Mahmoud Ahmadinejad, presidente de la República Islámica de Irán, entidad política que considera a Estados Unidos desde 1979 –a partir de la Revolución fundamentalista liderada por el ayatolá Ruhollah Khomeini– como el “Gran Satán” del sistema internacional, manifestó esta semana su “alegría” por el triunfo de Barack Obama en las elecciones del 4 de noviembre; y afirmó que se “abre al mundo una etapa de esperanza”.
Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, y principal enemigo del “imperio americano” en Latinoamérica, expresó su “satisfacción” por la victoria de Obama, e indicó su disposición para retomar con Washington los vínculos amistosos.
Fidel Castro, retirado del poder político en Cuba, pero aún epistolarmente activo a través de Gramma, señaló que el arribo del primer afroamericano a la Casa Blanca abre una etapa de “esperanza” en relación a Estados Unidos.
Dice Joseph Nye: “El poder suave es la habilidad para obtener los resultados deseados a través de la atracción y el prestigio, antes que usando las zanahorias y los garrotes del dinero y la coerción” (Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, New York, Basic Books, 1990).
Por primera vez en la historia de Estados Unidos un afroamericano llega a la Casa Blanca. Obama nació en Hawai el 4 de agosto de 1961. Ese año, nueve Estados de la antigua Confederación tenían normas explícitas de discriminación racial; y cinco de ellos consideraban delito penal las relaciones entre los dos sexos de carácter birracial.
Barack Obama triunfó en 29 Estados y obtuvo el 52% de los votos; uno de ellos fue Virginia, cuya capital, Richmond, sirvió de sede a la Confederación; desde allí, Jefferson Davies y Robert E. Lee dirigieron el esfuerzo del Sur en defensa de los derechos de los Estados y del régimen de esclavitud.
Frente a una multitud de más de 250 mil personas en el Gran Park de Chicago, Barack Obama formuló en la noche del 4 de noviembre el sentido de su victoria: “Si hay alguien que todavía duda si EE.UU es un lugar donde todas las cosas son posibles, si hay alguien que aún se pregunta si los sueños de los fundadores viven en nuestra época, si algunos insisten en cuestionar el vigor de la democracia americana. Esta noche han encontrado su respuesta”.
Lo notable de la idea de Obama de que “Estados Unidos es el lugar donde todas las cosas son posibles” es que es compartida en el fondo –como una percepción previa al conocimiento– por los más acérrimos enemigos de la civilización estadounidense, también denominada “Gran Satán” o “imperio en decadencia”.
Es obvio que el triunfo de Barack Obama fortalece la posición de Estados Unidos en el sistema internacional. Le agrega a su hard power estructural –económico, político, tecnológico, financiero y militar– la dimensión que irradia el inmenso prestigio de su cultura e instituciones: soft power.
Dice Alexis de Tocqueville: “El futuro del mundo no es Estados Unidos, pero Estados Unidos es el lugar del mundo donde el futuro llega primero”. Si un afroamericano ocupa la Casa Blanca, eso indica virtualmente las características de la sociedad mundial que emerge en el siglo XXI.
La presencia de Estados Unidos en el sistema de poder internacional no tiene paralelos en la historia del mundo. Es el único poder hegemónico que lo es en la totalidad de los tableros del poder al mismo tiempo.
El presupuesto de Defensa 2008/2009 asciende a 500 mil millones de dólares, sin contar los gastos de guerra en Irak y Afganistán. Significa que el Pentágono gasta una suma superior a la totalidad de los gastos de Defensa del resto de los países del mundo.
El sistema financiero internacional, hoy en crisis, asciende a 142 trillones de dólares (McKinsley Global Institute). Giran alrededor de Wall Street 52 trillones de dólares. Estados Unidos es el primer exportador mundial; y sus empresas transnacionales son responsables del 69% de sus exportaciones. Ellas producen y venden en el exterior cuatro veces más que el total de las exportaciones estadounidenses.
El triunfo de Obama parece mostrar que el soft power de la civilización norteamericana no se agrega en forma externa al inmenso poderío de su hard power, sino que es su dimensión más profunda.
Lo que dijo Obama en Grand Park fue que la fuerza de Estados Unidos no está ni en su poder militar, ni en su aptitud para la innovación tecnológica o en su papel crucial en el sistema financiero internacional, sino en la pujanza de sus instituciones y en el vigor de su cultura, volcada al futuro y fundada en el convencimiento de que “lo mejor está siempre por venir”.