El mensaje de Barack Obama contra las marchas racistas en los Estados Unidos fue conmovedor. Escribió en Twitter: “Nadie nace odiando a otro persona debido al color de su piel, su historia o su religión. La gente aprende a odiar y si puede aprender a odiar se le puede enseñar a amar”.
Hace 30 años, en tiempos en que el racismo era cuestionado, pese a que Sudáfrica seguía con el Appartheid, la Unesco publicó un trabajo de indagación antropológica en el sur profundo de los Estados Unidos. Explicaba que la discriminación no estaba presente hasta los 5 o 6 años de edad. Hasta entonces los chicos negros y los chicos blancos jugaban sin diferenciarse. Era en la mediana infancia cuando comenzaban a primar los prejuicios verbalizados de sus padres, de otros mayores y hasta de círculos religiosos. El chico aprendía a odiar con la misma intensidad de los mayores y con los años justificaba la acción violenta.
Gran parte de la comunidad política, tanto republicanos como demócratas, la empresaria, la académica y hasta los altos mandos militares repudiaron la tibieza en la reacción del presidente Donald Trump frente a las marchas de los supremacistas blancos con pensamiento y gestos nazis en Charloteville, que fueron contestadas por antirracistas. El Jefe de la Casa Blanca atribuyó a ambas partes la violencia de los feroces enfrentamientos. Mayor cautela y sagacidad, imposible.
Es que Trump no puede negar su pasado. En los grandes edificios edificados por el y su padre no se vendía ni alquilaban departamentos a los negros. Hasta tan punto siguen vigentes esos resortes de su mente que sus mayores hombres de confianza en el gabinete son editores de medios o políticos conocidos por no ocultar su racismo.
Para muchos, especialmente en el sur profundo de los Estados Unidos que se embanderó con la Confederación contra el Norte, en una guerra civil desgarrante, aún perduran los prejuicios más abominables. Nadie puede asegurar la defensa de la vida de la comunidad negra en esas regiones.
Con el triunfo electoral y la presidencia de Trump han vuelto a las andadas. Se hacen llamar “supremacistas o nacionalistas blancos”. Allí no termina su ideología. Son nazis, decididamente antisemitas, antisistema y se oponen al conservadurismo republicano y moderado. El grupo de choque “Alt-right” son fanáticos admiradores de Trump. Tienen relación con movimientos nazis y fascistas europeos y usan pancartas y consignas parecidas, como el caso de la extrema derecha húngara que hasta tiene bancas en el Parlamento Europeo.
Otro grupo en acción en estos días es el Ku Klux Klan (KKK). Integrado en las últimas décadas del siglo XIX por oficiales confederados, fue encargado históricamente de linchar a negros y atentar contra judíos e inmigrantes. Los musulmanes se agregaron ahora a esa lista.
Para el KKK, todo lo extranjero y de color es contaminante. Hasta hace unos años sumaban alrededor de 10 mil miembros. En estas últimas semanas aumentaron sus adherentes.
Ya no es el sur profundo. Los nazis están creciendo en los estados del Norte.
Este brote antisistema ha unificado en la protesta al resto de la sociedad norteamericana. Los hechos destrozan el pasado, el largo proceso de los negros por alcanzar la igualdad y el respeto en una sociedad compleja con marchas masivas que eran divulgadas a lo largo de los años sesenta.
Hasta 1962, Louis Amstrong, entre otros grandes músicos de color, tenía que entrar en sus conciertos por la puerta de servicio. Como reconoció el sociólogo Vance Packard, hasta fines de la Segunda Guerra había clubes deportivos y zonas de verano con carteles que decían, en la entrada: “Prohibido el ingreso de negros, perros y judíos”.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, un hombre de clara posición derechista, demoró días en difundir una condena a las acciones racistas en Estados Unidos. Fue tan cuestionado como Trump.
*Escritor y periodista.