COLUMNISTAS
De la educación a la política

Orgullo y vergüenza

Scioli AF 20220611
reemplazo. En lugar de Kulfas, el Presidente nombró a Scioli, el rey de los componedores. | NA

Mientras discutimos sobre si debe enseñarse el uso del lenguaje inclusivo, la mitad de los adolescentes de quince años están fuera de las escuelas e institutos de formación. En estas condiciones no son libres, porque la capacidad de elegir, para que no sea simplemente una expresión de necesidades inmediatas, requiere un escenario con alternativas y que los sujetos posean los medios para percibir las diferencias. La educación no llega allí donde la política no ha luchado contra la indigencia. Es un círculo de hierro que, en Argentina y muchos otros países, fija los límites de cualquier discurso que pase fácilmente de lo programático a la utopía. Florecen las utopías libertarias y ultra capitalistas que se proponen como el camino sencillo y único hacia un mundo mejor. 

El dato sobre las privaciones educativas indica que la Argentina no está preparada para avanzar hacia el futuro, aunque abunden las menciones al litio, las fabulosas reservas de Vaca Muerta y las tierras fértiles que nos tocaron por nuestra geografía. 

Todos estos regalos recibidos de la naturaleza, en cuanto se comienza a administrarlos dan lugar a conflictos dentro de los equipos de gobierno entre compañeros que han estado sentados a la misma mesa. Y por supuesto, exasperan a los propietarios que invariablemente consideran injustos los impuestos a la renta diferencial que proviene de dios o la naturaleza, previa herencia de padres, abuelos y otros antepasados. 

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La carta de Kulfas. De nuevo, la difusión de acusaciones off de record provocó la renuncia del ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. Le mandó una larga carta al Presidente y, por las dudas, la hizo pública. Kulfas pone en valor lo alcanzado por su gestión en un ministerio que, antes de su llegada, había realizado “solo reformas edilicias”. No ahorró adjetivos para calificar los obstáculos que enfrentaron sus propuestas. Sobre el Plan Gas, por ejemplo, la oposición interna fue “desgarrante y absurda”. Tampoco pasó en silencio que el Gobierno dejara intacta la escala de un “sistema nefasto de subsidios”, sin establecer categorías socioeconómicas que beneficiaran el consumo de los más necesitados. Dijo claramente que no se pudo “diseñar un sistema de segmentación de tarifas y cobrarles a los ricos y sectores de ingreso medio-alto una boleta de gas sin subsidios”. Fernández, que ahora vive en Olivos, tiene su departamento en Puerto Madero; Cristina, en una esquina elegante de la calle Juncal. No quieren pelearse con sus vecinos.

Las privaciones educativas muestran que el país no está preparado para ir hacia el futuro

La acusación de Kulfas debería avergonzar a un gobierno que se dice peronista. A Kulfas, le costó la renuncia, pero habló en una época de obsecuencias y represalias (la vice es un as de espadas en ese rubro). Con sinceridad, Kulfas acusó al presidente de estar “siempre pensando en las mezquindades de corto plazo”. Tiene razón, porque Alberto Fernández medita sobre lo difícil de presentarse a su reelección. ¿Lo dejará Cristina? Si la economía sigue mal, quizá lo deje. Pero si mejora, Fernández tiene los días contados. Un dilema.

¿Dónde está el cetro? No se preocupen los lectores a quienes no les gustan los acertijos ni las peleas. El Presidente, después de la renuncia de Kulfas, nombró en su lugar al rey de los componedores: Daniel Scioli. Nadie entró en pánico porque se ha puesto de moda una forma de evaluar a quién se elige para una alta posición de gobierno: “Bueno, vamos a ver qué equipo arma”, como si el jefe del equipo fuera un detalle secundario frente al seleccionado de genios que podría reunir. Si esto no vale para el deporte, ¿valdría para la política?

Pero no todo fue una pelea de palacio. El jueves pasado el Presidente pronunció su discurso en la cumbre de las Américas con el mensaje que allí debe trasmitirse. Buen discurso latinoamericanista y crítico de las políticas de Trump, el antecesor de Biden. Criticó también el bloqueo estadounidense a Cuba y Venezuela. Todo políticamente correcto para quienes desean independencia sin exageraciones. Para calentar el ambiente está Cristina, que maneja esa retórica mucho antes que el Presidente. 

Hay competencia de discursos. Fernández, en la Cumbre de las Américas, declaró la independencia de la Argentina respecto de Estados Unidos. Lo hizo con astucia y le atribuyó a Trump una política “inmensamente dañina para nuestra región”. Le recordó que Estados Unidos, a través de la OEA, “facilitó un golpe de estado en Bolivia”. Le recordó también que Trump habilitó el endeudamiento ante el FMI del gobierno de Macri.  Cumplió con América Latina sin correr demasiados riesgos. Y le mostró a Biden la pantalla de su celular con la foto de su hijo Francisco. Todo muy emotivo.

Este muy breve repaso de una semana agitada confirma el poder de Cristina Kirchner. No era necesario para convencerse, pero el poder se afianza con pruebas cotidianas, porque depende de un ejercicio ininterrumpido. Cristina lo sabe desde que aprobó la primera materia de filosofía política, como si hubiera sido discípula de Ernesto Laclau, que fue su mentor, no porque conozca su obra sino porque es posible encontrar raras coincidencias para las que no es difícil seguir pistas. Cuando Cristina llegó acompañando a Néstor a la Casa Rosada, Laclau estaba en la cima de su renombre y ella no iba a perdérselo, como no se privó de darle una clase de historia a Tulio Halperin Donghi durante un almuerzo que tuve el honor de presenciar.

En el repaso de una semana agitada se confirma el poder de CFK, que se afianza con pruebas diarias

Entre las cien mejores. Mejor hablemos de cosas serias. Tulio Halperin era profesor de la Universidad de Buenos Aires, cuando yo ingresé como estudiante. Ambos, con el renombre que distinguía a Tulio de una alumna de primer año, sentíamos el orgullo de estar allí. 

Después del golpe de 1966, Tulio partió a Estados Unidos, pero la Argentina siguió siendo su obsesión. 
Recuerdo una tardecita en Berkeley, cuando media docena de personas tomábamos café y escuchábamos a un mexicano que se explayaba sobre la situación política y social de su país. A poco, Tulio Halperin me miró y dijo: “Hablemos de la Argentina, que es tanto más interesante”.

Fue su ininterrumpida pasión y el foco de sus grandes obras de historia. Halperin todavía seguía hablando de la Universidad de Buenos Aires como si las personas y hechos que mencionaba hubieran sucedido el día anterior. Siempre nos pedía noticias, detalles, chimentos que le interesaban como a todo historiador inteligente.

Si Halperin viviera, hoy podría contarle que, por octavo año consecutivo, la Universidad de Buenos Aires figura en el ranking de las cien mejores del mundo y, en esa misma tabla, es la mejor de America Latina, sobre la de San Pablo, la Autónoma de México y la Católica de Chile.

Sepan disculpar mi orgullo, si agrego que la de Buenos Aires ocupa en ese ranking el puesto 67. Las cuatro universidades argentinas que le siguen son privadas y están separadas de la UBA por centenares de puestos: la Católica ocupa el lugar 323, la de Palermo el 390, la Austral el 432 y la de Belgrano el 465. 

Los padres tienen los datos para revisar lo que les cuesta mandar a los pibes a la privada. He enseñado en el extranjero y me consta el respeto a los graduados argentinos. Una vez, tuve que advertirle a un joven compatriota que, si no dejaba de agregar comentarios en el seminario que yo dirigía, alguno de sus compañeros podía asesinarlo en un baño. El compatriota entendió y fue menos locuaz. Hoy es profesor en Harvard. 

Y los brasileños, que en fútbol son remisos a darnos mérito, en cuestiones universitarias nos evalúan generosamente.