Cuarenta y ocho horas le duró al Gobierno la “bravuconada” del ministro Francisco Cabrera –según el vocero de la UIA, José Urtubey– al descalificar como “llorones” a los industriales, entre otras lindezas. Parecía una guerra en marcha, ya que Macri refrendó a Cabrera – “te felicito, Pancho, por lo que dijiste”–, munido de cierta tradición cristinista, la necesidad política de mostrarse duro con los patrones y, quizás, harto de los lamentos borincanos de esa entidad por el tipo de cambio, la falta de subsidios o la apertura económica. Un clásico, cualquiera sea el gobierno.
Dos días después del ataque, la Casa Rosada desertó del clima bélico, retrocedió posiciones y con un cordial almuerzo organizado por Marcos Peña, el jefe de Gabinete, se amigó con la cúpula industrial. Como si nada hubiera pasado e ignorase lo que había dicho su subalterno y la escritura posterior del jefe. Fue asombrosa esa veloz retirada. Por un lado, sorprende por la escasa meditación oficial antes de arrojar una bomba como la de Cabrera y, luego, cuesta entender un repliegue tan sonoro ante la influencia raquítica de la UIA, que viene jibarizada desde los tiempos de Cristina. Sin duda, deben haber pesado otros criterios, como el de un ex patrón de Cabrera en el extinto sistema privado de jubilaciones, quien lo llamó para advertirle: se equivocan si piensan que van a venir capitales amenazando a los empresarios.
Oportunismo. Justo aterrizó la advertencia cuando el Gobierno clama al cielo por la llegada de inversiones y, en simultáneo, vive aterrorizado por inestabilidades externas (caídas bursátiles, suba de tasas, cambios crediticios, informaciones económicas poco gratas o declinación de países emergentes) que comprometan el titilante proceso económico argentino. Un psicólogo para la inmadurez.
Colgarle el mote plañidero a la UIA, se explicó como justificativo, obedecía a una frase que en cierto momento –ante los reclamos históricos de la entidad– le deslizó el radical Ernesto Sanz a Macri ante una suba de precios: “Hay empresarios que demandan un Guillermo Moreno”. Debe haber habido un insulto adicional en esa conversación. Curiosamente, otro argumento de origen cristinista: “Se quejan luego de llevársela con la pala”, decía la viuda. Le faltaría que los invite a traer la plata del exterior, aunque ese desafío también los complica a él y a muchos de sus colaboradores.
Para evitar sinonimias obvias y no incrementar peleas con grupos como Arcor o Techint, los referentes de la UIA, Peña convocó a los industriales lastimados y desmontó acciones punitivas. Para él, ningún costo: aparece como componedor y, de paso, emprolija herencias e influencias de Sanz, ese ministro sin cartera al que cela y quien desde hace unos meses Macri decidió enfriar por atribuirle gestiones especiales en un controversial fallo de la Corte Suprema: fueron más de 100 millones de dólares contra una empresa de comunicaciones mexicana a la que el Presidente le había rogado que enterrara plata en el país.
Igual, las desavenencias con los empresarios arrastran penurias, se multiplican. Primero, desde que lo trataron de convencer de que eran injustas las restricciones de Trump a las exportaciones de biodiésel argentinas, ya que éstas no ocultaban ningún subsidio, como alegaban los norteamericanos. Intervino Gustavo Lopetegui, uno de sus vicejefes de Gabinete, investigó ese tráfico comercial y reconoció que esos privilegios existían a favor de un grupo familiar aceitero que preside la UIA. Como se sabe, Trump será loco, pero no tonto.
Se repitieron episodios semejantes, y ahora se desata un nuevo conflicto: el otro vicejefe, Mario Quintana, emprendió cuestionamientos a los laboratorios, a su política de precios, tal vez los más exorbitantes de la región. Se diría que objeta también, al mejor estilo revolucionario del siglo pasado, que “diez familias facturan y embolsan miles de millones de palos por año”. La batalla recuerda a la que emprendió durante su mandato Arturo Illia, finalmente depuesto por los intereses del sector, según la historia de los propios radicales.
Quintana no está solo en su epopeya: Macri ha revelado particular inquina con alguno de esos próceres de la venta de drogas, inclusive hasta por diferencias políticas. Hoy el conflicto despunta como un iceberg en la provincia de Buenos Aires, se esconde en la protesta de los farmacéuticos que le imputan a Farmacity –empresa que perteneció a Quintana– el propósito de dominar el mercado bajo la excusa de bajar los precios. Si alguien ignora los entresijos de esta situacion, bien puede imaginar la operación crematística que la rodea: nunca alguna parte del periodismo y de dirigentes politicos se ha interesado tanto por la suerte de los farmacéuticos bonaerenses.
Cercanía peligrosa. Quintana se ha vuelto el monje gris de la Administración, al menos para sus críticos, el personaje a desmoronar por opositores y hombres de negocios con negocios encontrados con el vicejefe. Hasta lo reemplazó a Peña como blanco de las críticas. Es que, estar tan cerca de Macri implica ciertos costos. Hasta ahora venía en ascenso, a pesar de que poco éxito tuvo en la afeitada a Sturzenegger del último Día de los Inocentes: no pudieron desplazarlo (el titular del BCRA estima que después de haber invertido 15 o 20 años en el PRO, no se va a retirar por un cascotazo).
Se ha ganado Quintana el odio de los economistas profesionales y de un sector financiero que le desconfía. Como se sabe, también participó en la eyección de Abad de la AFIP, pero no pudo colocar en su reemplazo a quien deseaba: el elegido se negó.
En su lugar, ubicó a un colaborador diligente, bien formado, Leandro Cuccioli, pero sin experiencia en administración pública y con menos conocimiento tributario que Maradona de ballet. Y con algunas audacias incontrolables del pasado: para racionalizar el área de Defensa imaginó, por ejemplo, la supresión de la Fuerza Aérea (en rigor, adosarla al Ejército). Eso sí: Cuccioli promete no firmar temas que generen suspicacias con su anterior actividad, un cuento chino ya que su responsabilidad en la AFIP lo obliga a suscribir documentos para lo cual solo él está autorizado.
Por si no alcanzara, Quintana también participa o audita en la política sindical del Gobierno y en más de una ocasión intentó simpatizar con los dirigentes a partir de su procedencia barrial, cierta vinculación juvenil con el peronismo cristiano y una pasada militancia social. Datos que a los gremialistas poco les importan, ya que “negros, pobres y petisos –dicen– siempre ha sido lo que más hemos visto en nuestra vida”. Es que cierta reserva los inquieta, no vaya a ser que se abalance sobre las obras sociales.
Mientras, lo retratan aviesamente como si fuera un delegado del aterrizaje de Amazon.