El martes 15 de septiembre, al cumplirse un año de la caída del banco de inversión Lehman Brothers, el presidente Obama visitó el Federal Hall National Memorial, en el N° 26 de Wall Street, para hablar ante sus aliados en el Congreso y los representantes de las firmas financieras significativas. El discurso, en el que reiteró que su plan es aprobar antes de fin de año un sensible endurecimiento regulador para el sector financiero, puede ser contrastado con una docena de disparadores para tratar de desentrañar la magnitud de la tarea que se ha impuesto y las posibilidades de materializarla.
Uno. Dice la economista Loretta Napoleoni que “la economía es la impredecible ciencia de la interdependencia”, una versión aplicada de aquella recordada frase de Antoine de Saint-Exupéry, en versión libre, “puede estar sucediendo algo esencial sin que los ojos lo vean”.
Dos. Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, describe al sector financiero norteamericano como un “enfermo sin esperanza”. Aunque parezca contradictorio, añade, los bancos “demasiado grandes como para caer” han ganado fuerza política desde que la crisis comenzó, y en el equilibrio de poder el sector financiero ha afianzado una facultad de veto sobre las políticas públicas.
Tres. “Larry” Summers, actual jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca, convenció en el año 2000 al entonces presidente Clinton para que apoyara un proyecto de ley que eliminó la supervisión sobre las transacciones con “derivados”. Estos son productos financieros sofisticados que pueden funcionar con “apalancamiento”, por ejemplo multiplicar el valor de la ganancia presunta por treinta o por cincuenta veces. En el intento de multiplicar la ganancia, se potencia el riesgo en igual proporción.
Cuatro. El Banco Internacional de Pagos (BIS, Bank for International Settlements), organización con sede en Basilea, ha llevado la cuenta del aumento de estos “derivados”. El ritmo de propagación parecía haberse moderado, pero en su último informe cuatrimestral advierte un nuevo incremento. Stephen Cecchetti, economista jefe del BIS, habla de “importante riesgo sistémico para el orden financiero”. Otra vez, los reguladores no advierten que grandes instituciones podrían tener mucha mayor exposición de la que son capaces de manejar. La caída de la aseguradora gigante AIG fue precedida por una posición en credit default swaps (una especie de póliza de seguro por insolvencia y también una categoría de los “derivados”) cuyo monto en dólares era un 5… ¡seguido por once ceros!
Cinco. El secretario del Tesoro norteamericano, Tim Geithner, dijo cuando presentó su último plan que trataba de evitar “sostener bancos débiles a expensas de bancos fuertes”. Como consecuencia, han quebrado más de cien bancos pequeños y medianos. Por otro lado, de los bancos salvados con “dinero de los contribuyentes”, según un informe de marzo pasado cinco de “los grandes” tienen el 96% de todas las posiciones bancarias en “derivados”, y un 81% de riesgo neto total en caso de default. Como se suele decir: “Estos no aprenden más”.
Seis. Michel Rocard, el político socialista francés, trazó en La Nación una parábola del capitalismo, desde la esclavitud inicial hasta la última guerra mundial, de donde emerge un sistema con tres pilares: el seguro de salud, políticas keynesianas en lo fiscal y monetario y salarios tales que reducen la desigualdad. Transcurren 30 años de crecimiento constante y ninguna crisis económica o financiera. El estándar de vida se multiplica por diez. Pero se verifica una reducción de la parte de los asalariados en el ingreso. Durante el curso de los últimos 25 años, ha estallado cada 4 o 5 años una crisis financiera, regional o global. A lo largo del mismo período, el número de empleados pobres en las naciones desarrolladas alcanzó al 15% de la fuerza laboral, con un 10% de trabajadores desempleados y un 10% de expulsados del mercado laboral. Estamos frente a un escenario en el que pareciera que “el fin de la crisis” se asemeja a una restauración de los mecanismos que la crearon.
Siete. El jueves último, Gallup da cuenta de una caída de 10 puntos en la adhesión de los jóvenes a Obama. Cuando asumió había obtenido el 66% entre los votantes de 18 a 24 años.
Ocho. El mismo jueves los diarios reproducen la opinión de Jimmy Carter sobre la oposición a Obama por prejuicios de raza.
Nueve. Siempre el jueves, el Wall Street Journal titula: “La caída del dólar, un dolor de cabeza para los bancos centrales”.
Diez. Nassim Taleb, que había alertado a tiempo sobre la crisis, es un especialista en cálculo de probabilidades y autor de El cisne negro, una obra dedicada al impacto de lo “altamente improbable”. La semana pasada dio su testimonio en el Congreso norteamericano sobre “el final de la crisis”. Una síntesis de lo que dijo puede caber en la siguiente frase: “No aconsejo a nadie que se relaje”.
Once. La reciente opinión de The Economist sobre los resultados de la próxima cumbre de Pittsburgh es de una sugestiva desconfianza. No sólo por lo que tardarían en concretarse las reformas al sistema financiero, sino por la escasa probabilidad de que alcancen a las cuestiones más profundas, como imponer una oleada obligatoria de aumento de capital para los bancos europeos y japoneses, aunque quizás sí haya alguna novedad en materia de premios para ejecutivos.
Doce. La periodista Luisa Corradini informa que son 12 las recomendaciones de un panel creado por el presidente francés Sarkozy para encontrar un método nuevo de cálculo económico que incluya factores de calidad de vida. Presidida por el Nobel Joseph Stiglitz e integrada por otro Nobel, Amartya Kumar Sen, propone reemplazar al PBI por un Producto Nacional Neto (PNN), donde se mida el bienestar y la sustentabilidad de la economía. Con desenvoltura, Corradini añade que habría que incluir en el elenco a la felicidad.
Obama dijo en Wall Street que es necesario pasar de un período de imprudencia y crisis a otro de responsabilidad y prosperidad. Nos viene a la memoria la frase de don Arturo Illia, cuando se sintió sospechosamente agasajado en un hospital: “¿Y quién pagará todo esto?”.