Que no haya ninguna bomba es responsabilidad tanto del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio. Y hasta más de Juntos por el Cambio, porque al ser el opositor con mayores posibilidades de administrar el país a partir del 10 de diciembre, podría sentirse beneficiado electoralmente si al actual gobierno se le produjese un colapso económico antes de las elecciones, que podría generarlo si quisiera hacerle daño a su adversario en las PASO o la primera vuelta. Pero además de una grave falla ética con todos los argentinos –con los que los votarían y los que aun sin haberlos votado tendrían que gobernar–, sería un error porque siempre será más fácil desarmar una bomba o reducir su poder destructivo haciendo control de daños con el poder de un gobierno recién electo, que reconstruir lo ya destruido. Como en los terremotos, las réplicas posteriores a veces son tan destructivas como el terremoto mismo: le pasó a Menem, que después de la hiperinflación que le “explotó” a Alfonsín tuvo que soportar siendo gobierno otra megadevaluación meses después de haber asumido. Quien tenga vocación de servicio público y deseo de gobernar debería serlo porque tiene la convicción de conocer la solución de los problemas, y si hubiese una bomba latente, aspirar a que no explote hasta su llegada para poder desarmarla. Y tendría que colaborar con el gobierno que vaya a suceder, en lugar de lo contrario.
Es muy conocido el efecto performativo del lenguaje convirtiéndose en acto de quien, por ejemplo, denuncia insolvencia de un banco produciendo una corrida de retiro de sus depósitos haciendo insolvente a ese banco solo por esa misma corrida. Si quien puede ser gobierno dentro de diez meses sostiene que hay una bomba por explotar, ahora o en diciembre, los actores económicos, productores y consumidores, anticiparán sus decisiones en función de esa expectativa.
No tiene lógica anunciar que habrá un terremoto y esperar que las personas se queden en sus casas aguardándolo. Por eso no tiene sentido que la oposición hable de bomba, salvo que piense que al asumir como nuevo gobierno tendrá que implementar un plan de shock cuya única forma de no ser resistido por la sociedad fuera produciendo previamente una pérdida de voluntad de rechazo: “La oportunidad detrás de la tragedia” del cuanto peor, mejor.
La democracia no es un estado bélico, es un sistema consensual; su estado patológico es la hegemonía
En 2007, la activista canadiense Naomi Klein publicó su libro La doctrina del shock, el capitalismo del desastre, donde sostiene que cada vez que se aplicaron modelos económicos impopulares se produjeron premeditadamente shocks que permitieron comenzar desde un “pizarrón en blanco”, situación propia de la violenta destrucción del orden económico vigente. Solo impactos en la psicología social permitirían introducir reformas que de otra manera serían rechazadas por los habitantes, mientras que “en estado de shock” quedan “más susceptibles a colaborar”, como sucede en los experimentos psiquiátricos con shocks eléctricos que buscan producir un desviamiento de la personalidad. Al padre del neoliberalismo (neoconservadorismo) y de la escuela económica de Chicago, heredera suavizada de la escuela económica austríaca que pregonan los libertarios, Milton Friedman, Naomi Klein lo llamaba “el doctor shock” y lo compara con el doctor Donald Hebb, quien a mediados de los años 50 experimentó con el aislamiento sensorial en la Universidad McGill de Montreal produciendo “una forma de demonotonía externa que genera una reducción de la capacidad crítica, nubla la mente y la persona deja de fantasear, equivalente al impacto psicológico de un lavado de cerebro”.
“Un estado de shock pasa cuando perdemos nuestra narrativa y nuestra historia, cuando nos desorientamos”, así comienza la propia Naomi Klein su documental sobre el tema. “Lo que nos mantiene alertas y a salvo del shock es nuestra historia”.
Nuestra historia, la argentina, tiene que ver con el caos macroeconómico de 1989 con hiperinflación e hiperdevaluaciones el último año de Alfonsín autoproducidos por los errores del propio gobierno saliente, pero simultáneamente por los anuncios del gobierno entrante con uno de sus posibles ministros de Economía, que anticipaban que iba a haber “un dólar recontra alto” cuando asumieran.
Líderes consensuales. La democracia no es un sistema bélico; por el contrario, es un sistema consensual. Su estado patológico es la hegemonía, y su estado natural es el equilibrio entre oficialismo y oposición que no aspiran a la hegemonía, sino a consensuar.
Resulta plausible asignar al fracaso de todo tipo de gobiernos durante los últimos cincuenta años a la búsqueda de hegemonías y a la destrucción del otro, produciendo el famoso “empate hegemónico” inmovilizador tan bien descripto por el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA entre 1990 y 1998 y titular de Sociología Sistemática, el sociólogo Juan Carlos Portantiero.
Argentina precisa un nuevo pacto social para salir de este círculo vicioso en el que quienes a los que les ha tocado alternarse en el papel de oficialismo y oposición lleguen a un acuerdo antes de las elecciones de octubre e inmediatamente después de las PASO de agosto. Los dos líderes que surjan legitimados por la sociedad como cabezas de cada coalición se deberían comprometer, si ganan, a llamar al día siguiente a quien surja derrotado y, si ellos fueran los derrotados, a acudir al llamado del ganador para consensuar el apoyo de la minoría al plan de gobierno de la mayoría, reduciendo la incertidumbre de la sociedad y, principalmente, la conflictividad.
Los dos candidatos prometen, si ganan, llamar al derrotado, y acudir al llamado si fuesen derrotados
La hipótesis de que un acuerdo entre los dos candidatos a presidente del Frente de Todos y Juntos por el Cambio inmediatamente posterior a las PASO podría beneficiar electoralmente en primera vuelta a Javier Milei siempre será corregido en la segunda vuelta a favor de quien eventualmente tuviese que competir con Milei, si realmente el libertario pudiera pasar al ballottage. No podría haber diferencias insalvables, si Alfonso Prat Gay fue presidente del Banco Central de Néstor Kirchner y luego primer ministro de Hacienda de Cambiemos, o si Martín Redrado fue presidente del Banco Central de ambos Kirchner y hoy es parte del equipo de Horacio Rodríguez Larreta. Si Néstor Kirchner defendía los superávits gemelos tanto fiscales como comerciales, no resulta imposible un acuerdo de principios esenciales en materia económica.
Los gobiernos exitosos progresistas de Sudamérica: Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, la Concertación en Chile o el Frente Amplio en Uruguay, todos coincidieron en una economía ordenada sin déficits ni sorpresas y un progresismo en el ámbito social y las relaciones internacionales. Si de las PASO surgieran dos líderes que representaran un cambio generacional dejando atrás la forma de hacer política agonal y comprendiendo que no habrá forma de gobernar ni avanzar sin el otro, Argentina podría ahorrar la explosión de cualquier bomba o el eventual desarmado sin heridos de lo que se hubiera construido.
Es muy simple: solo hace falta un compromiso de que quien gana convoca al otro, y quien pierde va. Así ganamos todos, gana Argentina. Como dice Naomi Klein en los últimos minutos de su documental: “La estrategia del shock solo funciona si no sabemos que existe; lo que me parece más esperanzador de la crisis económica actual es que esta táctica se está desgastando, pues el factor sorpresa ha desaparecido, los tenemos calados y ya no nos engañan, nos estamos volviendo a prueba de shocks”. El padre del New Deal, Franklin Delano Rooselvet, decía: “No debemos tener más miedo que al miedo mismo”.
Alejar el miedo es tarea de oficialismo y oposición.
Sigue mañana: Dos JxC