No se asuste, no es que nos hayamos equivocado, ni el diario, ni yo, ni el coordinador de estas páginas. Es que estos párrafos son continuación de los que le escribí hace unos días. ¿Y por qué? ¿Es tan importante el tema de las narices? No, no se trata de importancia.
Es que la nariz, así, en general, me da lástima. Después de haber leído un montón de cosas, de haber sabido que la nariz nos defiende (¡Y cómo! Si hasta lo defendió al señor de Buonarroti, Miguel Angel, cuando un rival le dio un tortazo en la cara), que cada vez más señores de pelo en pecho van a lo del cirujano plástico en busca de una nariz bella; después de haber leído por ahí que la nariz impide que las sustancias indeseables se nos metan en el cuerpo porque para algo tienen los orificios que, de paso, se llaman narinas, mirando hacia abajo, casi púdicamente hacia el suelo cual doncella victoriana, después de haber reflexionado acerca de esa especie de aparato de aire acondicionado modestamente biológico que se encarga de mandar a los pulmones un aire calentito y húmedo y limpio; después de todo eso, una resume y comprende que las narices son mucho más importantes de lo que parece a simple vista y a simple literatura (romántica, vamos). Y ahí es cuando a una (yo) le entra el remordimiento. O sea: poca bola que le damos. Quiero decir, si no tenemos un apéndice que justifique versos que alguna vez serán clásicos enseñados en la escuela (érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa…), si tenemos una nariz normal, ni pelota. Está ahí y eso es todo. Cuantimás (así decía mi abuela aragonesa) le prestamos atención cuando nos maquillamos, y ni aun así: ya que andamos por los pómulos, le metemos un poco de crema o de base o de polvo porque está tan cerca que aprovechamos lo que sea. Y sin embargo, vea, teniendo en cuenta todo lo que ut supra se menciona, tendríamos que prestarle un poco más de atención. Y de atención benévola, por favor. Porque, ay, me cuesta decirlo, una autora que una amó desde muy chica, como la, en fin, no la vamos a nombrar, la reina del crimen, la usa, usa la nariz para caracterizar a los villanos. Y, sí: habla de pieles oliváceas, ojos huidizos y narices ganchudas. Y eso es horrible. Un adminículo tan útil, tan blandito, bondadoso y valiente al mismo tiempo, se merece todo nuestro reconocimiento. Así que vaya, plántese frente al espejo del tocador o del botiquín, mírela, a la nariz digo, y dígale algo agradable o hágale una leve caricia. Eso, así, muy bien.