profesión informativa: ofrecer en la medida de lo posible al público la verdad objetiva que por derecho le pertenece y que el informador sirve como un honroso e inexcusable deber”.
Hasta qué punto se está cumpliendo con este precepto básico del buen periodismo, aún está por verse. Todo es demasiado fresco y pasible de revisión para que los hechos delictivos (en definitiva, lo son esos raids oscuros que relatan los cuadernos confiados a un periodista de La Nación y puestos en manos de la Justicia) sean caracterizados como tales y –consecuentemente– sus autores materiales paguen por ello. Como lo hace en cada columna de su espacio, este ombudsman advierte a los lectores de PERFIL que es ardua la tarea de los periodistas en la búsqueda de información tan sensible para confirmar la veracidad de lo publicado en estas primeras instancias. Un entramado de fuentes que pueden estar interesadas en que la opinión pública se vuelque a favor o en contra de las investigaciones en curso obliga a chequear una y otra vez los datos recogidos, los nombres aportados, las responsabilidades atribuidas, las pruebas exhibidas.
Es muy interesante hacer un seguimiento de las reacciones de la sociedad o de parte de ella ante las revelaciones del caso. Las similitudes con ollas destapadas en otros países (el Mani Pulite italiano, que mandó a la cárcel a un ex presidente; el Lava Jato brasileño, que tiene detenido a otro ex presidente) llevan a pensar en que este caso podría ser el punto de partida para un necesario punto final a las maniobras que atraviesan todas las variantes del poder: económico, con empresarios corruptos y corruptores; político, con representantes del pueblo más inclinados a contabilizar dinero sucio (para campañas electorales o para beneficio propio) que a satisfacer las necesidades de sus representados; judicial, con magistrados y fiscales cuestionados sin sanción por actuar según los vaivenes de la política; corporativo, con instituciones empresarias, sindicales, sociales, religiosas de dudoso proceder.
“La verdad del periodista debe ser completa”, señaló Restrepo. Este ombudsman adhiere a esa postura.