COLUMNISTAS
ASIGNACION UNIVERSAL POR HIJO

Oposición, ¿qué oposición?

Los analistas políticos tienen distintos grados de simpatía con el Gobierno, pero una idea los reúne y es que la oposición no está a la altura de los acontecimientos.

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Los analistas políticos tienen distintos grados de simpatía con el Gobierno, pero una idea los reúne y es que la oposición no está a la altura de los acontecimientos. El sábado pasado, Alfredo Leuco (que no es precisamente un militante K) comienza su columna en PERFIL diciendo: “La oposición está en problemas. Va a tener que revisar toda su estrategia de crítica, control y propuestas alternativas para no ir siempre detrás de la agenda que fija el Gobierno.” La nota lleva por título: “La mejor semana de Cristina” y en ella se afirma que “los partidos políticos que pelean contra el Gobierno no pudieron evitar que se vaya instalando lentamente la peligrosa idea de que los Kirchner son los únicos que pueden gobernar.”

Es curioso. El mayor acontecimiento político de la semana pasada fue el anuncio del decreto que establece la asignación universal por hijo, una conquista impulsada durante largo tiempo por algunos sectores de la oposición y a la que el kirchnerismo se oponía de manera frontal. Pero después de proclamar las bondades de los planes de asistencia focalizados y de negar que se requería una acción urgente con la indigencia, el Gobierno terminó cediendo. La derrota se extendió a la semántica y el decreto rescató la palabra “universal” –que siempre detestó– para calificar una medida que no lo es realmente y que se queda muy corta respecto de los proyectos de ley presentados por los opositores. Me hizo mucha gracia ver el lunes, en el programa de Lanata, al diputado provincial Lorenzino sostener que el decreto era “universal dentro del universo de su aplicación”. Pero la oposición no fue precisamente atrás del Gobierno en un tema tan importante y, por otra parte, nadie puede impedir que el Gobierno decrete lo que le plazca como lo ha venido haciendo.

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Pero miremos la situación con un poco más de detalle. No sólo el kirchnerismo se opuso durante todo este tiempo a la asignación universal entendida como un derecho ciudadano. La Iglesia, por ejemplo, muy activa en el discurso contra la pobreza, nunca participó de esa idea. El PRO tampoco estuvo de acuerdo, igual que el peronismo disidente, mientras que socialistas y radicales la acompañaron con grados de convicción variables. Pero quienes sí la impulsaron con fuerza –esencialmente la Coalición Cívica y los dirigentes cercanos a la CTA como el diputado Lozano– terminaron imponiendo la idea ante la opinión pública y el resto de sus colegas hasta que el Gobierno no tuvo más remedio que hacer algo para no quedar como interesado exclusivamente en su reforma política mientras el pueblo pasaba hambre.

La moraleja de este cuento es la siguiente. En primer lugar, hay que entender claramente que no hay tal cosa como “la oposición”. No existe una entidad vertical, homogénea y estructurada que ejecuta las medidas ordenadas por el jefe, tal como lo hace el Poder Ejecutivo. Para lograr unidad sobre una propuesta, los opositores necesitan tiempo y trabajo y, aun así, no tienen la fuerza parlamentaria para imponerla. Frente a la debilidad estructural de la oposición, el Gobierno dispone de recursos ilimitados y de la capacidad de imponer una mayoría legislativa que, si no se tiene, se coopta o se compra. Incluso, para el kirchnerismo es muy fácil ponerse de acuerdo sobre la candidatura presidencial, un asunto que para los opositores resulta necesariamente complejo y espinoso. ¿Qué suponen, que habría que sortear la candidatura para ser más ejecutivo?

Sin embargo, periodistas y otros sectores de opinión le siguen achacando a “la oposición” la culpa de la ofensiva del Gobierno posterior a su derrota electoral. El todo caso, lo que el éxito relativo de esa ofensiva demuestra es que nuestro sistema institucional es muy débil si quien ocupa el Ejecutivo está dispuesto a abusar de todos sus recursos económicos y de todas sus prerrogativas legales para gobernar sin que el Parlamento, los jueces o los organismos de control le pongan límites a su poder. Por eso me resulta incomprensible que se les reclame a los dirigentes opositores milagros que exceden largamente sus posibilidades. No parece lógica esa histeria desde la que les reprocha tanto el apresuramiento como la paciencia, la vehemencia como la pasividad, el individualismo como la falta de liderazgo.


*Periodista y escritor.