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Otros palacios plebeyos

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Edgardo Cozarinsky llamó palacios plebeyos a las grandes salas cinematográficas (Gran Rex, Opera, calle Lavalle) construidas durante la época de oro del cine sonoro: monumentales, ofrecían a quienes los visitaban una ilusión de grandeza que se compadecía bien con los ideales de progreso de una época. Lo mismo podría decirse de los edificios escolares, de los cuales el Colegio Mariano Moreno (1910) y el Instituto Bernasconi (1929) son un ejemplo cabal porque en ellos el ascenso al cielo de las artes liberales se volvía materia palpable: mármol, arcos de medio punto, escaleras, majestad.

En una de sus primeras composiciones, Rubén Darío daría el tono definitivo de una ambición americana hoy perdida para siempre: “Cuando por los guerreros se agitan palmas,/ y hay una Patria grande para las almas;/ cuando los luchadores bravos y fieles/ adoran la frescura de los laureles;/ y cuando las espadas y bayonetas/ escuchan las canciones de los poetas;/ entonces, de los altos espíritus en pos,/ es cuando baja y truena la voluntad de Dios” ( A la Unión Centroamericana, 1883). ¿Quién puede escribir así, en nuestras tristes épocas donde la educación se acomoda en “espacios modulares” apenas funcionales a la lógica capitalista, que necesita escuelas que sólo separen a los niños que se le encomiendan de la animalidad (y, a veces, ni siquiera eso)?

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Los grandes colegios e institutos de la Argentina del Centenario fueron los primeros palacios plebeyos, que todavía están ahí como el testimonio de generaciones que querían, necesitaban y podían imaginar un futuro (si se quiere, discutible) henchido de grandeza.

Cuando ya nadie escucha “las canciones de los poetas”, cuando la educación se instala en contenedores modificados, cuando las imágenes vagan huérfanas, sin palacios que las contengan, cuando el Estado patrocina “soluciones habitacionales”, lo único que queda claro es que ya no hay “una Patria Grande para las almas”.