Qué alivio, pasó la fiesta patria sin que se quemaran las empanadas. Mientras duró, nadie se peleó con nadie. Después del tedeum donde el arzobispo Poli estuvo discreto, el Presidente almorzó con nuevos amigos, viejos amigos recuperados y aspirantes a integrar ese círculo de la variada corte que el jefe del Ejecutivo construye despacio, porque su fuerte no es la velocidad sino la persistencia y, en ocasiones, la resignación. El secretario de Políticas Parlamentarias, Fernando ‘Chino’ Navarro, que ahora respalda a Alberto Fernández, pronunció una frase digna de un Richelieu criollo: “No hay que pedir permiso para hacer política”. ¿No hay que pedirle permiso a CFK? Parece sencillo, pero todo depende del coraje de quien reciba el consejo.
Por su lado, los jefes radicales coincidieron en designar a Gastón Manes, hermano de Facundo, como presidente de la Convención partidaria que deberá decidir las políticas de alianza del frente que integran con el PRO de Macri, esa plataforma híbrida, armada para competir en las elecciones. A estos acuerdos se los
denomina “política de alianzas”, porque el lenguaje mejora todo.
Dos son uno o viceversa. Alberto Fernández seguramente desearía prescindir de los constantes mensajes de la vicepresidente, enviados por variados medios y estilos: plataformas, trascendidos a la prensa, declaraciones de terceros que le responden fielmente, frases que mezclan el aliento y la crítica, tonos que van desde el imperativo al sarcasmo. La tarea no es sencilla cuando el poder se muda, sin cesar, de Olivos a la calle Juncal.
No es un detalle menor el cambio del lugar desde donde se enuncia. Los regímenes “normales” tienen una sola sede autorizada y reconocida. Por eso, estamos acostumbrados a leer “la Casa Blanca decidió”, el “Palacio del Elíseo considera”, o el “Bundestag vota”. En las monarquías, el rey o la reina pueden estar en un lugar y el parlamento en otro. La mención del lugar es una forma para que todos entiendan de dónde proviene la fuerza de una decisión. No se trata de retórica, sino de la precisa localización geográfica del poder. Por eso, la melodía suena desafinada cuando se comunica esa sede como si realmente fueran dos o, al revés, cuando dos sedes no tienen igual poder.
El fuerte de Alberto no es la velocidad sino la persistencia y, en ocasiones, la resignación
Dirigentes con un pasado luchador eligieron la muy televisada fiesta patria no solo para cantar “el sol del 25 viene asomando”, sino para sugerir que no repetirán invariablemente las viejas consignas formadoras de su identidad. Sin mayor problema, aceptaron el acuerdo con el FMI y se callaron la boca cuando se dijo que la mitad de las afiliaciones al PJ son truchas, como si lo trucho hubiera caído del cielo, aunque fuera de público conocimiento mucho antes.
Es posible que, frente a las sospechas o denuncias, los expertos en “construcción política” afirmen que eran inevitables esas sumatorias manipuladoras de documentos de identidad en los registros partidarios. Lo que es nuevo es que dirigentes del partido que hacía esas sumas lo reconozcan como si tal cosa. ¿Será también la nueva normalidad? Suena desentonada, aunque el PJ y su rama cristinista no se ocupen de tales
menudencias. Pregunto a los eventuales lectores: ¿no es más exacto decir el cristinismo y su rama pejotista? ¿O la pregunta ya ha envejecido?
Hoy, en realidad, se propone un repetido juego táctico, sobre la base de que, de todos modos, “somos mayoría”, independientemente de los parejos números de eventuales elecciones de medio término. En algunas provincias no sufren ese problema, porque sus dirigentes más federalistas nunca aceptaron que se examinen sus descalabros electorales.
Cirugía de carisma. Algo parece obvio: ni Alberto, ni Massa, ni Máximo recibieron el carisma de CFK. El carisma no es simplemente un don de los dioses, tampoco es un bien ganancial ni trasmisible por herencia. El carisma es como la belleza, algunos lo tienen y otros no. Por supuesto, existen las cirugías carismáticas como existen las cirugías estéticas y los implantes de pelo, pero los resultados más acabados no proveen todo lo que natura non da.
Los recursos que Cristina conserva acaso sirvan para otra elección, ya no para el largo plazo
Sin embargo, cómo lo demostró Néstor, fundador del linaje K, con tiempo e inteligencia, es posible adquirir el estilo. Para recibir una herencia política el pretendiente debe resolver este problema de sucesión. No voy a mencionar novelas ni películas, como se ha vuelto costumbre, pero en un manual del secundario cualquiera puede revisar la historia de los Luises de la monarquía francesa, y la posterior y mucho más penosa historia de los dos
Napoleones: el grandioso e inimitable Napoleón I, y Napoleón III, víctima y responsable de su patética mediocridad. Si al lector le tienta saber más acerca de la decadencia, hay un librito de Karl Marx: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.
Necesarias cualidades. No es posible reducir el ejercicio del liderazgo solo a sus indispensables rasgos carismáticos, porque ser y ejercer el poder pide otros componentes subjetivos. Entre ellos, y en primer lugar, la inteligencia que pone límites al más pintado y a la más pintada.
La inteligencia permite captar la oportunidad y operar sobre ella. Por supuesto, un líder inteligente puede equivocarse, pero su error es un mal cálculo, no pensar que resuelve una ecuación cuando, en verdad, está resolviendo otra. Quien calcula mal ha resuelto mal los términos de una ecuación política, pero hay quienes calculan mal por un delirio de poder que los lleva a situarse por encima de la ecuación. Algunos piensan lo político solo en términos de golpe de efecto, y se atribuyen la habilidad para lograrlo. Tienen un exceso de confianza basado en una optimista autopercepción. Resolver la ecuación política es también conocer los límites impuestos por las condiciones sociales, económicas, institucionales, culturales e ideológicas.
Un líder carismático puede guiar a sus seguidores más lejos de lo que estos se proponían. Pero es casi imposible que los lleve en una dirección contraria a todos los deseos y expectativas de quienes lo siguen. El equilibrio entre el proyecto del líder y los deseos de sus dirigidos es un principio fundamental que hace posible el triunfo o el fracaso, la afirmación del reconocimiento o la fatal desconfianza que, una vez instalada, es difícil de revertir.
Cristina Kirchner se mueve por este terreno accidentado. Acostumbra a repetir las palabras y los gestos que la llevaron adonde está, pero esos recursos ya probados se fueron debilitando. En caso de que nadie se presente demostrando cualidades que compitan con las suyas, probablemente los recursos que Cristina todavía conserva sirvan para ganar otra elección. Pero ya no son un capital político de largo plazo. En primer lugar, porque quien aspira a la herencia como sucesor del linaje, no ha demostrado hasta hoy que está a la altura de los bienes recibidos de sus padres.
La semana pasada, Elisa Carrió recurrió a la imagen “icónica” (hoy cualquier ocurrencia merece ese adjetivo) de velas encendidas en cada una de las casas o refugios donde viven los argentinos. Si hay cierta magia en el carisma, también hay brumosa ensoñación en la sugerencia de la dirigente de la Coalición Cívica. Da para pensar que estas imágenes, que la literatura ya no frecuenta, formen parte de la retórica política. Las velas de Carrió se incorporan al depósito de figuras con aspiración de elevada poesía o de plegaria, que reemplazan a los discursos racionales, esos discursos que, por lo menos desde fines del siglo XVIII, se propusieron como formas adecuadas a la discusión democrática.
El sol de mayo, que en 1810 invocaba las luces de la Razón, se embellece hoy con las nubes del paisaje romántico.