Muchas veces, los divorcios no transitan por los caminos de lo esperado y, por el contrario, se vuelven muy conflictivos en un marco de rencores, celos e intereses económicos, y los integrantes de la pareja no pueden resolverlo a través de la palabra o por caminos judiciales donde se contemplen las obligaciones y los derechos de ambos, pero sobre todo de los hijos, que quedan de alguna manera atrapados en una problemática de adultos que los supera, de muy difícil elaboración, y que puede dejar secuelas tanto psíquicas como orgánicas.
Acá se trata de una de las tantas problemáticas familiares que padece la sociedad actual: los padres que son injustamente separados de sus hijos. Sabido es que esto no solo afecta a los padres sino también a las madres, pero las estadísticas se inclinan más hacia el lado de los hombres. Esta separación injusta del padre con el hijo toma la calidad de injusta porque no existe riesgo de ningún tipo de violencia ni hacia la mujer ni hacia el niño, casos sobre los cuales debe caer el peso de la ley sin excepción. Se trata de desvinculaciones muchas veces durante tiempos muy prolongados, lo que deja consecuencias muy serias tanto en el padre como en los niños. Pero en este punto, para los hijos tiene un alto costo. De pronto se ven impedidos de tener una relación con su padre, con el cual hasta el momento de la desvinculación compartían la vida, formaba parte de las decisiones tanto en la educación como en la salud, y aportaba no solo en lo económico sino también en lo afectivo, fundamental para el desarrollo de la subjetividad. La identidad de los niños, uno de los derechos más importantes de todo sujeto, se ve afectada en su constitución, ya que solo cuentan con la mitad de la historia familiar. No solo es el padre el que es prohibido sino que se excluye también la familia extendida como abuelos, tíos, primos y hasta hermanos de otros matrimonios.
Muchas veces, los mecanismos para llegar a esta situación límite, donde sin dudas los más vulnerables son los niños, son las denuncias falsas de violencia familiar, a partir de las cuales se implementa la restricción de contacto y el padre pasa a ser culpable hasta que se demuestre lo contrario, a través de peritajes legales y psicológicos. Esto conlleva un peregrinar de los mismos por los pasillos de tribunales y juzgados, muchas veces de meses a años, y en el medio el deterioro de un vínculo que con el paso del tiempo se vuelve cada vez más difícil de restablecer. Pero no solo eso, sino que además este tipo de denuncias dejan consecuencias sociales, ya que la institución judicial se ve colapsada y las verdaderas denuncias de mujeres que sufren de violencia, situación donde se hace imprescindible el accionar de la Justicia, quedan veladas por las otras, que solo buscan saldar cuentas pendientes con el padre, utilizando la peor de las herramientas: el hijo. El niño pasa de ser un sujeto de derecho a un objeto a través del cual se toman represalias.
Si bien la administración de la justicia se encuentra ante dificultades difíciles de resolver, y sin dudas de mejorar, en este caso se trata de distinguir denuncias de hechos graves donde se pone en riesgo la vida humana, de otras que son falsas. Los procedimientos institucionales son en gran medida estandarizados, sobre todo cuando se debe operar con sumo cuidado, pero esto puede degenerar en un vicio de burocratización, donde se pierde la singularización y el grado de particularización que requiere esta problemática.
El corrimiento de la figura paterna, además de dejar secuelas desde lo individual, también afecta a la esfera social. La inscripción de la ley simbólica del padre es de fundamental importancia para que el niño tenga acceso a la cultura, saliendo a la exogamia. Esa ley simbólica subjetiva completa el desarrollo del niño en crecimiento, y en este tipo de problemáticas familiares el padre es impedido para la inscripción de la misma en sus hijos.
Las complicaciones más frecuentes se ven muchas veces en la edad adolescente o adulta, ya que esos niños pueden presentar dificultades en las relaciones sociales, déficit en la identidad, alta tasa de divorcios, incidencias de adicciones, depresión o trastornos de la alimentación.
En cuanto a los padres, no es sin costo este brutal corte, este desalojo en el vínculo nada menos que con un hijo. ¿De dónde se los desaloja? Se los desplaza de la función, del niño, del espacio y el tiempo de una vida que se les quiebra como se les quiebra su propia interioridad, su desarrollo profesional, laboral, familiar y social. Quedan desalojados del sentido de la vida, y es ahí cuando sus funciones psíquicas pueden verse afectadas, generando padecimientos de leves a graves.
Es esta una problemática de minorías que no por eso debe dejar de considerarse, sobre todo teniendo en cuenta que en los últimos tiempos es cada vez más extendida.
En este libro me interrogo sobre qué es lo que motiva a estas madres a provocar ese corrimiento de la figura paterna cuando no hay verdaderos motivos para semejante separación: resguardadas en el concepto de querer lo mejor para sus hijos, ¿qué puede ser mejor para un hijo que contar con su padre y con su madre durante su crecimiento y desarrollo?
Qué pasa con esos padres que de un momento a otro se ven imposibilitados de tener contacto con sus hijos, que en muchos casos son muy pequeños. Pero sobre todo qué les pasa a esos niños que hasta entonces tenían un padre y una madre y que no solo tienen que enfrentar la ruptura e ese vínculo sino también la de ellos mismos con el padre, en un momento de sus vidas donde su desarrollo psíquico aún no les permite comprender problemáticas adultas que los superan.
Interrogantes todos que, tanto desde lo individual como desde lo social, deberán encontrar una respuesta que vaya sobre todo en la defensa de los derechos humanos de nuestros hijos.
*Autora del libro Prohibir al padre, editorial Continente (fragmento).