COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Opinión e información deben conservar un claro equilibrio

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Un drama. La política de Formosa para enfrentar la pandemia enfrenta también a los medios. | cedoc

Entre los muchos perjuicios que el Covid-19 provoca a la sociedad, lo es la una sesgada diversidad (muchas veces en el límite de lo éticamente correcto) en el enfoque que algunos medios de comunicación aplican a medidas, declaraciones, acontecimientos que tienen por denominador común la pandemia. El caso más actual es el de Formosa, cuya política sanitaria (exitosa, si se la mide en términos estadísticos; autoritaria, si se privilegian los derechos de la población) está en debate por la rigurosidad extrema de algunas de las medidas aplicadas, en particular sobre los integrantes de comunidades originarias (los wichis, en el centro de la escena). El confinamiento, los traslados compulsivos, el eufemismo como lenguaje habitual (¿centros de detención, de confinamiento o de residencia temporal? No es lo mismo una u otra definición), cierta tendencia al autoritarismo y la manipulación política –a uno y otro lado de la grieta– que se viene observando, suma a los medios periodísticos como coprotagonistas del drama.

En tal sentido, recomiendo atención a los lectores de PERFIL, que lo son también, seguramente, de otros medios gráficos y se informan por otras vías (la radio, la televisión, los portales de noticias en internet). Una vez más, el secreto está en analizar lo que se dice en cada caso, caracterizar el medio según sus posturas editoriales, sopesar cada información en busca de probables trampas engañosas y asumir el rol protagónico de quien es destinatario legítimo de los mensajes de cada propuesta periodística.

Las declaraciones que formuló el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla, tras una visita a Formosa, tuvieron miradas muy diversas, sesgadas según el color y la política editorial de cada medio. No es mi intención elegir uno u otro camino, pero sí señalar cuál es la política editorial más ajustada para no caer en periodismo de trinchera.

En principio, separar con la mayor precisión la línea editorial de la responsabilidad informativa. Lo que es noticia y será tratado como tal, no puede ni debe responder ni subordinarse a intereses particulares del medio o de sus directivos. En tal sentido, hago propio lo escrito por Javier Darío Restrepo para el consultorio ético de la Fundación Gabo: “Una es la línea informativa de un medio y otra la de su opinión editorial. La línea informativa, que es la que sirven con sus noticias, crónicas, reportajes, entrevistas y perfiles los reporteros, debe ser independiente, para ser objetiva –hasta donde esto es posible– y, por tanto universal. Este ideal de la universalidad de la información significa que el periodista informa para servicio de todos (…) La otra línea es la editorial, o sea la de las opiniones del medio de comunicación, que se publican completamente diferenciadas de las informaciones y firmadas por editorialistas, o columnistas, todas personas distintas de los periodistas dedicados a la información”. Restrepo completa su análisis: “Al firmar su contrato de trabajo ningún periodista se compromete a seguir ni a defender la opinión editorial de su medio, ni es legítimo que alguien pretenda imponérsela. Tampoco sería legítimo que el periodista se propusiera imponer su pensamiento político personal a través del enfoque o presentación de sus noticias. Hacerlo sería un abuso de poder y un atentado contra su propia credibilidad”.

Los medios que establecen una correcta división entre opiniones e información hacen crecer su credibilidad y –lo que es más importante– cumplen con el deber de rendir cuentas al público. Es éste el que tiene el poder y el derecho sobre el buen ejercicio de nuestra profesión.