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Macri no representa el liderazgo tradicional porque un conservador no hubiera limitado el beneficio del 2 x 1 a los condenados por crímenes de la dictadura, ni ahora estaría –aunque tácitamente– a favor de la legalización del aborto.

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ASIATICO. Macri, con Putin y Xi, en la cumbre de los Brics en Sudáfrica. | FOTOS: PRESIDENCIA DE LA NACION

Ayer le tocó el turno a Sergio Berensztein de preguntarse qué es realmente Macri en su columna titulada “Contradicciones entre el Macri desarrollista y el ortodoxo”, publicada en La Nación. Ya Gustavo González había reflexionado sobre lo mismo en Qué es Macri, también el editor de Política de la revista Noticias Franco Lindner escribió un libro titulado La cabeza de Macri, y en estas columnas se trató de dilucidar el problema categorial que representa el actual presidente.

Como no alcanzan las comparaciones con Frondizi o Menem, las calificaciones de liberal o desarrollista ni las de conservadurismo popular, otro experto en estudios sobre el Estado apeló a las tres clásicas formas del liderazgo definidas por Max Weber para decir que Macri no encajaba en ninguna. Esos tres tipos son: el liderazgo tradicional que se hereda, el liderazgo burocrático del experto en el tema y el liderazgo carismático del que inspira más allá de una causa objetiva.

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Macri no representa el liderazgo tradicional porque un conservador no hubiera limitado el beneficio del 2 x 1 a los condenados por crímenes de la dictadura, ni ahora estaría –aunque tácitamente– a favor de la legalización del aborto. Tampoco encaja en el modelo de liderazgo burocrático porque es la antítesis de quien realizó su carrera en un partido o en la administración pública. Ni representa el modelo de liderazgo carismático por su reconocida falta de dones para ello.

La ontología es una rama de la filosofía que se dedica a estudiar las esencias, lo que hay, lo que es, y Macri es un gran desafío para la ontología política. Quizá las categorías más populares que utilizan los ciudadanos no especialmente interesados en política a la hora de votar definan mejor a Macri que las académicas. Macri es para quienes lo votaron un ganador, alguien que siempre supo estar en el lugar correcto en el momento indicado.

Al igual que Trump, otro iconoclasta que conmueve las categorías políticas, para ser un ganador tiene primero que ser un jugador, gustarle el riesgo y disfrutar de los desafíos. Ser presidente (y sobrevivirlo) es otra cima del Everest alcanzada, la más alta de todas. Y para personas con fama de conquistadores de mujeres, a punto de cumplir 60, Macri, y habiendo asumido con 70 Trump, la mujer más linda de conquistar podría ser la Argentina para uno y “América” para el otro.

Para entender a Macri, quizá sean más apropiados los arquetipos de personalidad que las clasificaciones ideológicas, políticas o económicas, incluso para comprender sus decisiones políticas y económicas. Y así como se dice que tanto en el amor como en la guerra todo vale, el pragmatismo a veces desconcertante de Macri, como el de Trump, obedezca a esa lógica de la conquista donde (casi) todo vale para ganar y donde las esencias y los sistemas conceptuales sean “jactancia de los intelectuales”, como dijo un reprochable militar sobre la duda.

La semana anterior, Macri respondió preguntas de los ciudadanos en redes sociales. Una de ellas era: “¿Te gusta ser presidente?”, a lo que Macri contestó: “En un año te cuento”, lo que no es difícil de interpretar: si la economía mejora y es reelecto, o sea si gana, le va a gustar; y si no, no.

Probablemente Macri y Trump, con sus enormes diferencias, compartan el espíritu aventurero de quien, teniendo todo lo material, lo que desee sea tener experiencias. Aventureros del siglo XXI comparables al caballero británico Phileas Fogg, creado por Julio Verne, quien en el siglo XIX abandonó su cómoda vida para cumplir con la apuesta hecha a sus amigos del Reform Club de dar la vuelta al mundo en solo ochenta días. No es inimaginable Macri en el club de amigos del colegio Newman con Nicolás Caputo, José Torello y Pablo Clusellas, más el club de amigos de Socma, con Andrés Ibarra, Néstor Grindetti y Daniel Chain, apostando a que llegaría a presidente. Y en ese camino, al igual que el Phileas Fogg de Julio Verne, no dudó en usar barco, tren, trineo y hasta lomo de elefante con tal de llegar al destino programado.

En el siglo XXI ya no quedó más terra incógnita que descubrir o explorar, y los conquistadores modernos tienen que serlo de territorios simbólicos o de viajes adentro y no afuera.

Otra característica que se puede constituir en una categoría y define a Macri, al revés de Trump, es la de aspirar a ser un modernizador. En su libro Nunca fuimos modernos, el filósofo y antropólogo francés Bruno Latour explica que “modernizar” es una orden que cumple un objetivo de movilización, “es una suerte de grito desgarrado que dice: no hay alternativa”. Debemos modernizarnos, es un imperativo que se repite en la historia: “El término modernización impide tener dudas. ‘¡Modernícense!’ significa un movimiento entre el pasado y el futuro, una diferencia entre la creencia por un lado y la esperanza de la exactitud. Moderno viene a definir un vínculo de todo un conjunto de propiedades respecto de bienes y posturas con la religión, las costumbres, etc.”. Por ejemplo, la ecología se vuelve un partido, los verdes en Europa, y la completa emancipación femenina, en la revolución de época, lo que Duran Barba significó en las bicisendas y la despenalización del aborto.

La Iglesia por siglos desconfió de la modernización porque su deslumbramiento barre también con lo útil, por eso el papa Francisco, desde la aprobación en la Ciudad de la ley de matrimonio igualitario, considera a Macri un frívolo superficial y más que un choque ideológico los separa un choque de culturas.

De ser apropiada esta caracterización no ideológica de Macri como un aventurero moderno, la fuerza para continuar en su camino en momentos malos como el actual no provendrá de la convicción en sus ideas sino del orgullo por cumplir su apuesta. Seguramente esa fuerza no será suficiente para conducir a más de 40 millones de personas y se requerirán otros atributos además de la suerte a la que se refería Maquiavelo, al decir que el príncipe precisa siempre voluntad y fortuna.

No hay teleología; ganar no es para algo, es el fin en sí mismo, si se puede, con ideas propias, y si no, con otras

Además de la crítica a la modernidad de Bruno Latour, le convendría leer a otro filósofo francés, Edgar Morin, especialista en el pensamiento de la complejidad, porque ganar con la Argentina será más complejo que ganarle al Real Madrid o al Milan la copa intercontinental de clubes, como logró con Boca.