Bienvenidas todas las medidas de prevención. Es una suerte que se haya tomado en serio el problema que ocasiona la pandemia. Las respeto y las considero necesarias. Me quedo en casa, estoy en la franja etaria de riesgo, no puedo ver a mi familia, me entristece, pero con este permanecer todo el día encerrado, “guardado”, después de aplaudir con entusiasmo a todos los trabajan para cuidarnos, pensé un poco más allá de mi situación particular.
Quedarse en casa. ¿Todos la tienen? ¿Qué quiere decir “casa”? ¿Cuántas casas hay en las villas, en los suburbios, en el NOA? ¿Cuántas personas viven en habitaciones sin higiene, en calles sin desagües, sin agua, con cuatro o cinco menores que antes correteaban y ahora deben permanecer sentados, quietos. ¿Todos tienen una Play Station?
La clase alta y la media permanecen en sus casas y solo van a farmacias y supermercados. Los medios nos felicitan por nuestra responsabilidad y se enojan con quienes trasgreden las normas. La palabra “solidaridad” gusta.
En los suburbios, en las zonas periféricas, en las villas, en las barriadas pobres, en donde habitan los millones del país del 40% en negro, ¿qué tipo de arresto domiciliario en nombre de la higiene se considera posible?
¿Quién puede garantizarlo? ¿Las fuerzas del orden que hace añares no ingresan a territorios en donde se dice que impera narcolandia y sus asociados? ¿ Debemos suponer que ahora sí estarán presentes porque en lugar del polvo blanco o del crack se trata del coronavirus?
Para no olvidar las estadísticas que contabilizan un millón de jóvenes que ni trabajan ni estudian, aceptarán no salir… ¿de dónde? ¿El Ejército, futuro interviniente en el cumplimiento de las normas, qué hará si los adolescentes se muestran rebeldes o traviesos?
¿Qué dice el Gran Rosario frente a estas medidas de prevención y profilaxis?
No es difícil observar que esta cuarentena selectiva en la que se ampara la parte más rica de la sociedad y aplaude desde sus balcones de propiedad horizontal, con encargados y ascensores, es una isla en un mar de gente que presumiblemente pase parte de su tiempo a la intemperie.
¿Es una mala noticia o los jóvenes, a pesar de la desobediencia, estarán inmunizados mientras los encerrados no lo estaremos?
¿Qué sucederá? ¿Al cierre de las fronteras, le seguirá el cierre de fronteras interiores?
¿Un apartheid? Cuando se levante la cuarentena, sabemos que no puede ser indefinida porque la sociedad no subsiste sin producir y la gente también muere si no come, se cruzarán los que salen de sus casas con los que no estuvieron todo el tiempo en ellas. ¿Qué resultará de ese cruce? ¿Cómo se mirarán las personas?
Argentina no es Europa, ni EE.UU., a pesar de sus propios bolsones de pobreza mucho más acotados que los nuestros. Ni es China o Corea, sociedades disciplinadas o regimentadas. Es Latinoamérica. Nuestra situación social es latinoamericana. Esto no es una muestra más de bolivarianismo, menos aun un espanto ante el fantasma del “control social” para paranoicos diplomados, es la realidad, la verdad.
¿Catastrofismo? No necesariamente, quizá sea mera política, es decir, poder.
Si la cuarentena se revela ineficaz por la cuestión social, y los estratos enclaustrados no consiguen inmunizarse, si se prolongan los padecimientos, se multiplican las víctimas, ¿qué pasará con el mentado “humor social”? No es difícil imaginarlo. Al himno autocomplaciente del fin de la grieta, a quienes circulan por los medios para anunciar que esta es una gran oportunidad de construir un nuevo país, a todos los tuiteros encantados por tener algún nuevo amo, a esta autoestima transitiva, le seguirán denuncias, acusaciones, pedidos de mayor rigor y exigencia de severas sanciones.
¿En qué puede terminar esta situación solo imaginable en una distopía? ¿En un pedido de un nuevo Muro? ¿Otro muro como el que encierra a palestinos y mejicanos? En lugar de encerrarnos, ¿encerrar?
Ante un escenario de este tipo, pueden ocurrir mutaciones inesperadas. Una de ellas es la aparición de nuevos dirigentes con propuestas políticas superadoras de la contingencia actual, que tengan ideas para compatibilizar necesidades e intereses, o por el contrario, no hay que descartarlo, no sería ni extraño ni novedoso que surgiera un aspirante a la tiranía que en nombre de la otra cara de la cuarentena enarbole la bandera de los que no tienen ese hogar invocado, para orientarlos en el cruce de puentes y veredas, y una vez en la metrópoli silenciosa, con calles vacias, se apropien de los techos, de las paredes, de los baños, de los barbijos y de los balcones de los que estamos ensimismados en la cuarentena.
¿Otro 45? ¿Un nuevo 2001? ¿Un nuevo líder? ¿Nuevas masas? ¿El ansiado fin del capitalismo neoliberal? Puede ser el sueño de algunos. No el mío.
¿Será suficiente con que los “abuelos” nos quedemos en casa varios meses y el resto de la población comience a circular de a poco? Espero que sí.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).